Textos más vistos de Guy de Maupassant publicados el 19 de mayo de 2016 | pág. 4

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autor: Guy de Maupassant fecha: 19-05-2016


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Los Restos del Naufragio

Guy de Maupassant


Cuento


Era ayer, 31 de Diciembre.

Acababa de almorzar con mi viejo amigo Georges Garin. El sirviente le entregó una carta cubierta de sellos y estampillas extranjeras.

Georges me dijo:

— ¿Me permites?

— Por supuesto.

Y se puso a leer ocho páginas de un manuscrito inglés grande, cruzado en todas las direcciones. Las leía lentamente, con una atención grave, con aquel interés que ponemos a las cosas que nos tocan el corazón.

Luego puso la carta en la repisa de la chimenea y dijo:

— ¡Ahí tienes una historia curiosa que nunca te conté, sin embargo, una aventura sentimental que me sucedió!. ¡Ah! ¡Ése fue un Día de Año Nuevo extraordinario. ¡Han pasado veinte años, porque tenía entonces treinta años y ahora tengo cincuenta!.

Era entonces inspector de seguros marítimos de la compañía que dirijo actualmente. Me había propuesto pasar en París la fiesta del primero de Enero, de acuerdo a la costumbre de hacer de ese día un día festivo, cuando recibí una carta del gerente, ordenándome partir inmediatamente para la Isla de Ré dónde se había varado un velero de tres palos de Saint—Nazaire, asegurado por nosotros. Eran las ocho de la mañana. Llegué a la oficina a las diez para recibir las instrucciones y esa misma tarde tomé el expreso que me dejó en La Rochelle al día siguiente el 31 de Diciembre.


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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Los Sepulcrales

Guy de Maupassant


Cuento


Estaban acabando de cenar. Eran cinco amigos, ya maduros, todos hombres de mundo y ricos; tres de ellos, casados, y los otros dos solteros. Se reunían así todos los meses, en recuerdo de sus tiempos mozos y, acabada la cena, permanecían conversando hasta las dos de la madrugada. Seguían manteniendo amistad íntima, les agradaba verse juntos y eran tal vez aquellas veladas las más felices de su vida. Charlaban de todo, de todo lo que al hombre de París interesa y divierte. Al estilo de los salones de entonces, hacían de viva voz un repaso de lo leído en los diarios de la mañana.

Uno de los más alegres entre los cinco era José de Bardón, soltero, quien sólo pensaba en vivir de la manera más caprichosa la vida parisiense. No era un libertino, ni un depravado; más bien era versátil, el calaverón todavía joven, porque apenas alcanzaba los cuarenta. Hombre de mundo, en el más amplio y benévolo sentido que se puede asignar al vocablo, estaba dotado de mucho ingenio, aunque no de gran profundidad; enterado de muchas cosas, no llegaba por eso a ser un verdadero erudito; rápido en el comprender, pero sin verdadero dominio de las materias, convertía sus observaciones y aventuras, cuanto veía, se encontraba o descubría, en episodios de novela a un tiempo cómica y filosófica, y en comentarios humorísticos que le daban en la capital fama de hombre inteligente.

Le correspondía en aquellas cenas el papel de orador. Se daba por descontado que siempre contaría algún lance, y él llevaba su cuento preparado. No aguardó, para entrar en materia, a que se lo pidiesen.


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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Mi Tío Sóstenes

Guy de Maupassant


Cuento


El tío Gregorio era un librepensador como hay muchos, librepensador de puro ignorante. Por el mismo camino llegan otros a ser creyentes. Ver a un sacerdote y sentir un furor desenfrenado, para él, era todo uno; lo amenazaba, le hacía burla, y se curaba en salud por si le había dado mal de ojo; es decir, que ya no era un librepensador verdadero, pues creía en el mal de ojo; y tratándose de creencias irreflexivas, hay que rendirse a todas o no tener ninguna.

Yo, que soy también un librepensador, es decir, un refractario a todos los dogmas que fraguó el miedo a la muerte, no me irrito contra los templos, ya sean católicos, apostólicos, romanos, protestantes, rusos, griegos, budistas, judíos o musulmanes. Además, tengo una manera de razonar su condición. Un templo es un homenaje a lo desconocido. Cuanto más se remonte el pensamiento humano, menor es el dominio de lo desconocido, y se derrumban los templos. Me agradaría —eso sí— que tuvieran, en vez de incensarios, telescopios, microscopios y máquinas eléctricas.

Mi tío se diferenciaba por completo de mí; éramos casi lo contrario el uno del otro.

Él blasonaba de patriota; yo no, porque, a mi entender, el patriotismo es una religión como cualquiera, y es además el huevo de donde salen todos los crímenes colectivos.

Mi tío era francmasón; y los francmasones me parecen más fanáticos aún que las viejas devotas. Yo sostengo mis opiniones. De admitir una religión, me quedo con la de mis padres.

