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autor: Gustav Meyrink editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos no disponibles


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Los Cuatro Hermanos de la Luna

Gustav Meyrink


Cuento


Un documento.

Rápidamente diré quién soy yo. Desde los veinticinco hasta los sesenta años fui criado del señor conde du Chazal. Antes había servido como ayudante del jardinero en el convento de Apanua, donde pasé, asimismo, los años monótonos y melancólicos de mi juventud. Aprendí a leer y a escribir gracias a la bondad del abate.

Era expósito; cuando recibí la confirmación fui adoptado por mi padrino, el viejo jardinero del convento y, desde entonces, llevo el apellido Meyrink.

Hasta donde puedo recordar, tengo siempre presente la sensación de un aro de hierro, ajustado alrededor de mi cabeza, oprimiéndome el cerebro y que me impide el desarrollo de lo que comúnmente se llama imaginación. Casi podría decir que me falta un sentido interior; quizá por eso mi vista y mi oído son agudos como los de un salvaje. Si cierro los ojos, veo hoy todavía con deprimente claridad, los perfiles rígidos y negros de los cipreses, recortados contra los muros descascarados del monasterio. Veo, como entonces, las desgastadas baldosas que formaban el piso del claustro, una por una; las podría contar, pero todo está helado, mudo, no me dice nada, tal como suelen hablarle las cosas a los hombres, según he leído a menudo. Revelo con toda franqueza mi condición pasada y presente porque quiero ser absolutamente creído. Me anima, además, la esperanza de que esto que escribo aquí, sea leído por hombres que saben más que yo y que me gratifiquen, con luz y conocimiento, sobre la cadena de insolubles enigmas que han acompañado el devenir de mi vida; siempre, claro está, que puedan y quieran hacerlo.


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20 págs. / 35 minutos / 125 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Monje Laskaris

Gustav Meyrink


Cuento


Federico III, el dilapidador y amante del lujo, el último Príncipe Elector de Brandemburgo y el primer rey de Prusia, cambió en el año 1701 el tocado curial por la corona real. Al principio, las consecuencias de este paso no fueron tan ventajosas como el ambicioso príncipe se había imaginado. Nuevas ordenanzas a favor del Estado y del ejército destruyeron rápidamente el bienestar que su predecesor, el Gran Elector, había logrado en sus territorios en sus últimos años de gobierno, mediante una cuidadosa política económica.

Este repentino cambio de las circunstancias se advirtió sobre todo en la capital. El orgullo de los berlineses de albergar ahora entre sus muros una residencia real y ya no meramente curial, tuvo que pagarse muy pronto con una desmesurada carga de impuestos y contribuciones. Por esta razón, la ciudadanía de Berlín, en parte aún rústica, así como las autoridades municipales, no tardaron en criticar con lengua viperina la nueva situación de la capital, siguiendo el ejemplo de los parisinos y otros ciudadanos ilustrados que habían despertado a la madurez política.

En aquel tiempo los ciudadanos de reputación no sólo se reunían para discutir acerca de política en las cervecerías, sino también en las pocas farmacias de la ciudad.

La más frecuentada de estas farmacias era la que se llamaba «Zum Elephanten», cuyo propietario, el digno y docto farmacéutico Zorn, gozaba de una gran fama como hombre muy prudente y conocedor del mundo. En su juventud había viajado mucho, había estado en Bolonia y Praga, en Sevilla y París; había trabajado en los laboratorios de famosos químicos, regresando a su ciudad natal, Berlín, como un hombre acomodado, maduro y muy experimentado. Adquirió la renombrada farmacia «Zum Elephanten» y en ella abrió asimismo un comercio con los más novedosos artículos de ultramarinos, donde se vendía el mejor café holandés.


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133 págs. / 3 horas, 54 minutos / 114 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Muerte Violeta

Gustav Meyrink


Cuento


El tibetano calló.

Su desmedrada figura permaneció todavía algún tiempo de pie, erguida e inmóvil, y luego desapareció en la jungla.

Sir Roger Thornton miraba fijamente la hoguera. Si no fuera un penitente, un sannyasin, aquel tibetano que, además, iba en peregrinación a Benarés, no hubiera creído ni una sola de sus palabras. Pero un sannyasin no miente ni puede ser engañado. ¡Y luego aquellas contradicciones pérfidas y crueles en el rostro del asiático! ¿O sería que se dejó engañar por el resplandor de la hoguera que tan extrañamente se reflejaba en los ojos mongoles?

