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autor: Gilbert Keith Chesterton editor: Edu Robsy


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El Hombre Eterno

Gilbert Keith Chesterton


Ensayo, Teología, Filosofía


Nota preliminar

Antes de dar inicio a este libro me gustaría aclarar algunos aspectos para evitar malentendidos. Al tratar los temas, lo hago desde un punto de vista histórico más que teológico y no se ha de buscar ninguna relación con el cambio religioso que tan profundamente marcó mi existencia, sobre el que espero escribir un volumen de carácter más controvertido. Creo sinceramente que resulta imposible para cualquier católico escribir un libro sobre una determinada materia, en especial la que nos ocupa, sin manifestar su condición de católico. Pero no pretendo con esta obra establecer diferencias entre católicos y protestantes. Me dirijo, en buena parte, a toda la variedad de paganos existente más que a un sector concreto de cristianos. Intentaré demostrar que aquéllos que ponen a Cristo al mismo nivel que los mitos, y su religión al mismo nivel que otras religiones, no hacen otra cosa que repetir una fórmula anticuada, contradicha por un hecho sorprendente. No ha sido necesario para ello salirme del ámbito de la cultura general y acudir al saber científico, aunque en algunas cuestiones, por imposición de la moda, tendré que recurrir a él. Y, puesto que he mantenido frecuentes diferencias con H. G. Wells respecto a su manera de enfocar la historia, me parece justo felicitarle ahora por el coraje y derroche de imaginación desplegados a lo largo de su obra, tan abundante, variada y profundamente interesante. Y más aún por defender el razonable derecho del amateur a hacer lo que buenamente pueda con los hechos que le proporcionan los especialistas.


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338 págs. / 9 horas, 51 minutos / 1.533 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Breve Historia de Inglaterra

Gilbert Keith Chesterton


Historia


Introducción a la nueva edición

(1929)

Cuando, hace algunos años, me ofrecieron escribir el pequeño volumen que lleva el título de Breve Historia de Inglaterra, era muy consciente de que aceptar el encargo podría parecer una osadía; aunque, en el fondo, sea más osado el título que el libro. Mi intención era llamarlo Esbozo de la Historia de Inglaterra, o Estudio sobre la Historia de Inglaterra, pero lo cierto es que nunca pensé que el título o el libro pudieran ser motivo de solemne discusión. El caso es que la tarea, tal como la concebí, no implicaba ni afectación ni falsa erudición. Los aspectos más olvidados de la historia inglesa no son pequeñas cosas oscuramente veladas por los especialistas, sino grandes cosas que estos ignoran. La mayor parte de ellas pueden aprenderse, no solo sin recurrir a complicadas lecturas, sino prácticamente sin recurrir a ningún libro. Se pueden aprender de cosas tan grandes y obvias como el tamaño de las iglesias góticas o el estilo de las casas de campo clásicas. No es necesaria ninguna erudición abstrusa para comprender que un propietario rural no es lo mismo que un abad aunque viva en una abadía. No hace falta ninguna lógica elaborada para entender que una tierra comunal pertenecía al común. La diferencia no radica tanto en los hechos como en la importancia de los hechos y ese es el terreno de la crítica más amplia y general.


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196 págs. / 5 horas, 44 minutos / 411 visitas.

Publicado el 15 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Club de los Negocios Raros

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


Las extraordinarias aventuras del comandante Brown

Se diría que Rabelais, o su fantástico ilustrador, Gustave Doré, han tenido algo que ver en la creación y trazado de los pisos de las casas de Inglaterra y Norteamérica. Hay algo verdaderamente gigantesco en la idea de economizar espacio amontonando unas viviendas sobre otras, con sus correspondientes puertas y fachadas. En el caos y la complejidad de estas calles perpendiculares puede ocultarse o sobrevenir cualquier cosa, y creo que es en una de ellas donde el curioso puede encontrar las oficinas de «El Club de los Negocios Raros». A primera vista podría creerse que semejante título tendría que interesar y chocar forzosamente al transeúnte, pero nada choca ni interesa en estas confusas y monstruosas colmenas. El transeúnte concentra la atención en su prosaico objetivo —la Agencia de Embarque de Montenegro o la Delegación londinense de «El Centinela de Rutland»— y se desliza por los oscuros pasillos de igual manera que se atraviesan los sombríos corredores de un sueño. Si los Thugs establecieran en uno de los grandes edificios de Norfolk Street una Compañía para el Asesinato de Extranjeros y colocaran en la oficina a un amable señor encargado de facilitar informes, podéis estar seguros de que nadie iría a pedirlos. Así pues, El Club de los Negocios Raros impera oculto en un gran edificio, como un fósil escondido en un gigantesco conglomerado de fósiles.


