La Esfera Negra
Gustav Meyrink
Cuento
La noticia llegó al principio como una leyenda, un rumor. De Asia penetró a los centros de cultura occidentales, y decía que en Sikkhim, al Sur del Himalaya, unos penitentes totalmente incultos y semibárbaros, los llamados gosaines, habían hecho un descubrimiento realmente fabuloso.
Aunque los diarios anglo-hindúes publicaron el rumor, parecían estar peor informados que los rusos, pero los entendidos no se extrañaban de ello, pues es sabido que Sikkhim elude con asco a todo lo inglés.
Ese sería, sin duda, el motivo por qué el misterioso descubrimiento llegase a Europa dando rodeo a través de San Petersburgo-Berlín.
A los círculos científicos de Berlín por poco les dio el baile de San Vito al serles presentados los fenómenos.
La gran sala, destinada exclusivamente a conferencias científicas, estuvo totalmente llena.
En el centro, sobre un estrado, estaban los dos experimentadores hindúes: el gosain Deb Shumsher Dshung, con la cara hundida, cubierta de sagrada ceniza blanca, y el moreno brahmán Radshendralamitra, sólo identificable como tal por el delgado cordel de algodón que le colgaba sobre la mitad izquierda del pecho.
Desde el techo de la sala pendían de alambres, a la altura de un hombre, matraces químicos de vidrio en los que podían verse huellas de un polvo blancuzco, presumiblemente yoduros, según explicaba el intérprete.
Entre el silencio del auditorio el gosain se acercó a uno de los matraces, ató una delgada cadenilla de oro al cuello del recipiente y enlazó los extremos alrededor de las sienes del brahmán. Después se puso detrás de aquél, lanzó los brazos y murmuró los mantrams, fórmulas mágicas, de su secta.
Las dos ascéticas figuras parecían estatuas, con esa inmovilidad que sólo se encuentra en los arios asiáticos cuando se entregan a sus meditaciones religiosas.
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.