El Armario
Guy de Maupassant
Cuento
Hablábamos de mujeres galantes, la eterna conversación de los hombres.
Uno dijo:
Y era como sigue:
Un anochecer de invierno se apoderó de mí un abandono perturbador; uno de los terribles abandonos que dominan cuerpo y alma de cuando en cuando. Estaba solo, y comprendí que me amenazaba una crisis de tristeza, esas tristezas lánguidas que pueden conducirnos al suicidio.
Me puse un abrigo y salí a la calle. Una lluvia menuda me calaba la ropa, helándome los huesos. En los cafés no había gente. Y ¿adónde ir? ¿Dónde pasar dos horas? Me decidí a entrar en Folies—Bergére, divertido mercado carnal. Había escaso público; los hombres vulgares, y las mujeres, las mismas de siempre, las miserables mozas desapacibles, fatigadas, con esa expresión de imbécil desdén que muestran todas, no sé por qué.
De pronto descubrí entre aquellas pobres criaturas despreciables a una joven fresca, linda, provocadora. La detuve y brutalmente, sin reflexionar, ajusté con ella el precio de la noche. Yo no quería volver a mi casa.
Y la seguí. Vivía en la calle de los Mártires. La escalera estaba oscura. Subí despacio, encendiendo cerillas. Ella se detuvo en el cuarto piso, y cuando entramos en su habitación, echando el cerrojo de su puerta, me preguntó:
—¿Piensas quedarte aquí hasta mañana?
—Eso me propongo; eso convinimos.
—Bien, mi vida, lo pregunté por curiosidad. Aguárdame un minuto que enseguida vuelvo.
Y me dejó a oscuras. Oí cerrar dos puertas; luego me pareció que aquella mujer hablaba con alguien. Quedé sorprendido, inquieto. La idea de un chulo me turbó, aun cuando tengo bastante fuerza para defenderme.
«Veremos lo que sucede», pensé.
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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.