Textos más populares este mes de Guy de Maupassant etiquetados como Cuento | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 161 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Guy de Maupassant etiqueta: Cuento


12345

Miseria Humana

Guy de Maupassant


Cuento


Jean d´Espars se animaba:

—Déjenme en paz con vuestra felicidad de zotes, vuestra dicha de imbéciles que satisface una simpleza cada vez más vulgar, un vaso de viejo vino o el roce de una hembra. Yo os digo, yo, que la miseria humana me destroza, que la veo por todas partes, con ojos agudos, que la encuentro donde ustedes no perciben nada, ustedes, que van por la calle con el pensamiento en la fiesta de esta tarde o en la fiesta de mañana. Miren, el otro día, avenida de la Ópera, en el medio de un público bullicioso y jovial que el sol de mayo embriagaba, vi pasar de repente a un ser, un ser innombrable, una vieja curvada en dos, vestida de andrajos que fueron vestidos, cubierta con un sombrero de paja negro, completamente despojada de sus viejos ornamentos, cintas y flores desaparecidas desde tiempos indefinidos. Y ella iba arrastrando sus pies tan penosamente, que yo sentía en el corazón, tanto como ella misma, más que ella misma, el dolor de todos sus pasos. Dos bastones la sostenían. ¡Ella pasaba sin ver a nadie, indiferente a todo, al ruido, a la gente, a los coches, al sol! ¿ A dónde iba?¿Hacia qué cuchitril? ¿Llevaba algo envuelto en un papel, que colgaba del extremo de una cuerda? ¿Qué?¿ Pan? Si, sin duda. Nadie, ningún vecino habiendo o querido hacer por ella este recorrido, ella había emprendido, ella, este viaje horrible, de su buhardilla al panadero. Dos horas de camino, al menos, para ir y venir. ¡Y que camino doloroso!¡un calvario más terrible que el de Cristo!

Levanté los ojos hacia los techos de las casas inmensas. ¡Ella iba allá arriba! ¿Cuándo llegaría allí?¿Cuántos descansos jadeantes sobre los peldaños, a lo largo de la pequeña escalera negra y tortuosa?


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 240 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Caso de Divorcio

Guy de Maupassant


Cuento


El abogado de la señora Chassel tiene la palabra y dice:

"Señor presidente:

Señores magistrados:

El pleito de cuya defensa estoy encargado , constituye más bien una cuestión medica que jurídica; es un caso patológico, más que un caso de derecho. Los hechos origen de esta causa aparecen claros al primer golpe de vista.

Un hombre joven, rico, de alma noble y exaltada y corazón generoso, se enamora de una joven extraordinariamente hermosa, adorable, encantadora, graciosa, linda, buena y se casa con ella.

Durante algún tiempo la conducta de este hombre para con su mujer fue la del esposo lleno de ternura y de cuidados; después su cariño va enfriándose hasta el punto de sentir hacia ella una repulsión indecible, un extraordinario desamor. Llegó a pegarle un día, no solamente sin razón, sino sin pretexto.

No pienso, señores, pintaros el cuadro de esos procederes extraños, incomprensibles para todos. Tampoco he de esforzarme en describiros la triste vida de aquellos dos seres, ni la horrible tortura de la mujer. Para convenceros de la razón que a ésta asiste, bastará con que os lea algunos fragmentos del diario escrito por aquel desgraciado loco.

Helos aquí:

¡Qué triste! ¡Qué monótono! ¡Qué ruin y qué odioso es todo! Soñé una tierra más bella, más noble, más variada.

¡Siempre bosques; ríos que se parecen a otros ríos, llanuras que se parecen a otras llanuras!... ¡Todo igual!... ¡Todo monótono!... ¡Y el hombre!... ¿Qué es el hombre? Un animal malo, orgulloso y repugnante...

Preciso es amar, pero amar locamente, sin ver lo que se ama: porque ver es comprender y comprender es despreciar...

