El Canto del Grillo
Gustav Meyrink
Cuento
—¿Y bien? —preguntaron los señores al unísono, cuando el profesor Godenius entró con mayor rapidez de la que era habitual en él y con un rostro llamativamente alterado—, ¿y bien?, ¿ha recibido las cartas?, ¿ya está Johannes Skoper en camino a Europa? ¿Qué tal está? ¿Han llegado ya sus colecciones? —gritaron todos pisándose mutuamente las palabras.
—Tan sólo esto —dijo el profesor con seriedad, y dejó sobre la mesa unos legajos atados y un frasco en el que se encontraba un insecto blancuzco del tamaño de un escarabajo, de un «ciervo volante»—. El embajador chino me lo ha dado en persona con el comentario de que acababa de llegar hoy a través de Dinamarca.
—Me temo que ha recibido malas noticias de nuestro colega Skoper —susurró un señor sin barba, tapándose la boca con la mano, a su vecino de mesa, un anciano estudioso con una melena leonina que, como él mismo, era preparador en el museo de ciencias naturales. Este último levantó las gafas y observó con gran interés el insecto en el frasco.
Era una habitación extraña en la que se sentaban los señores, seis en número y todos ellos investigadores en el ámbito de la entomología.
Un olor a alcanfor y a sándalo intensificaba la penetrante atmósfera cadavérica que se desprendía de los diodontes que colgaban del techo sostenidos por cordones —con ojos saltones, como cabezas cortadas de espectrales espectadores—; de las máscaras diabólicas de salvajes tribus insulares, pintadas de un verde y de un rojo chillones; de los huevos de avestruz; de las mandíbulas de tiburón; de deformes cuerpos de simios, y de otras muchas formas grotescas procedentes de regiones exóticas.
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.