Y estos mentecatos no hacen más que imitar a los curas. Tienen por símbolo un triángulo en vez de una cruz; fundan iglesias, que llaman logias, con varios cultos: el rito escocés, el rito francés, el Grande Oriente y otra porción de majaderías que hacen reír.


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¿Quién sabe?

Guy de Maupassant


Cuento


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¡Señor! ¡Señor! Al fin tengo ocasión de escribir lo que me ha ocurrido. Pero ¿me será posible hacerlo? ¿Me atreveré? ¡Es una cosa tan extravagante, tan inexplicable, tan incomprensible, tan loca!

Si no estuviese seguro de lo que he visto, seguro también de que en mis razonamientos no ha habido un fallo, ni en mis comprobaciones un error, ni una laguna en la inflexible cadena de mis observaciones, me creería simplemente víctima de una alucinación, juguete de una extraña locura. Después de todo, ¿quién sabe?

Me encuentro actualmente en una casa de salud; pero si entré en ella ha sido por prudencia, por miedo. Sólo una persona conoce mi historia: el médico de aquí; pero voy a ponerla por escrito. Realmente no sé para que. Para librarme de ella, tal vez, porque la siento dentro de mí como una intolerable pesadilla.

Hela aquí:

He sido siempre un solitario, un soñador, una especie de filósofo aislado, bondadoso, que se conformaba con poco, sin acritudes contra los hombres y sin rencores contra el cielo. He vivido solo, en todo tiempo, porque la presencia de otras personas me produce una especie de molestia. No es que me niegue a tratar con la gente, a conversar o a cenar con amigos, pero cuando llevan mucho rato cerca de mí, aunque sean mis más cercanos familiares, me cansan, me fatigan, me enervan, y experimento un anhelo cada vez mayor, más agobiante, de que se marchen, o de marcharme yo, de estar solo.

Este anhelo es más que un impulso, es una necesidad irresistible. Y si las personas en cuya compañía me encuentro siguiesen a mi lado, si me viese obligado, no a prestar atención, pero ni siquiera a escuchar sus conversaciones, me daría, con toda seguridad, un ataque. ¿De qué clase? No lo sé. ¿Un síncope, tal vez? Sí, probablemente.


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¡Salvada!

Guy de Maupassant


Cuento


La marquesa de Reunedón entró como una exhalación y empezó a reír a carcajadas, con toda la fuerza de sus pulmones, con tantas ganas como se reía un mes antes, al anunciar a su amiga que acababa de engañar a su marido para vengarse, nada más que para vengarse y por una sola vez, porque verdaderamente el marqués, su esposo, era tan estúpido como celoso.

La baronesa de la Grangerie dejó sobre el diván el libro que leía y miró a Julia con curiosidad y contagiada ya por la alegría de su amiga.

—¿Qué has hecho, vamos a ver, qué has hecho? —la preguntó.

—¡Oh!... querida mía... querida mía... es curioso, curiosísimo... Figúrate que me he salvado!... ¡ me he salvado!... ¡me he salvado!...

—¡Si; salvado!

—¿Pero de qué?

—¿Cómo salvado?

—¡De mi marido, hija mía, de mi marido! ¡Ya estoy libre¡ ...

—¿Libre?... ¿En qué?...

—¿En qué?... ¡Oh, el divorcio!... ¡Si, ya tengo en mi mano el divorcio!

—¿Te has divorciado?

—No, mujer, no; ¡que cosas tienes! ¡No se divorcia una en tres horas! ¡Pero tengo pruebas... pruebas de que me era infiel... un fragante delito...un fragante delito... ya lo he conseguido!...

—¡Ay, cuéntame, cuéntame! ¿De modo que te engañaba?

—Si... es decir, no... sí y no... no lo sé. En fin. tengo pruebas que es lo esencial.

—¿Pero qué ha sucedido?

—¿Que ha sucedido? Pues ahora verás...


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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sobre el Agua

Guy de Maupassant


Cuento


El verano pasado había alquilado una casita de campo a orillas del Sena, a varias leguas de París, e iba a dormir allí todas las noches. Al cabo de unos días conocí a uno de mis vecinos, un hombre de unos treinta a cuarenta años, que desde luego era el tipo más raro que había visto nunca. Era un viejo barquero, pero un barquero fanático, siempre cerca del agua, siempre sobre el agua, siempre en el agua. Debía de haber nacido en un bote, y seguramente muera en la botadura final.

Una noche, mientras paseábamos a orillas del Sena, le pedí que me contara algunas anécdotas de su vida náutica. Entonces el buen hombre se animó, se transfiguró, se volvió locuaz, casi poeta. Tenía en el corazón una gran pasión, una pasión devoradora, irresistible: el río.