¿He encontrado ese amor?... Creo que sí.. Esa mujer tiene en toda su persona algo de ideal que no parece de este mundo y que da las alas a mi sueño.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 8 minutos / 71 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Abandonado

Guy de Maupassant


Cuento


—Es preciso estar loca para salir al campo a estas horas con un calor insufrible. De dos meses a esta parte, se te ocurren ideas muy extrañas. A la fuerza me haces venir a la orilla del mar, cuando en cuarenta y cinco años que llevamos de matrimonio jamás tuviste semejante fantasía. Sin pedirme parecer, eliges como residencia de verano esta población triste, Fècamp, y te invade un deseo furioso de hacer ejercicio (¡eso tú, que nunca dabas dos pasos!), al extremo de querer salir al campo a estas horas en el día más caluroso del año. Dile a nuestro amigo Apreval que te acompañe, puesto que se presta amablemente a todos tus caprichos. Yo, por mi parte, me quedo a dormir la siesta.

La señora Cadour dijo:

—¿Quiere usted acompañarme, Apreval?

Este se inclinó, sonriendo con una galantearía de los tiempos pasados. mientras decía:

—Iré a donde usted vaya.

—Bueno; vayan a coger una insolación —exclamó el señor de Cadour.

Y se metió en su cuarto del hotel de los Baños para echarse un par de horas en la cama.

Cuando la respetable señora y su antiguo compañero quedaron solos, se pusieron en marcha. Ella dijo con voz muy baja y apretándole una mano:

—¡Al fin! ¡Al fin!

Él murmuró:

—Se ha vuelto usted loca. Estoy convencido en absoluto de que se ha vuelto usted loca. Piense cuánto arriesga. Si ese hombre...

Ella le interrumpió, sobresaltada:


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 247 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Amigo José

Guy de Maupassant


Cuento


Todo el Invierno se habían tratado íntimamente en París. Después de dejar de verse, como siempre ocurre, al salir del colegio, los dos amigos se habían encontrado nuevamente una tarde en sociedad, ya viejos y canosos, soltero el uno y el otro casado ya.

El señor de Méroul pasaba seis meses en Paris y seis en su castillito de Tourbeville. Habiéndose casado con la hija de un castellano de los alrededores, había llevado una vida buena y sosegada en la indolencia del hombre que no tiene ninguna ocupación. De temperamento tranquilo y cerebro limitado, sin audacia de inteligencia, sin rebeldías independientes, transcurría para él todo el tiempo recordando dulcemente el pasado, deplorando las costumbres y las instituciones de ahora y repitiendo a cada instante a su mujer, que elevaba los ojos al cielo y en ocasiones también las manos en señal de asentimiento enérgico:

—¿Bajo qué Gobierno vivimos, Dios mío?

La señora de Méroul se parecía intelectualmente a su marido como una hermana a su hermano. Sabía, por tradición, que se ha de respetar sobre todo al papa y al rey. Y los amaba y los respetaba desde el fondo del corazón con exaltación poética, con fidelidad hereditaria, con ternura de mujer bien nacida. Era buena hasta los repliegues del alma. No había tenido hijos, y lo lamentaba sin cesar.

Cuando el señor de Méroul encontró en un baile a José Mouradour, su antiguo camarada, experimentó una alegría profunda y sencilla, porque se habían querido mucho en su juventud. Después de las exclamaciones de sorpresa ocasionadas por los cambios que la edad había producido en sus cuerpos y rostros, se habían informado recíprocamente acerca de sus existencias.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 50 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Lisiado

Guy de Maupassant


Cuento


El hecho ocurrió en 1882. Acababa de instalarme en un rincón de un compartimiento vacío, y había cerrado la portezuela con la esperanza de viajar solo, cuando volvió a abrirse de súbito y oí una voz que decía.

—¡Cuidado, señor! Nos hallamos precisamente en un cruce de líneas; el estribo está muy alto.

Otra voz respondió:

—No te preocupes; me sujeto bien.