Los tibetanos odian a los europeos y guardan celosamente sus mágicos secretos, con los que esperan aniquilar un día a los orgullosos extranjeros cuando llegue la hora. Sea como fuere, Sir Roger Thornton desea comprobar con sus propios ojos si, efectivamente, existen fuerzas ocultas en ese pueblo extraño. Pero necesita compañeros, hombres valerosos cuya voluntad no se quiebre ante los horrores de un mundo diferente. El inglés pasa revista a sus compañeros... Aquel afgano sería el único entre los asiáticos para ser tomado en cuenta. Es intrépido como una fiera, pero supersticioso. Así pues, solo queda su criado europeo.


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7 págs. / 12 minutos / 149 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Visita de J.H. Obereit a las Sanguijuelas del Tiempo

Gustav Meyrink


Cuento


En el cementerio de la parroquia del pequeño pueblo de Runkel, un lugar apartado, como fuera del mundo, descansaba para toda la eternidad el cuerpo de mi abuelo. Su tumba de piedra estaba prácticamente cubierta de musgo y apenas se leía el epitafio. Pero bajo dicho epitafio, tan reciente como si hubiera sido hecho ayer mismo, se ven con absoluta claridad cuatro letras alrededor de una cruz:

V
I
V
O

VIVO. Eso quiere decir "estoy vivo". Ese fue el significado del que recibí noticia cuando leí por primera vez la inscripción, siendo apenas un niño. Una palabra que impresionó tan hondamente mi alma como si el muerto hubiera abandonado su tumba.

VIVO. Estoy vivo. Algo extraño, algo muy raro de ver en una tumba de piedra. Algo que aún hoy, al recordarlo, me provoca un vuelco del corazón. Y siempre, cuando rememoro aquel lejano día de mi infancia, experimento la sensación de que caí en un pozo interminable la primera vez que estuve ante la tumba de mi abuelo. La imaginación me hace ver a mi abuelo —al que no conocí vivo— yaciendo en su tumba, incorrupto a pesar del paso del tiempo, con las manos caídas a lo largo del cuerpo, con sus ojos abiertos y translúcidos como el cristal, inmóviles; alguien que ha escapado de la putrefacción y espera paciente y silencioso el momento de resucitar. He visitado los cementerios de las parroquias de muchos pueblos, guiados mis pasos por un deseo vago, extraño, del que no puedo dar cuenta exacta, solo para leer los epitafios de las tumbas. Únicamente dos veces vi el anagrama de la cruz con la palabra VIVO, una en Danzig y otra en Nuremberg. En ambos casos el nombre del muerto había sido casi borrado por el dedo del tiempo; en ambos casos la palabra VIVO brillaba con toda la fuerza del instinto indomable de la vida.


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12 págs. / 21 minutos / 73 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Amadeus Knödlseder, el Incorregible Buitre de los Alpes

Gustav Meyrink


Cuento


—¡Knödlseder, hazte a un lado! —ordenó Andreas Humplmeier, el águila real, apoderándose bruscamente del trozo de carne que la mano dadivosa del guardián había arrojado a través de las rejas.

—Porquería de animal, ojalá se muera —protestaba indignadísimo el anciano buitre de los Alpes, que en los largos años de encierro se había vuelto terriblemente corto de vista y no podía soportar que se aprovecharan de una manera tan irrespetuosa de su inferioridad; voló hacia una de las barras y desde ahí escupió finalmente con la esperanza de dar en su adversario.

Pero Humplmeier no se turbó en absoluto; con la cabeza metida en un rincón devoró impasible la carne recién hurtada limitándose tan solo a levantar despectivamente las plumas de su cola mientras se mofaba:

—¡No te pongas belicoso, que te doy una cachetada!

¡Y esta ya era la tercera vez que Amadeo Knödlseder se quedaba sin cenar!

—¡Esto no puede seguir así —rezongaba cerrando los ojos para no tener que ver la sonrisa desvergonzada que le dirigía el marabú de la jaula vecina y que quietecito en su rincón aparentaba estar "dando gracias a Dios", una actividad a la que su condición de pájaro sagrado parecía obligarlo sin darle casi ningún descanso—, esto no puede seguir así!

Knödlseder dejó que los acontecimientos de las últimas semanas volvieran a sucederse en su memoria: tenía que reconocer que al principio la conducta indudablemente original del águila real le había causado cierta gracia; especialmente en aquella oportunidad en que a la jaula vecina habían traído dos pajarracos delgadísimos —zancudos igual que las cigüeñas— y tremendamente petulantes; cuando hicieron su entrada, el águila exclamó:

—¡Epa, epa, qué es esto! ¿Qué clase de alimañas son?