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146 págs. / 4 horas, 16 minutos / 290 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Árbol del Orgullo

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos, eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones; abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda, como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción. Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila tribu de los árboles.


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1 pág. / 2 minutos / 281 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Esfera y la Cruz

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. Discusión un poco en el aire

La nave voladora del profesor Lucifer silbaba atravesando las nubes como dardo de plata; su quilla, de límpido acero, fulgía en la oquedad azul oscuro de la tarde. Que la nave se hallaba a gran altura sobre la tierra es poco decir; a sus dos ocupantes les parecía estar a gran altura sobre las estrellas. El profesor mismo había inventado la máquina de volar, y casi todos los objetos de su equipo. Cada herramienta, cada aparato tenía, por tanto, la apariencia fantástica y atormentada propia de los milagros de la ciencia. Porque el mundo de la ciencia y la evolución es mucho más engañoso, innominado y de ensueño que el mundo de la poesía o la religión; pues en éste, imágenes e ideas permanecen eternamente las mismas, en tanto que la idea toda de evolución funde los seres unos con otros, como sucede en las pesadillas.

Todos los instrumentos del profesor Lucifer eran los antiguos instrumentos humanos llevados a la locura, desenvueltos en formas desconocidas, olvidados de su origen, olvidados de su nombre. Aquella cosa que parecía una llave enorme con tres ruedas, era, en realidad, un revólver, patentado, y muy mortífero. Aquel objeto que parecía hecho con dos sacacorchos enrevesados, era, en realidad, la llave. La cosa que hubiera podido confundirse con un triciclo volcado patas arriba era el instrumento, de imponderable importancia, a que servía de llave el sacacorchos. Todas estas cosas, como digo, las había inventado el profesor; había inventado todo lo que llevaba la nave voladora, con excepción acaso de su misma persona. El profesor había nacido demasiado tarde para que pudiese descubrirla realmente, pero creía, al menos, haberla mejorado bastante.


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244 págs. / 7 horas, 7 minutos / 690 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Autobiografía

Gilbert Keith Chesterton


Biografía


I. Testimonio de oídas

Doblegado ante la autoridad y la tradición de mis mayores por una ciega credulidad habitual en mí y aceptando supersticiosamente una historia que no pude verificar en su momento mediante experimento ni juicio personal, estoy firmemente convencido de que nací el 29 de mayo de 1874, en Campden Hill, Kensington, y de que me bautizaron según el rito de la Iglesia anglicana en la pequeña iglesia de St. George, situada frente a la gran Torre de las Aguas que dominaba aquella colina. No pretendo que exista ninguna relación significativa entre ambos edificios y niego rotundamente que se eligiera aquella iglesia porque yo necesitara para convertirme en cristiano toda la energía hidráulica del oeste de Londres.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 357 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Pagoda de Babel

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


Ese cuento del agujero en el suelo, que baja quién sabe hasta dónde, siempre me ha fascinado. Ahora es una leyenda musulmana; pero no me asombraría que fuera anterior a Mahoma. Trata del sultán Aladino; no el de la lámpara, por supuesto, pero también relacionado con genios o con gigantes. Dicen que ordenó a los gigantes que le erigieran una especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo como la Torre de Babel. Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino. Sólo querían una torre que llegara al cielo. Aladino quería una torre que rebasara el cielo, y se elevara encima y siguiera elevándose para siempre. Y Dios la fulminó, y la hundió en la tierra abriendo interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la torre sin techo. Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma de! soberbio Sultán se desmorona para siempre.


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1 pág. / 1 minuto / 233 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Tres Instrumentos de la Muerte

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


Tanto por profesión como por convicción, el padre Brown sabía, mejor que casi todos nosotros, que la muerte dignifica al hombre. Con todo, tuvo un sobresalto cuando, al amanecer, vinieron a decirle que Sir Aaron Armstrong había sido asesinado. Había algo de incongruente y absurdo en la idea de que una figura tan agradable y popular tuviera la menor relación con la violencia secreta del asesinato. Porque Sir Aaron Armstrong era agradable hasta el punto de ser cómico, y popular hasta ser casi legendario. Era aquello tan imposible como figurarse que “Sunny Jim” se había colgado, o que el pacífico “el señor Pick Wicks” de Dickens había muerto en el manicomio de Hanwell. Porque, aunque Sir Aaron, como filántropo que era, tenía que conocer los oscuros fondos de nuestra sociedad, se enorgullecía de hacerlo de la manera más brillante posible. Sus discursos políticos y sociales eran cataratas de anécdotas y carcajadas; su salud corporal era tremenda; su ética, el optimismo más completo. Y trataba el problema de la embriaguez (su tópico favorito) con aquella alegría perenne y aun monótona, que es muchas veces la señal de una absoluta y provechosa abstinencia.

