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autor: Gustavo Adolfo Bécquer textos disponibles


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La Cueva de la Mora

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Frente al establecimiento de baños de Fitero, y sobre unas rocas cortadas á pico, á cuyos pies corre el río Alhama, se ven todavía los restos abandonados de un castillo árabe, célebre en los fastos gloriosos de la Reconquista, por haber sido teatro de grandes y memorables hazañas, así por parte de los que lo defendieron, como de los que valerosamente clavaron sobre sus almenas el estandarte de la cruz.

De los muros no quedan más que algunos ruinosos vestigios; las piedras de la atalaya han caído unas sobre otras al foso, y lo han cegado por completo; en el patio de armas crecen zarzales y matas de jaramago; por todas partes adonde se vuelven los ojos no se ven más que arcos rotos, sillares oscuros y carcomidos; aquí un lienzo de barbacana, entre cuyas hendiduras nace la hiedra; allí un torreón, que aún se tiene en pie como por milagro; más allá los postes de argamasa, con las anillas de hierro que sostenían el puente colgante.

Durante mi estancia en los baños, ya por hacer ejercicio que, según me decían, era conveniente al estado de mi salud, ya arastrado por la curiosidad, todas las tardes tomaba entre aquellos vericuetos el camino que conduce á las ruinas de la fortaleza árabe, y allí me pasaba las horas y las horas escarbando el suelo por ver si encontraba algunas armas, dando golpes en los muros para observar si estaban huecos y sorprender el escondrijo de un tesoro, y metiéndome por todos los rincones con la idea de encontrar la entrada de algunos de esos subterráneos que es fama existen en todos los castillos de los moros.

Mis diligentes pesquisas fueron por demás infructuosas.


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6 págs. / 10 minutos / 513 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gnomo

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Las muchachas del lugar volvían de la fuente con sus cántaros en la cabeza; volvían cantando y riendo con un ruido y una algazara, que sólo pudieran compararse á la alegre algarabía de una banda de golondrinas cuando revolotean espesas como el granizo alrededor de la veleta de un campanario.

En el pórtico de la iglesia, y sentado al pie de un enebro, estaba el tío Gregorio. El tío Gregorio era el más viejecito del lugar; tenía cerca de noventa navidades, el pelo blanco, la boca de risa, los ojos alegres y las manos temblonas. De niño fué pastor, de joven soldado; después cultivó una pequeña heredad, patrimonio de sus padres, hasta que, por último le faltaron las fuerzas y se sentó tranquilo á esperar la muerte, que ni temía ni deseaba. Nadie contaba un chascarrillo con más gracia que él, ni sabía historias más estupendas, ni traía á cuento tan oportunamente un refrán, una sentencia ó un adagio.

Las muchachas, al verle, apresuraron el paso con ánimo de irle á hablar, y cuando estuvieron en el pórtico, todas comenzaron á suplicarle que les contase una historia con que entretener el tiempo que aún faltaba para hacerse de noche, que no era mucho, pues el sol poniente hería de soslayo la tierra, y la sombras de los montes se dilataban por momentos á lo largo de la llanura.

El tío Gregorio escuchó sonriendo la petición de las muchachas, las cuales, una vez obtenida la promesa de que les referiría alguna cosa, dejaron los cántaros en el suelo, y sentándose á su alrededor formaron un corro, en cuyo centro quedó el viejecito, que comenzó á hablarles de esta manera:

— No os contaré una historia, porque aunque recuerdo algunas en este momento, atañen á cosas tan graves, que ni vosotras, que sois unas locuelas, me prestaríais atención para escucharlas, ni á mí, por lo avanzado de la tarde, me quedaría espacio para referirlas. Os daré en su lugar un consejo.


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15 págs. / 27 minutos / 949 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Creed en Dios

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


CANTIGA PROVENZAL

Yo fui el verdadero Teobaldo de Montagut,
barón do Forteastell. Noble ó
villano, señor ó pechero, tú, cualquiera
que seas, que te detienes un instante al
borde de mi sepultura, cree en Dios, como yo he
creido, y ruégale por mí».

I

Nobles aventureros, que puesta la lanza en la cuja, caída la visera del casco y jinetes sobre un corcel poderoso, recorréis la tierra sin más patrimonio que vuestro nombre clarísimo y vuestro montante, buscando honra y prez en la profesión de las armas; si al atravesar el quebrado valle de Alontagut os han sorprendido en él la tormenta y la noche, y habéis encontrado un refugio en las ruinas del monasterio que aún se ve en su fondo, oidme.

