Textos más populares esta semana de Guy de Maupassant etiquetados como Cuento publicados el 8 de junio de 2016 | pág. 4

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autor: Guy de Maupassant etiqueta: Cuento fecha: 08-06-2016


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La Baronesa

Guy de Maupassant


Cuento


Podrás ver antigüedades interesantes —me dijo mi amigo Boisrené—, ven conmigo.

Me llevó, pues, al primer piso de una hermosa casa, en una gran calle de París. Nos recibió un hombre de excelente porte, de modales perfectos, que nos paseó de estancia en estancia enseñándonos objetos raros cuyo precio decía con negligencia. Las grandes sumas, diez, veinte, treinta, cincuenta mil francos salían de sus labios con tanta gracia y facilidad que no cabía duda de que la caja fuerte de aquel comerciante, hombre de mundo, encerraba millones.

Yo lo conocía de nombre desde hacía tiempo. Muy hábil, muy flexible, muy inteligente, servía de intermediario para toda clase de transacciones. Relacionado con todos los coleccionistas más ricos de París, e incluso de Europa y América, conocedor de sus gustos, de sus preferencias del momento, los avisaba con un billete o un despacho, si vivían en una ciudad lejana, en cuanto sabía de un objeto en venta que pudiera convenirles.

Hombres de la mejor sociedad habían recurrido a él en trances apurados, bien para conseguir dinero para el juego, bien para pagar una deuda, bien para vender un cuadro, una joya de familia, un tapiz e incluso un caballo o una finca en los días de crisis aguda. Decían que jamás negaba sus servicios cuando preveía una posibilidad de ganancia.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Salto del Pastor

Guy de Maupassant


Cuento


Desde Dieppe al Havre, la costa presenta un acantilado ininterrumpido, de unos cien metros de longitud, vertical como una muralla. De vez en cuando, esa gran línea de rocas blancas se rompe bruscamente, y un pequeño valle estrecho, con laderas cubiertas de hierba rasa y juncos marinos, desciende desde la meseta cultivada hacia una playa de guijarros donde desemboca por una rambla, semejante al lecho de un torrente. La naturaleza hizo esos valles, la lluvia de tormenta los terminó con esas ramblas, entallando lo que quedaba de acantilado, ahondando hasta el mar el lecho de las aguas que sirve de paso a las personas. A veces, algún pueblo se halla acurrucado en esos valles hasta donde penetra el viento del mar.

He pasado el verano en una de esas calas de la costa, alojado por un campesino, cuya casa, orientada hacia el mar, me permitía ver desde mi ventana un gran triángulo de agua azul, enmarcada por las laderas verdes del valle y salpicada a veces por las velas blancas que pasaban a lo lejos, bajo el sol.

El camino que se dirigía al mar seguía el fondo de la garganta, y bruscamente, se hundía entre dos muros de marga, se convertía en una especie de surco profundo, antes de desembocar en la bella extensión de cantos rodados, redondeados y pulidos por la secular caricia de las olas. Ese paso encajonado se llama «El Salto del Pastor». Éste es el drama que hizo que así lo llamaran:


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El "rosier" de la señora Husson

Guy de Maupassant


Cuento


Acabábamos de pasar por Gisors donde me había despertado al oír el nombre de la ciudad gritado por los empleados e iba a adormecerme de nuevo cuando una sacudida horrorosa me lanzó sobre la gruesa dama que se encontraba sentada frente a mí.

Una rueda se le había roto a la locomotora que yacía atravesada en la vía. El ténder y el vagón de equipajes, también descarrilados, se habían acostado al lado de esta moribunda que roncaba, gemía, silbaba, soplaba, escupía, parecía uno de esos caballos caídos en la calle, cuyo flanco se mueve, cuyo pecho palpita, cuyos ollares humean, y cuyo cuerpo completo tiembla, pero que no parecen capaces de hacer el menor esfuerzo para levantarse y volver a caminar. No había muertos ni heridos, sólo unos cuantos contusionados, pues el tren no había alcanzado aún mucha velocidad, y mirábamos desolados, el grueso animal de hierro lisiado, que ya no podría transportarnos y que bloqueaba la vía por mucho tiempo quizá, pues sería necesario sin duda traer un tren de socorro desde París.

