El Borracho
Guy de Maupassant
Cuento
El viento del norte soplaba tempestuoso, arrastrando por el cielo enormes nubes invernales, pesadas y negras, que arrojaban al pasar sobre la tierra furiosos chaparrones.
El mar encrespado bramaba y azotaba la costa, precipitando sobre la orilla olas enormes, lentas y babosas, que se desplomaban con detonaciones de artillería. Llegaban suavemente, una tras otra, altas como montañas, esparciendo en el aire, bajo las ráfagas, la espuma blanca de sus crestas, igual que el sudor de un monstruo.
El huracán se precipitaba en el vallecito de Yport, silbaba y gemía, arrancando las pizarras de los tejados, rompiendo los sobradillos, derribando las chimeneas, lanzando por las calles tales rachas de viento que sólo se podía andar sujetándose a las paredes, y capaces de levantar a un niño como si fuera una hoja y de arrojarlo al campo por encima de las casas.
Las barcas de pesca habían sido sirgadas hasta el pueblo, por miedo al mar que iba a barrer la playa cuando subiese la marea, y algunos marineros, ocultos tras el redondo vientre de las embarcaciones tumbadas de costado, contemplaban a aquella cólera del cielo y del agua.
Después se marchaban poco a poco, pues la noche caía sobre la tormenta, envolviendo en sombras el océano enloquecido, y todo el estruendo de los irritados elementos.
Quedaban aún dos hombres, las manos en los bolsillos, encorvados bajo la borrasca, el gorro de lana calado hasta los ojos, dos corpulentos pescadores normandos, con una sotabarba áspera, con la piel quemada por las saladas ráfagas de alta mar, de ojos azules con una pinta negra en el centro, esos ojos penetrantes de los marinos que ven a lo lejos en el horizonte, como un ave de presa.
Uno de ellos decía:
—Hala, vente, Jérémie. ¿Qué tal si echamos una partida de dominó? Yo pago.
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Publicado el 6 de junio de 2016 por Edu Robsy.