Primera Parte. Los enigmas de Innocent Smith
Capítulo I. Cómo llegó el vendaval a la Casa del Faro
Del oeste se levantó un viento, como una ola de inmoderada felicidad,
y veloz, cruzó Inglaterra hacia el este, arrastrando consigo el helado
perfume de los bosques y la fría embriaguez del mar. En miles de
agujeros y de rincones confortó al hombre como un trago y lo sorprendió
como un puñetazo. En las habitaciones interiores de casas intrincadas y
sombrías provocó como una explosión doméstica, sembrando el piso con
papeles de algún profesor —tanto más preciados cuanto fugitivos— o apagó
la vela a cuya luz un muchacho leía La Isla del Tesoro,
sumiéndolo en rumorosa tiniebla. Por doquier introdujo una nota de drama
en vidas nada dramáticas y llevó por el mundo el triunfo de la crisis.
Más de una madre agobiada en algún estrecho patio interior había mirado
cinco camisas diminutas en el alambre del tendedero como quien mira una
especie de tragedia mezquina y nauseabunda; era como si hubiera colgado a
sus cinco hijos. Vino el viento, y quedaron henchidas, agitándose, como
si de un salto cinco rollizos diablillos se hubieran metido dentro; y
allá en lo recóndito de su oprimida subconciencia, recordó vagamente
aquellas burdas comedias del tiempo de sus abuelos cuando todavía
moraban los elfos en las viviendas de los hombres. Más de una muchacha
inadvertida en un húmedo jardín tapiado se había tirado sobre la hamaca
con el mismo gesto intolerante con que hubiera podido tirarse al
Támesis; y aquel viento rasgó el muro ondulante de los bosques, alzó la
hamaca como un globo e hizo ver a la joven formas de nubes curiosas allá
lejos y cuadros de alegres pueblitos allá abajo, como si navegara por
el cielo en una barca encantada.
Información texto 'Manalive'