II

Pastores, que seguís con lento paso vuestras ovejas que pacen derramadas por las colinas y las llanuras; si al conducirlas al borde del trasparente riachuelo que corre, forcejea y salta por entre los peñascos del valle de Montagut en el rigor del verano, y en una siesta de fuego habéis encontrado la sombra y el reposo al pie de las derruidas arcadas del monasterio, cuyos musgosos pilares besan las ondas, oidme.

III

Niñas de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecéis felices al abrigo de vuestra humildad; si en la mañana del santo Patrono de estos lugares, al bajar al valle de Montagut á coger tréboles y margaritas con que embellecer su retablo, venciendo el temor que os inspira el sombrío monasterio que se alza en sus peñas, habéis penetrado en su claustro mudo y desierto para vagar entre sus abandonadas tumbas, á cuyos bordes crecen las margaritas más dobles y los jacintos más azules, oidme.


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11 págs. / 20 minutos / 485 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Caudillo de las Manos Rojas

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


CAPÍTULO PRIMERO

I

El sol ha desaparecido tras las cimas del Habwi, y la sombra de esta montaña envuelve con un velo de crespón a la perla de las ciudades de Orisa, a la gentil Kattak, que duerme a sus pies, entre los bosques de canela y sicomoros, semejante a una paloma que descansa sobre un nido de flores.

II

El día que muere y la noche que nace luchan un momento, mientras la azulada niebla del crepúsculo tiende sus alas diáfanas sobre los valles robando el color y las formas a los objetos, que parecen vacilar agitados por el soplo de un espíritu.

III

Los confusos rumores de la ciudad, que se evaporan temblando; los melancólicos suspiros de la noche, que se dilatan de eco en eco repetidos por las aves; los mil ruidos misteriosos que, como un himno a la divinidad, levanta la creación al nacer y al morir el astro que la vivifica, se unen al murmullo del Jawkior, cuyas ondas besa la brisa de la tarde, produciendo un canto dulce, vago y perdido como las ultimas notas de la improvisación de una bayadera.

IV

La noche vence, el cielo se corona de estrellas y las torres de Kattak, para rivalizar con él se ciñen una diadema de antorchas. ¿Quien es ese caudillo que aparece al pie de sus muros al mismo tiempo que la luna se levanta entre ligeras nubes más allá de los montes a cuyos pies corre el Ganges como un inmensa serpiente azul con escamas de plata?.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 287 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Arquitectura Árabe en Toledo

Gustavo Adolfo Bécquer


Historia, Arquitectura, Arte


Llevando en una mano el Corán y en la otra la espada, los hijos de Ismael habían ya recorrido una gran parte del mundo. Merced á la sangrienta persecución de estos guerreros apóstoles del falso profeta, el Oriente comenzaba á constituirse en un gran pueblo, y el Asia y el África se unían por medio del lazo de las creencias, santificado con el sello de las victorias, cuando la traición abrió nuestra Península á las huestes de Tarif y la monarquía gótica cayó derrocada en las orillas del Guadalete con su último rey.

Acostumbrados á vencer, los árabes no tardaron mucho en posesionarse de casi todo el reino. Como es indudable que á sus conquistas presidía un gran pensamiento, el exterminio no siguió de cerca á sus victorias: las ventajosas condiciones con que aceptaron la rendición de un gran número de ciudades, los privilegies en el goce de los cuales dejaron á sus cristianos, prueban claramente que antes trataban de consolidar que de destruir, y que al emprender sus aventuradas expediciones, no les impulsaba sólo una sed de combates sin fruto y de triunfos efímeros. La historia de los grandes conquistadores de todas las épocas ofrece muy raros ejemplos de estas elevadas máximas de sabiduría, puestas en acción por los árabes en la larga carrera de sus victorias.

Dueños, pues, de casi toda la Península ibérica, y calmada la sed de luchas y de dominios que agitó el espíritu guerrero de aquellas razas ardientes, salidas de entre las abrasadoras arenas del Desierto, las diversas ideas de civilización y de adelanto, rico botín de la inteligencia que habían recogido en su marcha triunfal á través de las antiguas naciones, comenzaron á fundirse en su imaginación en un solo pensamiento regenerador.


