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autor: Gustave Flaubert etiqueta: Cuento


Un Corazón Sencillo

Gustave Flaubert


Cuento


I

Durante medio siglo, las vecinas acomodadas de Pont-l'Evêque envidiaron a la señora Aubain por su criada Felicidad.

Por cien francos al año, guisaba, limpiaba la casa, lavaba, cosía y planchaba, sabía ensillar un caballo, cebar las aves, batir la manteca, y permanecía fiel a su ama, a pesar de que ésta no era una persona agradable.

Se había casado con un buen mozo sin dinero, que murió a principios de 1809, dejándola dos niños muy pequeños y bastantes deudas. Entonces vendió sus fincas, salvo la granja de Toucques y la de Sefloses, cuya renta ascendía a 5.000 francos, todo lo más, y dejó su casa de Saint-Melaine para habitar otra menos dispendiosa, que estaba detras del mercado y, en tiempos, había pertenecido a su familia.

Esta casa, con techo de pizarra, hallábase entre un pasaje y una callejuela que iban a desembocar en el río. Tenía por dentro diferencias de nivel, expuestas a tropiezos. Un vestíbulo estrecho separaba de la cocina la sala donde la señora Aubain se pasaba todo el santo día sentada a la ventana en un sillón de mimbre. Contra el zócalo, pintado de blanco, se alineaban ocho sillas de caoba. El viejo piano soportaba, bajo un barómetro, un montón piramidal de cajas y cartones. Dos poltronas de tapicería flanqueaban la chimenea, de mármol amarillo, estilo Luis XV. El reloj, en medio, representaba un templo de Vesta; y todo el cuarto trascendía algo a moho, porque el solado estaba más bajo que el jardín.


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Dominio público
36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 2 visitas.

Publicado el 26 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Un Alma de Dios

Gustave Flaubert


Cuento


I

A lo largo de medio siglo, las burguesas de Pont-l’Evêque le envidiaron a madame Aubain su criada Felicidad.

Por cien francos al año, guisaba y hacía el arreglo de la casa, lavaba, planchaba, sabía embridar un caballo, engordar las aves de corral, mazar la manteca, y fue siempre fiel a su ama —que sin embargo no siempre era una persona agradable.

Madame Aubain se había casado con un mozo guapo y pobre, que murió a principios de 1809, dejándole dos hijos muy pequeños y algunas deudas. Entonces madame Aubain vendió sus inmuebles, menos la finca de Toucques y la de Greffosses, que rentaban a lo sumo cinco mil francos, y dejó la casa de Saint-Melaine para vivir en otra menos dispendiosa que había pertenecido a sus antepasados y estaba detrás del mercado.

Esta casa, revestida de pizarra, se encontraba entre una travesía y una callecita que iba a parar al río. En el interior había desigualdades de nivel que hacían tropezar. Un pequeño vestíbulo separaba la cocina de la sala donde madame Aubain se pasaba el día entero, sentada junto a la ventana en un sillón de paja. Alineadas contra la pared, pintadas de blanco, ocho sillas de caoba. Un piano viejo soportaba, bajo un barómetro, una pirámide de cajas y de carpetas. A uno y otro lado de la chimenea, de mármol amarillo y de estilo Luis XV, dos butacas tapizadas. El reloj, en el centro, representaba un templo de Vesta. Y todo el aposento olía un poco a humedad, pues el suelo estaba más bajo que la huerta.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 278 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Leyenda de San Julián el Hospitalario

Gustave Flaubert


Cuento


I

Los padres de Julián vivían en un castillo rodeado de bosques, en la ladera de una colina. Las cuatro torres de las esquinas remataban en techumbres puntiagudas cubiertas de escamas de plomo y la base de los muros se apoyaban en bloques de rocas que se despeñaban abruptamente hasta el fondo de los fosos.

El pavimento de los patios era regular como el enlosado de una iglesia. Largas gárgolas, figurando dragones con las fauces inclinadas hacia abajo, escupían hacía la cisterna el agua de las lluvias. Y en el resalto de las ventanas de todos los pisos crecía en un tiesto de barro pintado una albahaca o un heliotropo.

Un segundo cercado, hecho de estacas, protegía en primer lugar una huerta de árboles frutales, luego un cuadro donde las flores se combinaban formando cifras, después una enramada con glorietas para tomar el fresco, y un juego de mallo que servía para entretenimiento de los pajes. Al otro lado estaban la porqueriza, los establos, el horno de cocer el pan, el lagar y los graneros. En todo el contorno prosperaba un verde pastizal, cerrado por un seto de espinos. Se vivía en paz desde hacía tanto tiempo, que ya no se bajaba el rastrillo; los fosos estaban llenos de agua; las golondrinas hacían sus nidos en las hendiduras de las almenas; y el arquero, que se pasaba el día paseando por la cortina, en cuanto el sol pegaba demasiado, se metía en la atalaya y se quedaba dormido como un fraile.

En el interior, relucían los herrajes por doquier; en los aposentos, los tapices protegían del frío; y los armarios estaban rebosantes de ropa blanca, se apilaban en las bodegas los toneles de vino, las arcas de roble reventaban bajo el peso de los sacos de dinero.


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29 págs. / 50 minutos / 343 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.