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autor: H.P. Lovecraft etiqueta: Cuento


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Los Gatos de Ulthar

H.P. Lovecraft


Cuento


Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Otros Dioses

H.P. Lovecraft


Cuento


En la cima del pico más alto del mundo habitan los dioses de la tierra, y no soportan que ningún hombre se jacte de haberlos visto. En otro tiempo poblaron los picos inferiores; pero los hombres de las llanuras se empeñaron siempre en escalar las laderas de roca y de nieve, empujando a los dioses hacia montañas cada vez más elevadas, hasta hoy, en que sólo les queda la última. Al abandonar sus cumbres anteriores se llevaron sus propios signos, salvo una vez que, según se dice, dejaron una imagen esculpida en la cara del monte llamado Ngranek.

Pero ahora se han retirado a la desconocida Kadath del desierto frío, en donde los hombres no entran jamás, y se han vuelto severos; y si en otro tiempo soportaron que los hombres los desplazaran, ahora les han prohibido que se acerquen; pero si lo hacen, les impiden marcharse. Conviene que los hombres no sepan dónde esta Kadath; de lo contrario, tratarían de escalarla en su imprudencia.

A veces, en la quietud de la noche, cuando los dioses de la tierra sienten añoranza, visitan los picos donde moraron una vez, y lloran en silencio al tratar de jugar en silencio en las recordadas laderas. Los hombres han sentido las lágrimas de los dioses sobre el nevado Thurai, aunque creyeron que era lluvia; y han oído sus suspiros en los quejumbrosos vientos matinales de Lerion. Los dioses suelen viajar en las naves de nubes, y los sabios campesinos tienen leyendas que les disuaden de acercarse a ciertos picos elevados por la noche cuando el cielo se nubla, porque los dioses no son tan indulgentes como antaño.

En Ulthar, más allá del río Skai, vivía una vez un anciano que deseaba contemplar a los dioses de la tierra; este hombre conocía profundamente los siete libros crípticos de la Tierra y estaba familiarizado con los Manuscritos Pnakóticos de la distante y helada Lomar. Se llamaba Barzai el Sabio, y los lugareños cuentan cómo escaló una montaña la noche del extraño eclipse.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Odisea del Norte

H.P. Lovecraft


Cuento


I

Los trineos dejaban oír su eterna queja, a la que se mezclaba el chirriar de los arneses y el tintineo de las campanillas de los perros que iban en cabeza. Pero los hombres y los animales, rendidos de fatiga, guardaban silencio. Una capa de nieve reciente dificultaba la marcha sobre la pista. Estaban ya muy lejos del punto de partida. Los perros, arrastrando una carga excesiva de ancas de alce congeladas, duras como el pedernal, se apalancaban con todas sus fuerzas en la blanda superficie de la nieve y avanzaban con una terquedad casi humana.

Caía la noche, pero nadie pensaba en acampar. La nieve descendía suavemente por el aire inmóvil, no en copos, sino en diminutos cristales de dibujos delicados y sutiles. La temperatura era bastante alta —sólo veintitrés grados bajo cero— y los hombres no sentían frío. Meyers y Bettles habían levantado las orejeras de sus pasamontañas y Malemute Kid incluso se había quitado los guantes.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Polaris

H.P. Lovecraft


Cuento


El resplandor de la Estrella Polar penetra por la ventana norte de mi cámara. Allí brilla durante todas las horas espantosas de negrura. Y durante el otoño, cuando los vientos del norte gimen y maldicen, y los árboles del pantano, con las hojas rojizas, susurran cosas en las primeras horas de la madrugada bajo la luna menguante y cornuda, me siento junto a la ventana y contemplo esa estrella. En lo alto tiembla reluciente Casiopea, hora tras hora, mientras la Osa Mayor se eleva pesadamente por detrás de esos árboles empapados de vapor que el viento de la noche balancea. Antes de romper el día, Arcturus parpadea rojozo por encima del cementerio de la loma, y la Cabellera de Berenice resplandece espectral allá, en el oriente misterioso; pero la Estrella Polar sigue mirando con recelo, fija en el mismo punto de la negra bóveda, parpadeando espantosamente como un ojo insensato y vigilante que pugna por transmitir algún extraño mensaje, aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que transmitir. Sin embargo, cuando el cielo se nubla, consigo conciliar el sueño.