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7 págs. / 13 minutos / 595 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Mujer de Piedra

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


(fragmento)

Yo tengo una particular predilección hacia todo lo que no puede vulgarizar el contacto ó el juicio de la multitud indiferente. Si pintara paisajes, los pintaría sin figuras. Me gustan las ideas peregrinas que resbalan sin dejar huella por las inteligencias de los hombres positivistas, como una gota de agua sobre un tablero de mármol. En las ciudades que visito, busco las calles estrechas y solitarias; en los edificios que recorro, los rincones oscuros y los ángulos de los patios interiores, donde crece la hierba, y la humedad enriquece con sus manchas de color verdoso la tostada tinta del muro; en las mujeres que me causan impresión, algo de misterioso que creo traslucir confusamente en el fondo de sus pupilas, como el resplandor incierto de una lámpara, que arde ignorada en el santuario de su corazón, sin que nadie sospeche su existencia; hasta en las flores de un mismo arbusto, creo encontrar algo de más pudoroso y excitante en la que se esconde entre las hojas y allí, oculta, llena de perfume el aire sin que la profanen las miradas. Encuentro en todo ello algo de la virginidad de los sentimientos y de las cosas.

Esta pronunciada afición degenera á veces en extravagancia, y sólo teniéndola en cuenta, podrá comprenderse la historia que voy á referir.


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Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 684 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2019 por Edu Robsy.

¡Es Raro!

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


Tomábamos el té en casa de una señora amiga mía, y se hablaba de esos dramas sociales que se desarrollan ignorados del mundo, y cuyos protagonistas hemos conocido, si es que no hemos hecho un papel en alguna de sus escenas.

Entre otras muchas personas que no recuerdo, se encontraba allí una niña rubia, blanca y esbelta, que á tener una corona de flores en lugar del legañoso perrillo, que gruñía medio oculto entre los anchos pliegues de su falda, hubiérasela comparado sin exagerar con la Ofelia de Shakespeare.

Tan puros eran el blanco de su frente y el azul de sus ojos.

De pie, apoyada una mano en la cánsense de terciopelo azul que ocupaba la niña rubia, y acariciando con la otra los preciosos dijes de su cadena de oro, hablaba con ella un joven, en cuya afectada pronunciación se notaba un leve acento extranjero, á pesar de que su aire y su tipo eran tan españoles como los del Cid ó Bernardo del Carpió.

Un señor de cierta edad, alto, seco, de maneras distinguidas y afables, y que parecía seriamente preocupado en la operación de dulcificar á punto su taza de té, completaba el grupo de las personas más próximas á la chimenea, al calor de la cual me senté para contar esta historia. Esta historia parece un cuento, pero no lo es: de ella pudiera hacerse un libro; yo lo he hecho algunas veces en mi imaginación. No obstante, la referiré en pocas palabras, pues para el que haya de comprenderla, todavía sobrarán algunas.

I

Andrés, porque así se llamaba el héroe de mi narración, era uno de esos hombres en cuya alma rebosan el sentimiento que no han gastado nunca, y el cariño que no pueden depositar en nadie.

Huérfano casi al nacer, quedó al cuidado de unos parientes. Ignoro los detalles de su niñez: sólo puedo decir que cuando le hablaban de ella, se oscurecía su frente, y exclamaba con un suspiro: ¡Ya pasó aquello!


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10 págs. / 18 minutos / 307 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Cartas desde mi Celda

Gustavo Adolfo Bécquer


Carta, Artículo


Primera carta

Queridos amigos:

Heme aquí trasportado de la noche á la mañana á mi escondido valle de Veruela; heme aquí instalado de nuevo en el oscuro rincón del cual salí por un momento para tener el gusto de estrecharos la mano una vez más, fumar un cigarro juntos, charlar un poco y recordar las agradables, aunque inquietas horas de mi antigua vida. Cuando se deja una ciudad por otra, particularmente hoy, que todos los grandes centros de población se parecen, apenas se percibe el aislamiento en que nos encontramos, antojándosenos, al ver la identidad de los edificios, los trajes y las costumbres, que al volver la primera esquina vamos á hallar la casa á que concurríamos, las personas que estimábamos, las gentes á quienes teníamos costumbre de ver y hallar de continuo. En el fondo de este valle, cuya melancólica belleza impresiona profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge á la vez, diríase por el contrario, que los montes que lo cierran como un valladar inaccesible, me separan por completo del mundo. ¡Tan notable es el contraste de cuanto se ofrece á mis ojos; tan vagos y perdidos quedan al confundirse entre la multitud de nuevas ideas y sensaciones los recuerdos de las cosas más recientes!


