El Candor del Padre Brown
La cruz azul
Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar,
el bote llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas,
un montón de gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse
notable el hombre cuyos pasos vamos a seguir.
No; nada en él era extraordinario, salvo el ligero contraste entre su
alegre y festivo traje y la seriedad oficial que había en su rostro.
Vestía un chaqué gris pálido, un chaleco, y llevaba sombrero de paja con
una cinta casi azul. Su rostro, delgado, resultaba trigueño, y se
prolongaba en una barba negra y corta que le daba un aire español y
hacía echar de menos la gorguera isabelina. Fumaba un cigarrillo con
parsimonia de hombre desocupado. Nada hacia presumir que aquel chaqué
claro ocultaba una pistola cargada, que en aquel chaleco blanco iba una
tarjeta de policía, que aquel sombrero de paja encubría una de las
cabezas más potentes de Europa. Porque aquel hombre era nada menos que
Valentín, jefe de la Policía parisiense, y el más famoso investigador
del mundo. Venía de Bruselas a Londres para hacer la captura más
comentada del siglo.
Flambeau estaba en Inglaterra. La Policía de tres países había
seguido la pista al delincuente de Gante a Bruselas, y de Bruselas al
Hoek van Holland. Y se sospechaba que trataría de disimularse en
Londres, aprovechando el trastorno que por entonces causaba en aquella
ciudad la celebración del Congreso Eucarístico. No sería difícil que
adoptara, para viajar, el disfraz de eclesiástico menor, o persona
relacionada con el Congreso. Pero Valentín no sabía nada a punto fijo.
Sobre Flambeau nadie sabía nada a punto fijo.
Información texto 'Padre Brown'