Nunca olvidaré la noche de la gran aurora, cuando jugaban sobre el pantano los horribles centelleos de la luz demoníaca. Después de los destellos llegaron las nubes, y luego el sueño.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Del Más Allá

H.P. Lovecraft


Cuento


Inconcebiblemente espantoso era el cambio que se había operado en Crawford Tillinghast, mi mejor amigo. No le había visto desde el día — dos meses y medio antes— en que me Contó hacia dónde se orientaban sus investigaciones físicas y matemáticas. Cuando respondió a mis temerosas y casi asustadas reconvenciones echándome de su laboratorio y de su casa en una explosión de fanática ira, supe que en adelante permanecería la mayor parte de su tiempo encerrado en el laboratorio del ático, con aquella maldita máquina eléctrica, comiendo poco y prohibiendo la entrada incluso a los criados; pero no creí que un breve período de diez semanas pudiera alterar de ese modo a una criatura humana. No es agradable ver a un hombre fornido quedarse flaco de repente, y menos aún cuando se le vuelven amarillentas o grises las bolsas de la piel, se le hunden los ojos, se le ponen ojerosos y extrañamente relucientes, se le arruga la frente y se le cubre de venas, y le tiemblan y se le crispan las manos. Y si a eso se añade una repugnante falta de aseo, un completo desaliño en la ropa, una negra pelambrera que comienza a encanecer por la raíz, y una barba blanca crecida en un rostro en otro tiempo afeitado, el efecto general resulta horroroso. Pero ese era el aspecto de Crawford Tillinghast la noche en que su casi incoherente mensaje me llevó a su puerta, después de mis semanas de exilio; ese fue el espectro que me abrió temblando, vela en mano, y miró furtivamente por encima del hombro como temeroso de los seres invisibles de la casa vieja y solitaria, retirada de la línea de edificios que formaban Benevolent Street.


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9 págs. / 17 minutos / 217 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Horror de Dunwich

H.P. Lovecraft


Cuento


I

Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dirección al llegar al cruce de la carretera de Aylesbury nada más pasar Dean's Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca. El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vista en las regiones habitadas. Por el contrario, los campos cultivados son muy escasos y áridos, mientras que las pocas casas diseminadas a lo largo del camino presentan un sorprendente aspecto uniforme de decrepitud, suciedad y ruina. Sin saber exactamente por qué, uno no se atreve a preguntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que, de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas medio derruidas o desde pendientes y rocosos prados. Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca. Las cumbres tienen una forma demasiado ovalada y simétrica como para pensar en una naturaleza apacible y normal, y a veces pueden verse recortados con singular nitidez contra el cielo unos extraños círculos formados por altas columnas de piedra que coronan la mayoría de las cimas montañosas.


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66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 593 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Él

H.P. Lovecraft


Cuento


Le vi una noche de insomnio, cuando paseaba desesperadamente, tratando de salvar mi alma y mis visiones. Mi traslado a Nueva York había sido una equivocación; porque al buscar el prodigio y la inspiración en los laberintos hormigueantes de calles antiguas que serpean interminablemente desde olvidados patios y plazas y muelles hasta patios y plazas y muelles olvidados también, y en las torres ciclópeas y pináculos que se yerguen negros y babilónicos bajo lunas menguantes, no había encontrado sino una sensación de horror y de opresión que amenazaba con dominarme, paralizarme y aniquilarme.

El desencanto había sido gradual. Al llegar por primera vez a la ciudad, la vi en el crepúsculo desde un puente, majestuosa por encima de las aguas, sus increíbles cúspides y pirámides alzándose delicadamente, como flores, entre estanques de bruma violeta, para jugar con las nubes encendidas y los luceros de la tarde. Luego se encendió, ventana tras ventana, por encima de las trémulas corrientes donde había linternas que cabeceaban y se deslizaban, y unos cuernos profundos emitían gemidos espectrales, y ella misma se convirtió en un estrellado firmamento de sueños, saturada de mágica música, e identificándose con las maravillas de Carcassonne y Samarcanda y El Dorado, y con todas las ciudades gloriosas y místicas. Poco después me llevaron por esos rincones antiguos, tan caros a mi fantasía: estrechos, tortuosos callejones y pasadizos donde parpadeaban las fachadas de rojo ladrillo georgiano con sus buhardillas de cristales pequeños sobre portales con columnas que en otros tiempos vieron doradas sillas de mano y decoradas carrozas..., y al descubrir, en mi primer entusiasmo, todas estas cosas largo tiempo deseadas, creí haber alcanzado efectivamente los tesoros que con el tiempo harían de mí un poeta.


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14 págs. / 24 minutos / 233 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Morador de las Tinieblas

H.P. Lovecraft


Cuento


(Dedicado a Robert Bloch)

Yo he visto abrirse el tenebroso universo
Donde giran sin rumbo los negros planetas,
Donde giran en su horror ignorado
Sin orden, sin brillo y sin nombre.