Luego apareció una cabeza cubierta con un sombrero hongo, y dos manos, que se aferraban con firmeza a los montantes, izaron lentamente un corpachón cuyos pies al tocar el estribo hicieron el ruido que produce una estaca al golpear el suelo.

Cuando el viajero introdujo el torso en el compartimiento, vi aparecer al extremo del pantalón la contera de una pierna de palo pintada de negro, y después otra pierna de iguales características. Surgió detrás del viajero una cabeza que inquirió:

—¿Está bien instalado el señor?

—Sí, muchacho.

—Pues ahí van los paquetes y las muletas.

Y un criado, que parecía un antiguo asistente, subió a su vez con una porción de bultos envueltos en papeles negros y amarillos, cuidadosamente atados, y los dejó en la red por encima de la cabeza de su amo. Luego dijo:

—Bueno; ya está todo. Hay cinco. Los dulces, la muñeca, el fusil, el tambor y el pastel de foie—gras.

—Bien, muchacho.

—Feliz viaje, señor.

—¡Gracias, Lorenzo! ¡Sigue bien!

El criado se marchó, cerrando la portezuela, y miré a mi vecino.

Debía de tener unos treinta y cinco años, aunque su pelo era ya casi blanco. Llevaba condecoraciones; era bigotudo, robusto, muy gordo, con esa gordura que aqueja a los hombres activos y fuertes cuando una enfermedad o un accidente los obliga a permanecer casi inmóviles.

Se enjugó la frente, resopló con fuerza y preguntó, mirándome a los ojos:


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Aventura Parisiense

Guy de Maupassant


Cuento


¿Existe en la mujer un sentimiento más agudo que la curiosidad? ¡Oh! ¡Saber, conocer, tocar lo que se ha soñado! ¿Qué no haría por ello? Una mujer, cuando su curiosidad impaciente está despierta, cometerá todas las locuras, todas las imprudencias, tendrá todas las audacias, no retrocederá ante nada. Hablo de las mujeres realmente mujeres, dotadas de ese espíritu de triple fondo que parece, en la superficie, razonable y frío, pero cuyos compartimentos secretos están los tres llenos: uno de inquietud femenina siempre agitada; otro de astucia coloreada de buena fe, de esa astucia de beato, sofisticada y temible; el último, por fin, de sinvergüencería encantadora, de trapacería exquisita, de deliciosa perfidia, de todas esas perversas cualidades que empujan al suicidio a los amantes imbécilmente crédulos, pero que arroban a los otros.

Aquella cuya aventura quiero contar era una provinciana, vulgarmente honesta hasta entonces. Su vida tranquila en apariencia, discurría en su hogar, entre un marido muy ocupado y dos hijos a los que criaba como mujer irreprochable. Pero su corazón se estremecía de curiosidad insatisfecha, de un prurito de lo desconocido. Pensaba en París sin cesar, y leía ávidamente los periódicos mundanos.  La descripción de las fiestas, de los vestidos, de los placeres, hacía hervir sus deseos; pero sobre todo la turbaban misteriosamente los ecos llenos de sobreentendidos, los velos levantados a medias en frases hábiles, y que dejan entrever horizontes de disfrutes culpables y asoladores.

Desde allá lejos veía París en una apoteosis de lujo magnífico y corrompido.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 12 minutos / 76 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Horla

Guy de Maupassant


Cuento


8 de mayo

¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.

Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.

A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.

¡Qué hermosa mañana!

A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.

Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.

11 de mayo

Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.


Información texto

Protegido por copyright
27 págs. / 47 minutos / 140 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Claro de Luna

Guy de Maupassant


Cuento




El padre Marignan llevaba con gallardía su nombre de guerra. Era un hombre alto, seco, fanático, de alma exaltada, pero recta. Decididamente creyente, jamás tenía una duda. Imaginaba con sinceridad conocer perfectamente a Dios, penetrar en sus designios, voluntades e intenciones.

