La Maldición del Sapo
Gustav Meyrink
Cuento
Amplio, moderadamente movido y grave.
«Los Maestros Cantores».
Sobre el camino de la pagoda azul brilla caluroso el sol indio — caluroso el sol indio.
La gente canta en el templo y cubre a Buda con flores blancas, y los sacerdotes rezan solemnemente: om maní padme hum; om maní padme hum.
El camino desierto y abandonado: hoy es día de fiesta.
Las largas gramíneas de kusha formaron una espaldera en los prados junto al camino de la pagoda azul — al camino de la pagoda azul. Las flores todas esperaban al milpiés que vivía más allá, en la corteza de la venerable higuera.
La higuera era el barrio más distinguido.
«Soy la venerable —había dicho de sí misma— y con mis hojas pueden hacerse taparrabos — pueden hacerse taparrabos».
Pero el gran sapo, que siempre estaba sentado en la piedra, la despreciaba por estar arraigada, y los taparrabos tampoco le importaban gran cosa. Y en cuanto al milpiés, lo odiaba. No podía devorarlo, porque era muy duro y tenía un jugo venenoso — jugo venenoso.
—Por eso lo odiaba — lo odiaba.
Quería destruirlo y hacerlo desdichado, y durante toda la noche estuvo celebrando consultas con los espíritus de los sapos muertos.
Desde el amanecer estaba sentado en la piedra y esperaba y daba a veces golpecitos con la pata trasera — golpecitos con la pata trasera.
De vez en cuando escupía sobre las gramíneas de kusha.
Todo estaba silencioso: las flores, los escarabajos y las gramíneas. Y el vasto, vasto cielo. Pues era un día de fiesta.
Sólo las ranas en la charca —las impías— cantaban canciones sacrílegas:
Me cisco en la flor de loto,
Me cisco en mi vida.
Me cisco en mi vida,
Me cisco en mi vida…
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.