—¡Ay! —me dijo—, ¡cuántos recuerdos tengo en este río que ve fluir ahí cerca de nosotros! Vosotros, los habitantes de las calles, no sabéis lo que es un río. Pero escuche cómo un pescador pronuncia esa palabra. Para él es la cosa misteriosa, profunda, desconocida, el país de los espejismos y de las fantasmagorías, donde de noche se ven cosas que no son, donde se oyen ruidos que no se conocen, donde se tiembla sin saber por qué, como al cruzar un cementerio: y en efecto es el cementerio más siniestro, aquél donde no se tiene tumba.

«Para el pescador la tierra tiene límites, pero en la oscuridad, cuando no hay luna, el río es ilimitado. Un marinero no experimenta lo mismo por el mar. Éste es a menudo duro y malo, es verdad, pero grita, aúlla: el mar abierto es leal; mientras que el río es silencioso y pérfido. No ruge, corre siempre sin ruido, y el eterno movimiento del agua que fluye es más espantoso para mí que las altas olas del Océano.


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Un Caso de Divorcio

Guy de Maupassant


Cuento


El abogado de la señora Chassel tiene la palabra y dice:

"Señor presidente:

Señores magistrados:

El pleito de cuya defensa estoy encargado , constituye más bien una cuestión medica que jurídica; es un caso patológico, más que un caso de derecho. Los hechos origen de esta causa aparecen claros al primer golpe de vista.

Un hombre joven, rico, de alma noble y exaltada y corazón generoso, se enamora de una joven extraordinariamente hermosa, adorable, encantadora, graciosa, linda, buena y se casa con ella.

Durante algún tiempo la conducta de este hombre para con su mujer fue la del esposo lleno de ternura y de cuidados; después su cariño va enfriándose hasta el punto de sentir hacia ella una repulsión indecible, un extraordinario desamor. Llegó a pegarle un día, no solamente sin razón, sino sin pretexto.

No pienso, señores, pintaros el cuadro de esos procederes extraños, incomprensibles para todos. Tampoco he de esforzarme en describiros la triste vida de aquellos dos seres, ni la horrible tortura de la mujer. Para convenceros de la razón que a ésta asiste, bastará con que os lea algunos fragmentos del diario escrito por aquel desgraciado loco.

Helos aquí:

¡Qué triste! ¡Qué monótono! ¡Qué ruin y qué odioso es todo! Soñé una tierra más bella, más noble, más variada.

¡Siempre bosques; ríos que se parecen a otros ríos, llanuras que se parecen a otras llanuras!... ¡Todo igual!... ¡Todo monótono!... ¡Y el hombre!... ¿Qué es el hombre? Un animal malo, orgulloso y repugnante...

Preciso es amar, pero amar locamente, sin ver lo que se ama: porque ver es comprender y comprender es despreciar...

¿He encontrado ese amor?... Creo que sí.. Esa mujer tiene en toda su persona algo de ideal que no parece de este mundo y que da las alas a mi sueño.


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Una Estratagema

Guy de Maupassant


Cuento


El médico y la enferma charlaban al lado del fuego que ardía en la chimenea.

La enfermedad de Julia no era grave; era una de esas ligeras molestias que aquejan frecuentemente a las mujeres bonitas: un poco de anemia, nervios y algo de esa fatiga que sienten los recién casados al fin de su primer mes de unión, cuando ambos son jóvenes, enamorados y ardientes.

Estaba media acostada en su chaise—longue y decía: —No, doctor; yo no comprendo ni comprenderé jamás que una mujer engañe a su marido. ¡Admito que no le quiera, que no tenga en cuenta sus promesas, sus juramentos!... Pero, ¿cómo osar entregarse a otro hombre? ¿Cómo ocultar eso a los ojos del mundo? ¿Cómo es posible amar en la mentira y en la traición?

El medico contestó sonriendo:

—En cuanto a eso, es bien fácil. Crea usted que no se piensa en nada de eso; que esas reflexiones no le ocurren a la mujer que se propone engañar a su marido. Es más: estoy seguro que una mujer no está preparada para sentir el verdadero amor, sino después de haber pasado por todas las promiscuidades y todas las molestias del matrimonio que, según un ilustre pensador, no es sino un cambio de mal humor durante el día y de malos olores durante la noche. Nada más cierto. Una mujer no puede amar apasionadamente, sino después de haber estado casada.

Si se pudiera comparar con una casa, diría que no es habitable hasta que un marido ha secado los muros.

En cuanto a disimular, todas las mujeres lo saben hacer de sobra cuando llega la ocasión. Las menos experimentadas son maravillosas y salen del paso ingeniosamente en los momentos más difíciles.

La joven enferma hizo un gesto de incredulidad y contestó:

—No, doctor; no se le ocurre a una sino después, lo que debió haber hecho en las circunstancias difíciles y peligrosas; y las mujeres están siempre mucho más expuestas a aturdirse, a perder la cabeza que los hombres.


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