La Felicidad
Guy de Maupassant
Cuento
Era la hora del té, antes que trajeran las luces. La ciudad dominaba el mar; el sol, que acababa de ponerse, había dejado el cielo rosa a su paso, salpicado de polvo de oro; y el Mediterráneo, sin una arruga, sin un estremecimiento, todavía resplandeciente bajo el día agonizante, parecía una interminable plancha de metal pulimentado.
Lejos, a la derecha, las montañas escarpadas dibujaban su perfil negro sobre el púrpura pálido del poniente.
Se hablaba del amor, se discutía sobre este viejo tema, volviéndose a decir las cosas ya dichas tantas veces. La suave melancolía del crepúsculo hacía pesadas las palabras, produciendo un sentimiento de ternura en las almas, y aquella palabra, «amor», constantemente pronunciada, tan pronto por la voz fuerte de un hombre como por una voz femenina de timbre ligero, parecía llenar el saloncito, en el que revoloteaba como un pájaro, pesando en su atmósfera como una aparición.
¿Se puede amar durante muchos años seguidos?
—Sí —decían algunos.
—No —aseguraban otros.
Distinguían los diversos casos, establecían diferencias, se citaban ejemplos; y todos, hombres y mujeres, estaban llenos de recuerdos que les volvían y turbaban, pero que no podían citar aunque los tenían a flor de labios, y parecían emocionados, hablaban de aquel tema vulgar y soberano, del acuerdo tierno y misterioso de dos seres, con una emoción honda y un interés ardiente.
De pronto, alguien, con la mirada fija en un punto lejano, exclamó:
—¡Miren allí! ¿Qué es aquello?
Sobre el mar, en el horizonte, surgía una masa gris, enorme y confusa.
Las mujeres se levantaron y contemplaron sin comprender aquel fenómeno sorprendente que jamás habían visto.
Alguien dijo:
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.