Textos por orden alfabético de Gustavo Adolfo Bécquer | pág. 4

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autor: Gustavo Adolfo Bécquer


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Un Boceto del Natural

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Me encontraba accidentalmente en un puerto de mar, durante la estación de baños. Merced a mi antiguo conocimiento con una familia que, aunque establecida en la corte, acostumbraba pasar dos o tres meses del verano en aquel punto, había logrado hacerme en pocos días de algunas agradables relaciones entre las personas más distinguidas de la población.

Después de haber sufrido en materia de amores, no diré desengaños, sino alguna que otra contrariedad, explotaba por aquella época el filón de las amistades femeninas. Entre las varias mujeres con que había intimado, fiel a mi propósito de cultivar ese género de relaciones que se mantienen en el justo medio de las simpatías, se contaban dos hermanas, las dos bonitas, las dos discretas, a pesar de que la una pecaba un poco de aturdida, mientras la otra tenía de cuando en cuando sus puntas de sentimentalismo.


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Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Lance Pesado

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


Como a la mitad del camino que conduce de Ágreda a Tarazona y en una hondonada por la que corre un pequeño arroyo, hay una casuca de miserable aspecto, especie de barraca con honores de venta, donde los arrieros castellanos y aragoneses se detienen a echar un trago en los días de calor o a sentarse un rato a la lumbre cuando sopla el cierzo o cae una nevada. La venta no es de los lugares más seguros que digamos; las crónicas del país refieren mil y mil historietas de asaltos nocturnos, robos y muertes acontecidos en sus alrededores y sin duda alguna fraguados por los pajarracos de cuenta que aquí concurrían, y encubiertos por el antiguo ventero, hombre de tan mala vida como mal fin dicen que tuvo.

Las continuadas visitas de la Guardia Civil y el haber cambiado la venta de dueño han sido causas más que suficientes para hacer de aquellos lugares, antes temibles, uno de los pasos más seguros del camino de Tarazona. Así me lo aseguraron al menos gentes conocedoras de la comarca; pero, como suele decirse, cría fama y échate a dormir. Rara es la persona que cuando comienza a internarse en aquel barranco, donde por todas partes limitan el horizonte las quiebras del terreno y en cuyo fondo se ve la casuquilla sucia, oscura, y ruinosa y como agazapada al borde de la senda, al acecho del caminante; rara es la persona, repetimos, y sobre todo si tiene algo que perder, que no tienda a su alrededor una mirada de inquietud, y después de cerciorarse de que su escopeta está cebada y pronta, no arrima los talones a la caballería que le conduce, por aquello de que el mal paso andarlo pronto.

La primera y única vez que he llegado a aquel punto no la olvidaré nunca. Hay acontecimientos en la vida tan extraños y horribles que, si cien años viviéramos, los tendríamos siempre tan frescos en la memoria como el día que tuvieron lugar. El que voy a referir es seguramente uno.


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Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Tesoro

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


¡Ánimo, amigo don Restituto, ánimo! Más trabajo pasaría Colón para descubrir el Nuevo Mundo, y usted no podrá menos de convenir que se trataba de una bicoca comparado con el asunto que traemos entre manos. El Arte, la Arqueología y la Historia aguardan impacientes el resultado de nuestra arriesgada empresa. La Europa científica tiene sus ojos en nosotros. Ánimo, amigo mío, ánimo, que ya tocamos al término de la expedición.

Hora es de que toquemos a cualquier parte, porque, si he de decir la verdad, confieso que no puedo ya ni con la fe de bautismo en papeles. ¡Qué vericuetos tan horribles y qué sendas tan impracticables! Esto no es camino de hombres, sino de cabras.

¿Ve usted aquel pueblecito medio oculto entre las ondulaciones del valle que se extiende a nuestros pies? Pues en el mismo lugar en que se levantan las cuatro chozas que lo componen, ni un palmo más acá ni más allá, estuvo situada en los tiempos pretéritos la famosa Micaonia de los fenicios, la Micegarie o Micogurioe de los romanos y la Guadalmicola de los árabes, que merced al trastorno de las edades y las cosas ha venido a ser el Cebollino de nuestros días.

— Pero, ¿está usted seguro?

— Pues, hombre, no faltaba otra cosa... Quinto Curcio lo asegura; ambos Plinios, el joven y el viejo, lo confirman; Sardanápalo, Príamo y Confucio habían ya iniciado la misma idea, y si bien el judío don Rabí Ben— Arras y el moro Tarfe son de distinta opinión, los cronicones del arzobispo Turpín y las Memorias del preste Juan de las Indias han resuelto hasta la más insignificante duda que pudiera ocurrir sobre el asunto.

— ¿De modo que puede darse por cosa hecha que encontraremos lo que se busca?


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Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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