I. Discusión un poco en el aire
La nave voladora del profesor Lucifer silbaba
atravesando las nubes como dardo de plata; su quilla, de límpido acero,
fulgía en la oquedad azul oscuro de la tarde. Que la nave se hallaba a
gran altura sobre la tierra es poco decir; a sus dos ocupantes les
parecía estar a gran altura sobre las estrellas. El profesor mismo había
inventado la máquina de volar, y casi todos los objetos de su equipo.
Cada herramienta, cada aparato tenía, por tanto, la apariencia
fantástica y atormentada propia de los milagros de la ciencia. Porque el
mundo de la ciencia y la evolución es mucho más engañoso, innominado y
de ensueño que el mundo de la poesía o la religión; pues en éste,
imágenes e ideas permanecen eternamente las mismas, en tanto que la idea
toda de evolución funde los seres unos con otros, como sucede en las
pesadillas.
Todos los instrumentos del profesor Lucifer eran los antiguos
instrumentos humanos llevados a la locura, desenvueltos en formas
desconocidas, olvidados de su origen, olvidados de su nombre. Aquella
cosa que parecía una llave enorme con tres ruedas, era, en realidad, un
revólver, patentado, y muy mortífero. Aquel objeto que parecía hecho con
dos sacacorchos enrevesados, era, en realidad, la llave. La cosa que
hubiera podido confundirse con un triciclo volcado patas arriba era el
instrumento, de imponderable importancia, a que servía de llave el
sacacorchos. Todas estas cosas, como digo, las había inventado el
profesor; había inventado todo lo que llevaba la nave voladora, con
excepción acaso de su misma persona. El profesor había nacido demasiado
tarde para que pudiese descubrirla realmente, pero creía, al menos,
haberla mejorado bastante.
Información texto 'La Esfera y la Cruz'