—Somos grullas vírgenes —fue la respuesta.


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11 págs. / 19 minutos / 92 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Bal Macabre

Gustav Meyrink


Cuento


Lord Hopeless me había invitado a sentarme a su mesa y me presentó a los señores que le acompañaban.

Pasaba de la medianoche y no recuerdo la mayoría de los nombres.

Al doctor Zitterbein lo conocía ya de antes.

—Siempre se sienta solo, es una pena —había dicho mientras me estrechaba la mano—, ¿por qué siempre se sienta solo? Sé que no habíamos bebido demasiado, aunque estábamos bajo esa ligera e imperceptible embriaguez que nos hacía oír algunas palabras como si procedieran de la lejanía, lo que suele ocurrir en las horas nocturnas, cuando estamos rodeados del humo de cigarrillos, de risas femeninas y de música frívola.

¿Podía surgir de ese estado de ánimo de cancán, de esa atmósfera de música de gitanos, Cake-Walk y champán, una conversación sobre cosas fantásticas? Lord Hopeless contó algo. Sobre una hermandad que existía con toda seriedad, de hombres o, mejor dicho, de muertos o muertos aparentes, de gente de los mejores círculos, que para los vivos ya hacía tiempo que habían muerto, que incluso tenían lápidas y panteones en el cementerio, con nombre y fecha de la muerte, pero que en realidad se encontraban en una permanente rigidez que duraba años, en algún lugar de la ciudad, en el interior de una villa antigua, vigilados por un criado jorobado con zapatos de hebilla y peluca empolvada, al que se conoce por el nombre de Aron. Sus cuerpos están protegidos contra la putrefacción y guardados en cajones. Algunas noches sus labios cobran una luminosidad fosforescente y eso le da la señal al jorobado para aplicar un enigmático procedimiento en las cervicales de los muertos aparentes. Así dijo.

Entonces sus almas podían vagabundear libremente, liberadas por cierto tiempo de sus cuerpos, y entregarse a los vicios de la gran ciudad. Y esto con una intensidad y una codicia que ni siquiera era imaginable para los más refinados.


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6 págs. / 11 minutos / 76 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Extraño Huésped

Gustav Meyrink


Cuento


La emperatriz María Teresa de Austria comenzó su gobierno en las condiciones más difíciles. Baviera y España eran enemigos declarados; Francia y Prusia sus enemigos secretos; Sajonia planteaba pretensiones. Por fin Federico II abrió las hostilidades, inesperadamente, en primer lugar, cayendo sobre Silesia, que entonces, junto con los territorios austríacos vecinos, fueron el escenario durante años de sangrientas luchas y de cambiante fortuna en la guerra. Cuando al fin se convino la Paz de Dresde en 1745, entre María Teresa y Federico, no sólo eran extremadamente significativas las pérdidas de territorios y de población para la emperatriz, sino que también el Imperio, que ya se había encontrado en tiempos de su padre, el emperador Carlos IV, en plena decadencia económica, parecía haber agotado todos sus recursos. La administración se sumía en el caos y las arcas estaban vacías.

Los señores del Consejo Imperial encargados de la nueva organización de la economía y de la administración de las deudas del Estado, se rompieron durante meses sus empolvadas cabezas sobre la cuestión de cómo resolver los problemas.

También el conde Wilhelm von Haugwitz, que ya por entonces era Consejero Privado de la emperatriz y con posterioridad, durante muchos años, su Primer Ministro, pese a toda su habilidad en los negocios, no sabía cómo arreglar las finanzas del Estado.

Tanto la reforma del comercio y de la agricultura, como la de la educación y el ejército, pedían ayuda al unísono.


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42 págs. / 1 hora, 14 minutos / 67 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Juego de los Grillos

Gustav Meyrink


Cuento


—¿Y? —preguntaron los señores al entrar el profesor Goclenius más rápidamente de lo que era su costumbre y visiblemente alterado—. ¿Le entregaron las cartas? ¿Ya está Johannes Skoper viajando de regreso a Europa? ¿Cómo se encuentra? ¿Llegó alguna colección con el correo? —inquirían todos a la vez.

—Solamente esto —dijo el profesor muy serio, colocando sobre la mesa un paquete de hojas manuscritas y un frasquito en el que se podía vez un insecto muerto de color blancuzco y del tamaño de un ciervo volante—. El embajador chino me lo entregó personalmente con la aclaración de que llegó esta mañana vía Dinamarca.

—Me temo que se ha enterado de alguna noticia desagradable sobre nuestro colega Skoper —le cuchicheó al oído un caballero de barba afeitada a un anciano profesor de ondulante melena leonina, director como él en el Museo de Ciencias Naturales, que se había quitado los lentes y observaba con profundo interés el insecto metido en el frasquito.