A veces, cuando a grandes pasos recorría el jardín del presbiterio, se le planteaba a su espíritu una interrogación: "¿Con qué fin creó Dios aquello?" Y ahincadamente buscaba una respuesta, poniéndose su pensamiento en el lugar de Dios, y casi siempre la encontraba. No era persona capaz de murmurar en un transporte de piadosa humildad: "¡Señor, tus designios son impenetrables!" El padre Marignan se decía a sí mismo: "Soy siervo de Dios; debo, por tanto, conocer sus razones de obrar y adivinar las que no conozco."

Todo le parecía creado en la naturaleza con una lógica absoluta y admirable. Los principios y fines se equilibraban perfectamente. Las auroras se habían hecho para hacer alegre el despertar, los días para madurar el trigo, las lluvias para regarlo, las tardes oscuras para predisponer al sueño, y las noches para dormir. Las cuatro estaciones correspondían totalmente a las necesidades de la agricultura; y jamás el sacerdote sospecharía que no hay intenciones en la naturaleza, y que todo lo que existe, al contrario de lo que él pensaba, se sometió a las duras necesidades de las épocas, de los climas y de la materia.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 10 minutos / 76 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Afeminado

Guy de Maupassant


Cuento


Cuántas veces oímos decir: "Es encantador este hombre, pero es una mujer, una mujer auténtica".

Vamos a hablar del afeminado, la peste de nuestro país.

Ya que nosotros, en Francia, somos todos afeminados, es decir, cambiantes, antojadizos, inocentemente pérfidos, sin orden en las convicciones o la voluntad, violentos y débiles como las mujeres.

Pero el más irritante de los afeminados es seguramente el parisino y de los bulevares, en el que las apariencias de inteligencia son más acusadas y que reúne en sí mismo, exageradas por su temperamento de hombre, todas las seducciones y todos los defectos de las encantadoras mujerzuelas.

Nuestra Cámara de Diputados está poblada de afeminados. Ellos forman el gran partido de los oportunistas amables que podríamos llamar los "hipnotizadores". Estos son los que gobiernan con palabras suaves y promesas engañosas, que saben dar la mano de forma que se creen afectos, decir "querido amigo" de una manera delicada a las personas que menos conocen, cambiar de opinión sin ni siquiera sospecharlo, exaltarse ante cualquier idea nueva, ser sincero en sus creencias cambiantes como veletas, dejarse engañar de la misma forma que ellos engañan, no recordar al día siguiente lo que dijeron la víspera.

Los periódicos están llenos de afeminados. Tal vez sea aquí donde más los encontramos, pero es también aquí donde son más necesarios. Hay que exceptuar algunas voces como "Los Debates" o "La Gaceta de Francia".

Evidentemente, todo buen periodista debe ser un poco mujer, es decir, estar a las órdenes del público, servil aceptando inconscientemente los regueros de la corriente de opinión pública, voluble y versátil, escéptico y crédulo, malvado y servicial, bromista y necio, entusiasta e irónico y siempre convencido pero sin creer en nada.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 7 minutos / 120 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Asesino

Guy de Maupassant


Cuento


El culpable era defendido por un jovencísimo abogado, un novato que habló así:

—Los hechos son innegables, señores del jurado. Mi cliente, un hombre honesto, un empleado irreprochable, bondadoso y tímido, ha asesinado a su patrón en un arrebato de cólera que resulta incomprensible. ¿Me permiten ustedes hacer una sicología de este crimen, si puedo hablar así, sin atenuar nada, sin excusar nada? Después ustedes juzgarán.

Jean-Nicolas Lougère es hijo de personas muy honorables que hicieron de él un hombre simple y respetuoso.

Este es su crimen: ¡el respeto! Este es un sentimiento, señores, que nosotros hoy ya no conocemos, del que únicamente parece quedar todavía el nombre, y cuya fuerza ha desaparecido. Es necesario entrar en determinadas familias antiguas y modestas, para encontrar esta tradición severa, esta devoción a la cosa o al hombre, al sentimiento o a la creencia revestida de un carácter sagrado, esta fe que no soporta ni la duda ni la sonrisa ni el roce de la sospecha.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 97 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

12345