Las Plantas del Doctor Cinderella
Gustav Meyrink
Cuento
¿Ves aquella negra estatua de bronce entre las dos lámparas? Pues bien, ha sido la causa de todas mis extrañas experiencias en los últimos años.
Como eslabones se relacionan estas inquietudes espectrales que me chupan la fuerza vital y, si sigo la cadena hacia el pasado, el punto de partida siempre es el mismo: ese bronce.
Si me miento a mí mismo y me imagino otras causas, una y otra vez vuelve a emerger como un indicador en el camino.
Y no quiero saber hacia dónde puede conducir este camino, si a la luz del conocimiento o a un espanto creciente, así que me aferraré a los breves días de descanso que me deje mi sino hasta el próximo estremecimiento.
Encontré la estatuilla en Tebas, en la arena del desierto, de donde la desenterré casualmente con el bastón y, desde el primer momento en que la contemplé, me asaltó la obsesiva curiosidad de averiguar qué significa en realidad. ¡Nunca he tenido semejante sed de saber!
Al principio pregunté a todos los investigadores que encontraba, pero sin éxito. Tan sólo un coleccionista árabe pareció sospechar de qué se trataba.
«La imitación de un jeroglífico egipcio», opinó; la extraña posición de los brazos debía indicar algún desconocido estado extático.
Traje conmigo la estatua a Europa, y apenas pasó una noche en la que no me perdiera en los pensamientos más audaces sobre su enigmático significado. Me invadió un sentimiento siniestro, pensaba en algo venenoso, maligno, que con taimado placer se desprendía a mi costa del conjuro de su inanidad, para después succionarme como una enfermedad incurable ser para siempre el oscuro tirano de mi vida. Y un día, en una actividad sin importancia, me vino a la mente la idea que resolvía el enigma, con tal fuerza y de manera tan inesperada que me estremecí hasta lo más hondo.
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.