La historia corriente de su conversación era muy conocida en los círculos y púlpitos más puritanos: cómo, de niño, había sido arrastrado de la teología escocesa al whisky escocés; cómo se había redimido de lo uno y lo otro, y había llegado a ser (según él modestamente decía) lo que era. La verdad es que su barba blanca y bellida, su cara de querubín, sus gafas deslumbradoras, y las innúmeras comidas y congresos a que asistía, hacían difícil creer que hubiera sido nunca persona tan tétrica como un borrachín o un calvinista. No: aquél era el más seriamente alegre de todos los hijos de los hombres.


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16 págs. / 28 minutos / 435 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Taberna Errante

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. El sermón de las tabernas

El mar era de un fantástico verde claro y la tarde había recibido ya el toque misterioso del anochecer, cuando una joven morena, vestida con traje de color cobrizo y de corte caprichoso, caminaba despreocupada bajo una sombrilla que no le impedía lanzar repetidas miradas al horizonte marino. El motivo por el que miraba instintivamente la línea que separa las dos inmensidades era el mismo que tuvieron tantas y tantas muchachas desde que el mundo es mundo. Pero no se divisaba ningún barco.

En la playa, junto al paseo marítimo, se formaban corros en torno a los charlatanes habituales en tales sitios: negros, socialistas, payasos y pastores. Había un hombre que manipulaba unas cajas de cartón, y los desocupados le rodeaban con la esperanza de descubrir en qué acabarían sus trajines. Pocos pasos más allá, un personaje con sombrero de copa, provisto de una Biblia muy grande y acompañado de una mujer muy pequeña que permanecía callada, combatía violentamente la herejía sublapsariomilniana,1 tan frecuente en los balnearios de moda. Era tal su exaltación que costaba seguir el hilo de su discurso, pero a cada momento aludía con sarcasmo a «nuestros amigos los sublapsarianos», lo que bastaba para saber que continuaba machacando sobre el mismo tema. A poca distancia peroraba un joven de forma tan incomprensible para los oyentes como para él mismo, y que si atraía la atención del público lo debía quizás a la guirnalda de zanahorias que ceñía su sombrero. Lo cierto es que las monedas se amontonaban en su platillo con mayor abundancia que en el de sus rivales.


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Publicado el 4 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Las Paradojas de Mr. Pond

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


LOS TRES JINETES DEL APOCALIPSIS

La singular y a veces inquietante sensación que Mr. Pond me producía, pese a su reglada cortesía y elegante decoro, tal vez se vinculaba a algunos recuerdos de mi niñez... y a la vaga insinuación verbal de su nombre. Era un funcionario gubernamental, viejo amigo de mi padre; y barrunto que de algún modo mi infantil imaginación había mezclado el apellido de Mr. Pond con el estanque del jardín. A poco que se reflexionara sobre ello, Mr. Pond se asemejaba curiosamente al estanque del jardín. Durante la mayor parte del tiempo era igual de sereno, igual de límpido y claro, valga la expresión, en sus habituales reflejos de la tierra y el cielo y la hermosa luz del día. Y sin embargo yo sabía que en el estanque del jardín había algunas cosas raras. Una de cada cien veces, uno o dos días en todo el año, el estanque parecía enigmáticamente distinto; o su lisa tranquilidad era interrumpida por una sombra fugaz o un relámpago; y un pez o un sapo o alguna criatura más grotesca se mostraba al cielo. Y yo sabía que también en Mr. Pond había monstruos: monstruos mentales que emergían sólo un instante a la superficie y luego retornaban a las profundidades.

Se presentaban en forma de comentarios monstruosos en medio de su charla razonable e inofensiva. Algunos interlocutores pensaban que a la mitad de una conversación harto juiciosa se volvía loco de improviso. Pero asimismo no tenían más remedio que admitir que de inmediato regresaba a la cordura.


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173 págs. / 5 horas, 3 minutos / 184 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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