Némesis

Las personas prudentes dudarán antes de poner en tela de juicio la extendida opinión de que a Robert Blake lo mató un rayo, o un shock nervioso producido por una descarga eléctrica. Es cierto que la ventana ante la cual se encontraba permanecía intacta, pero la naturaleza se ha manifestado a menudo capaz de hazañas aún más caprichosas. Es muy posible que la expresión de su rostro haya sido ocasionada por contracciones musculares sin relación alguna con lo que tuviera ante sus ojos; en cuanto a las anotaciones de su diario, no cabe duda de que son producto de una imaginación fantástica, excitada por ciertas supersticiones locales y ciertos descubrimientos llevados a cabo por él. En lo que respecta a las extrañas circunstancias que concurrían en la abandonada iglesia de Federal Hill, el investigador sagaz no tardará en atribuirlas al charlatanismo consciente o inconsciente de Blake, quien estuvo relacionado secretamente con determinados círculos esotéricos.

Porque después de todo, la víctima era un escritor y pintor consagrado por entero al campo de la mitología, de los sueños, del terror y la superstición, ávido en buscar escenarios y efectos extraños y espectrales. Su primera estancia en Providence — con objeto de visitar a un viejo extravagante, tan profundamente entregado a las ciencias ocultas como él — había acabado en muerte y llamas. Sin duda fue algún instinto morboso lo que le indujo a abandonar nuevamente su casa de Milwaukee para venir a Providence, o tal vez conocía de antemano las viejas leyendas, a pesar de negarlo en su diario, en cuyo caso su muerte malogró probablemente una formidable superchería destinada a preparar un éxito literario.


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30 págs. / 52 minutos / 406 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Pescador del Cabo del Halcón

H.P. Lovecraft


Cuento


Por la costa de Massachusetts se rumorean muchas cosas acerca de Enoch Conger. Algunas de ellas sólo se comentan en voz muy baja y con grandes precauciones. Tan extraños rumores circulan a lo largo de toda la costa, difundidos por los hombres del mar del puerto de Innsmouth, sus vecinos, ya que él vivía unas pocas millas más al sur, en el Cabo del Halcón. Ese nombre se debe a que allí, en las épocas migratorias, se pueden ver a los halcones peregrinos, los esmerejones y aún los grandes gerifaltes sobrevolar aquella estrecha lengua de tierra que se adentra en el mar. Allí vivió Enoch Conger, hasta que no se le vio más, pues nadie puede afirmar que haya muerto.

Era fuerte, de pecho y hombros altos, y con largos brazos musculosos. Pese a no ser un hombre viejo, llevaba barba, y coronaba su cabeza una cabellera muy larga. Sus ojos azules se hundían en un rostro cuadrado. Cuando llevaba su chubasquero de hombre de mar, con el sombrero haciendo juego, parecía un marino desembarcado de alguna vieja goleta siglos atrás. Era un hombre taciturno. Vivía solo en la casa de piedra y madera que él mismo había construido, donde podía sentir el viento soplar y escuchar las voces de las gaviotas, de las golondrinas, del aire y del mar, y desde donde podía admirar el vuelo de las grandes aves migratorias en sus viajes hacia tierras lejanas. Se decía que él se entendía con ellas, que hablaba con las gaviotas y las golondrinas, con el viento y con el golpeante mar, y aún con otros seres invisibles que, sin embargo, emitían, en unos tonos extraños, algo parecido a los mudos sonidos de ciertas grandes bestias batracias, desconocidas en los pantanos y ciénagas de la tierra.


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6 págs. / 11 minutos / 181 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

En la Noche de los Tiempos

H.P. Lovecraft


Cuento


I

Después de veintidós años de pesadillas y terrores, de aferrarme desesperadamente a la convicción de que todo ha sido un engaño de mi cerebro enfebrecido, no me siento con ánimos de asegurar que sea cierto lo que descubrí la noche del 17 al 18 de julio de 1935, en Australia Occidental. Hay motivos para abrigar la esperanza de que mi experiencia haya sido, al menos en parte, una alucinación, desde luego justificada por las circunstancias. No obstante, la impresión de realidad fue tan terrible, que a veces pienso que es vana esa esperanza.

Si no he sido víctima de una alucinación, la humanidad deberá estar dispuesta a aceptar un nuevo enfoque científico sobre la realidad del cosmos, y sobre el lugar que corresponde al hombre en el loco torbellino del tiempo. Deberá también ponerse en guardia contra un peligro que la amenaza. Aunque este peligro no aniquilará la raza entera, acaso origine monstruosos e insospechados horrores en sus espíritus más intrépidos.

Por esta última razón exijo vivamente que se abandone todo proyecto de desenterrar las ruinas misteriosas y primitivas que se proponía investigar mi expedición.

Sí, efectivamente, me encontraba despierto y en mis cabales, puedo afirmar que ningún hombre ha vivido jamás nada parecido a lo que experimenté aquella noche, lo cual, además, constituía una terrible confirmación de todo lo que había intentado desechar como pura fantasía. Afortunadamente no hay prueba alguna, toda vez que, en mi terror, perdí el objeto que — de haber logrado sacarlo de aquel abismo — habría constituido una prueba irrefutable.


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84 págs. / 2 horas, 27 minutos / 634 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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