Eran las diez de la mañana, y me decidí de inmediato a regresar a Gisors para almorzar allí. Mientras caminaba por la vía me preguntaba: «Gisors, Gisors, yo conozco a alguien aquí. Pero ¿quién? ¿Gisors? Veamos, yo tengo un amigo en esta ciudad.» Y de pronto, un nombre surgió de mi memoria: «Albert Marambot». Era un antiguo compañero de colegio, que no había vuelto a ver desde hacía doce años por lo menos, y que ejercía en Gisors la profesión de médico. Con frecuencia me había escrito invitándome; yo le había prometido venir, pero sin cumplir mi promesa. Esta vez, por fin, aprovecharía la ocasión. Pregunto al primer transeúnte que encuentro:

—¿Sabe usted dónde vive el doctor Marambot?


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Viejo Milon

Guy de Maupassant


Cuento


Desde hace un mes, un sol abrasador lanza sobre los campos su lumbre. Una vida radiante estalla bajo ese diluvio de fuego; la tierra está verde hasta perderse de vista. Hasta los límites del horizonte, el cielo es azul. Las granjas normandas diseminadas por la llanuras parecen, desde lejos, bosquecillos, encerradas en su cinturón de esbeltas hayas. De cerca, cuando se abre la carcomida barrera, se cree ver un gigantesco jardín, pues todos los antiguos manzanos, tan huesudos como los campesinos, están en flor. Los viejos troncos negros, nudosos, retorcidos, alineados junto al corral, despliegan bajo el cielo sus copas deslumbrantes, blancas y rosas. El dulce perfume de su floración se mezcla con el intenso olor de los establos abiertos y con los vapores del estiércol que fermenta, cubierto de gallinas.

Es mediodía. La familia come a la sombra del peral plantado ante la puerta: el padre, la madre, los cuatro hijos, las dos sirvientas y los tres criados. Apenas hablan. Toman la sopa, después destapan la fuente de estofado llena de papas con tocino.

De vez en cuando una sirvienta se levanta y va a la bodega a llenar la jarra de sidra.

El hombre, un tipo alto de cuarenta años, contempla, pegada a la casa, una parra que ha quedado desnuda, y que corre, retorcida como una serpiente, bajo los postigos, a lo largo del muro.

Dice por fin:

—La parra del viejo brota pronto este año. Pues que dé fruto.

La mujer también se vuelve y mira, sin decir una palabra.

Esa parra está plantada justamente en el lugar donde el viejo fue fusilado.

Era durante la guerra de 1870. Los prusianos ocupaban toda la comarca. El general Faidherbe, con el ejército del Norte, les hacía frente.

Ahora bien, el Estado Mayor prusiano se había emplazado en aquella granja. El campesino que la poseía, el viejo Pierre Milon, los recibió e instaló como mejor pudo.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En los Campos

Guy de Maupassant


Cuento


Las dos casuchas estaban juntas, al pie de una colina, próximas a una pequeña ciudad balneario. Los dos campesinos trabajaban penosamente la tierra infecunda para criar a todos sus hijos. Cada matrimonio tenía cuatro. Delante de las dos puertas vecinas, toda la chiquillería bullía de la mañana a la noche. Los dos mayores tenían seis años y los dos pequeños en torno a quince meses; las bodas, y después los nacimientos, se habían producido casi simultáneamente en una casa y en la otra. Las dos madres apenas distinguían a sus hijos en el montón; y los dos padres los confundían por completo. Los ocho nombres danzaban en sus cabezas, mezclándose sin cesar; y, cuando tenían que llamar a uno, los hombres gritaban con frecuencia tres nombres antes de dar con el verdadero.

La primera de las dos viviendas, según se venía del balneario de Rolleport, estaba ocupada por los Tuvache, que tenían tres chicas y un chico; la otra vivienda alojaba a los Vallin, que tenían una chica y tres chicos. Todos ellos sobrevivían penosamente a base de sopa, papas y aire libre. A las siete de la mañana, a mediodía, y luego a las seis de la tarde, las mujeres reunían a sus chiquillos para darles de comer, del mismo modo que los guardianes de ocas reúnen a sus animales. Los niños se sentaban por edades, ante una mesa de madera, barnizada por cincuenta años de uso. Al más pequeño apenas le llegaba la boca a la altura de la plancha. Colocaban ante ellos un plato hondo lleno de pan mojado en el agua en la que se habían cocido patatas, media col y tres cebollas; y toda la descendencia comía hasta saciar el hambre. La madre daba de comer ella misma al más pequeño. Un poco de carne en el puchero, el domingo, era una fiesta para todos; y el padre, ese día, prolongaba la comida repitiendo: «Me acostumbraría a esto todos los días.»