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110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 763 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Historia de una Mariposa y una Araña

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


Después de tanto escribir para los demás, permitidme que un día escriba para mí.

En el discurso de mi vida me han pasado una multitud de cosas sin importancia que, sin que yo sepa el porqué, las tengo siempre en la memoria.

Yo, que olvido con la facilidad del mundo las fechas más memorables, y apenas si guardo un recuerdo confuso y semejante al de un sueño desvanecido de los acontecimientos que, por decirlo así, han cambiado mi suerte, puedo referir con los detalles más minuciosos lo que me sucedió tal o cual día, paseándome por esta o la otra parte, cuanto se dijo en una conversación sin interés ninguno tenida hace seis o siete años, o el traje, las señas y la fisonomía de una persona desconocida que mientras yo hacía esto o lo de más allá, se puso a mi lado, o me miró o le dirigí la palabra. En algunas ocasiones, y por lo regular cuando quisiera tener el pensamiento más distante de tales majaderías, porque una ocupación seria reclama mi atención y el empleo de todas mis facultades, acontece que comienzan a agolparse a mi memoria estos recuerdos importunos y la imaginación, saltando de idea en idea, se entretiene en reunirlas como en un mosaico disparatado y extravagante.

A veces creo que entre tal mujer que vi en un sitio cualquiera, entre otras ciento que he olvidado, y tal canción que oí mucho tiempo después y recuerdo mejor que otras canciones que no he podido recordar nunca, hay alguna afinidad secreta, porque a mi imaginación se ofrecen al par y siempre van unidas en mi memoria, sin que en apariencia halle entre las dos ningún punto de contacto. También me sucede dar por seguro que un hombre determinado, a quien apenas conozco, y que sin saber por qué, lo tengo a todas horas presente, ha de ejercer algún influjo en mi porvenir, y me espera en el camino de mi vida para salirme al encuentro.


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5 págs. / 8 minutos / 216 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Memorias de un Pavo

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


No hace mucho que invitado a comer en casa de un amigo, después que sirvieron otros platos confortables, hizo su entrada triunfal el clásico pavo, de rigor durante las Pascuas en toda mesa que se respete un poco y que tenga en algo las antiguas tradiciones y las costumbres de nuestro país.

Ninguno de los presentes al convite, incluso el anfitrión, éramos muy fuertes en el arte de trinchar, razón por la que mentalmente todos debimos coincidir en el elogio del uso últimamente establecido de servir las aves trinchadas. Pero como, sea por respeto al rigorismo de la ceremonia, que en estas solemnidades y para dar a conocer, sin que quede género de duda, que el pavo es pavo, parece exigir que éste salga a la liza en una pieza; sea por un involuntario olvido o por otra causa que no es del caso averiguar, el animalito en cuestión estaba allí íntegro y pidiendo a voces un cuchillo que lo destrozase; me decidí a hacerlo, y poniendo mi esperanza en Dios y mi memoria en el Compendio de Urbanidad que estudié en el colegio, donde, entre otras cosas no menos útiles, me enseñaron algo de este difícil arte, empuñé el trinchante en la una mano, blandí el acero con la otra, y salga lo que saliere, le tiré un golpe furibundo.

El cuchillo penetró hasta las más recónditas regiones del ya implume bípedo; mas juzguen mis lectores cuál no sería mi sorpresa, al notar que la hoja tropezaba en aquellas interioridades con un cuerpo extraño.

—¿Qué diantre tiene este animal en el cuerpo? —exclamé, con un gesto de asombro e interrogando con la vista al dueño de la casa.

—¿Qué ha de tener? —me contestó mi amigo, con la mayor naturalidad del mundo—. Que está relleno.

—¿Relleno de qué? —proseguí yo, pugnando por descubrir la causa de mi estupefacción—. Por lo visto, debe ser de papeles, pues a juzgar por lo que se toca con el cuchillo, este animal trae un protocolo en el buche.


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7 págs. / 12 minutos / 239 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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