Hay quien dice que las cosas y los lugares tienen alma, y hay quien
dice que no; por mi parte, no me atrevo a pronunciarme, pero quiero
hablar de la Calle.
Esa Calle la crearon hombres fuertes y de honor; hombres buenos y
esforzados, de nuestra sangre, llegados de las Islas Bienaventuradas, al
otro lado del mar. Al principio no fue más que un sendero hollado por
aguadores que iban del manantial del bosque al puñado de casas que había
junto a la playa. Luego, al llegar más hombres al creciente grupo de
casas en busca de un lugar donde vivir, se construyeron chozas en la
parte norte, y cabañas de recios troncos de roble y albañilería en el
lado del bosque, dado que por allí les hostigaban los indios con sus
flechas. Años más tarde, los hombres levantaron cabañas también en la
parte sur de la Calle.
Por la Calle paseaban arriba y abajo hombres graves de cónicos
sombreros, cargados casi siempre con mosquetes y armas de caza. Y
también paseaban sus esposas en sombreradas y sus hijos serios. Por la
noche, los hombres se sentaban, con sus esposas e hijos alrededor de
gigantescas chimeneas, y leían y charlaban. Muy simples eran las cosas
sobre las que leían y hablaban, pero les infundían aliento y bondad, y
les ayudaban durante el dia a someter el bosque y los campos. Y los
hijos escuchaban y aprendían las leyes y las proezas de otros tiempos, y
cosas de la querida Inglaterra que nunca habían visto o no podían
recordar.
Hubo una guerra, y los indios no volvieron a turbar la Calle. Los
hombres, entregados a su trabajo, prosperaron y fueron todo lo felices
que sabían ser.
Información texto 'La Calle'