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Historia Corsa

Guy de Maupassant


Cuento


Dos gendarmes habían sido asesinados aquellos últimos días mientras conducían un prisionero corso de Corte a Ajaccio. Ahora bien, cada año, en esta clásica tierra de bandolerismo, tenemos gendarmes destripados por los salvajes lugareños de esta isla, refugiados en las montañas después de alguna vendetta. El legendario matorral esconde en estos momentos, según la apreciación de los propios señores magistrados, de ciento cincuenta a doscientos vagabundos de este tipo que viven en las cumbres, entre las rocas y la maleza, alimentados por la población, gracias al terror que infunden.

No hablaré de los hermanos Bellacoscia cuya situación de bandoleros es casi oficial y que ocupan el Monte de Oro, a las puertas de Ajaccio, bajo la mirada de la autoridad. Córcega es un departamento francés, esto ocurre pues en plena patria; y nadie se inquieta por esta provocación lanzada a la justicia. ¡Sin embargo cómo hemos tenido continuamente en mente las incursiones de algunos bandoleros kroumirs, tribu errante y bárbara, en la frontera casi indeterminada de nuestras posesiones africanas!

Y hete aquí que a propósito de este crimen me viene el recuerdo de un viaje a esta magnífica isla y de una sencilla, muy sencilla, pero muy típica aventura, donde capté el espíritu propio de esta raza consagrada intensamente a la venganza.

Yo tenía que ir de Ajaccio a Bastia, primero por la costa y después por el interior, atravesando el salvaje y árido valle del Niolo, que allí denominan la ciudadela de la libertad, porque, en cada invasión de la isla por los genoveses, los moros o los franceses, fue en este lugar inabordable donde los partisanos corsos se refugiaron siempre sin que jamás se les pudiera dar caza o dominar.

Yo tenía cartas de recomendación para el camino, ya que los propios albergues son todavía desconocidos en esta tierra, y hace falta demandar hospitalidad como en los viejos tiempos.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La aventura de Wálter Schbaffs

Guy de Maupassant


Cuento


Desde su entrada en Francia con el ejército invasor, Wálter Schnaffs se creía el más desdichado de los hombres. Era gordo, andaba con dificultad, se ahogaba y le dolían los pies. Era pacífico y bondadoso, nunca sanguinario; padre de cuatro niños, a los cuales adoraba, y esposo de una joven rubia, cuyos cuidados, ternuras y caricias echaba de menos a todas horas. Le gustaba levantarse tarde y acostarse pronto, comer lentamente manjares bien condimentados y tomar cerveza en las cervecerías. Afirmaba que todas las dulzuras de la existencia desaparecen con la vida, y sentía un odio inextinguible, instintivo y razonado a un tiempo, hacia los cañones, fusiles, revólveres y sables; pero, sobre todo, le inspiraban horror las bayonetas, sintiéndose incapaz de esgrimir ágilmente semejante arma para defender su vientre.

Y cuando, al llegar la noche, se veía obligado a dormir en el suelo, envuelto en su capote, junto a sus camaradas que roncaban, pensaba en la familia que dejó y en los peligros constantes de la guerra. Si muriese, ¿qué sería de sus hijitos? ¿Quién los mantendría? ¿Quién los educaría? Ni aun viviendo él estarían muy sobrados, a pesar del esfuerzo que hizo para dejarles, al partir, algún dinero. Y, a veces, Wálter Schnaffs lloraba.

Al principio de los combates las piernas le flaqueaban de tal modo que se hubiera dejado caer, sin el temor de que toda la tropa lo pisoteara. El silbido de las balas le ponía siempre los pelos de punta.

Vivía siempre atemorizado y angustioso.

El cuerpo de ejército de que formaba parte avanzaba hacia Normandía y en una ocasión lo comisionaron para reconocer un terreno, dándole un corto destacamento que debía explorar la comarca y replegarse inmediatamente. Todo parecía tranquilo en las cercanías y nada indicaba una resistencia.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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