Era aquel un recinto muy particular, en el que los señores —seis en total, y todos ellos investigadores científicos de la vida de los lepidópteros y coleópteros— se hallaban sentados alrededor de una ancha y larga mesa. La mezcla de los olores de alcanfor y sándalo acentuaba ese clima extrañamente mortuorio que se desprendía de los diodones que pendían de cuerdas fijadas en el cielorraso y que, con sus ojos vidriosos y saltones parecían las cabezas truncadas de espectadores fantasmales, las máscaras diablescas de salvajes tribus insulares, los huevos de avestruz, las bocazas de tiburón y los dientes de narval, los monos derrengados y de otras mil formas y figuras grotescas provenientes de zonas muy lejanas.


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14 págs. / 25 minutos / 58 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Relato del Asesino Babinski

Gustav Meyrink


Cuento


Me sentaba en un banco de piedra a la orilla del Moldau, sumido en un melancólico ensueño y miraba hacia la niebla nocturna. El agua saltaba por encima del muro protector y su bramido apagaba los últimos murmullos de la soñolienta ciudad.

De vez en cuando me rebozaba en el abrigo y miraba hacia arriba; el río se encontraba en profundas sombras, en un extremo quedaba completamente envuelto por la pesada noche, fluyendo en un gris monótono y divisándose la espuma del dique como una franja blanca que corría de una orilla a otra. Me estremecía con sólo pensar que tenía que volver a mi triste casa, que estaba situada, como una tumba para los vivos, en lo más profundo del sucio y taciturno barrio judío.

El esplendor de una breve alegría vespertina, que yo creía no se iba a volver a repetir nunca, me había convertido para siempre en un extraño en mi propio barrio.

Comprendí que carecía de un hogar, ni en una ni en la otra orilla del río. De repente emergió una imagen del pasado en mi interior y me ayudó a olvidar por un instante mi ánimo sombrío: al resplandor de una lámpara se sentaba mi viejo amigo, el anciano titiritero Zwakh y me sonreía con alegría, como si quisiera llamarme. Veía claramente el brillo de sus ojos, que destacaban extrañamente por encima de sus pómulos rígidos, como tallados en madera, pero de un color juvenil, y de su barba blanca, como si estuviera de verdad delante de mí. Comparé involuntariamente sus rasgos con los rostros como máscaras de sus marionetas, con las que él, todas las Navidades, hacía sus maravillosas representaciones en el mercado del Alstädter Ring.


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5 págs. / 9 minutos / 86 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Esfera Negra

Gustav Meyrink


Cuento


La noticia llegó al principio como una leyenda, un rumor. De Asia penetró a los centros de cultura occidentales, y decía que en Sikkhim, al Sur del Himalaya, unos penitentes totalmente incultos y semibárbaros, los llamados gosaines, habían hecho un descubrimiento realmente fabuloso.

Aunque los diarios anglo-hindúes publicaron el rumor, parecían estar peor informados que los rusos, pero los entendidos no se extrañaban de ello, pues es sabido que Sikkhim elude con asco a todo lo inglés.

Ese sería, sin duda, el motivo por qué el misterioso descubrimiento llegase a Europa dando rodeo a través de San Petersburgo-Berlín.

A los círculos científicos de Berlín por poco les dio el baile de San Vito al serles presentados los fenómenos.

La gran sala, destinada exclusivamente a conferencias científicas, estuvo totalmente llena.

En el centro, sobre un estrado, estaban los dos experimentadores hindúes: el gosain Deb Shumsher Dshung, con la cara hundida, cubierta de sagrada ceniza blanca, y el moreno brahmán Radshendralamitra, sólo identificable como tal por el delgado cordel de algodón que le colgaba sobre la mitad izquierda del pecho.

Desde el techo de la sala pendían de alambres, a la altura de un hombre, matraces químicos de vidrio en los que podían verse huellas de un polvo blancuzco, presumiblemente yoduros, según explicaba el intérprete.

Entre el silencio del auditorio el gosain se acercó a uno de los matraces, ató una delgada cadenilla de oro al cuello del recipiente y enlazó los extremos alrededor de las sienes del brahmán. Después se puso detrás de aquél, lanzó los brazos y murmuró los mantrams, fórmulas mágicas, de su secta.

Las dos ascéticas figuras parecían estatuas, con esa inmovilidad que sólo se encuentra en los arios asiáticos cuando se entregan a sus meditaciones religiosas.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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