Textos más largos de H.P. Lovecraft no disponibles | pág. 5

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autor: H.P. Lovecraft textos no disponibles


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El Viejo Bugs

H. P. Lovecraft


Cuento


Una tragedia estrafalaria

Por Marcus Lollius, Procónsul de la Galia

El tugurio de Sheehan, que adorna uno de los callejones inferiores del distrito céntrico ganadero de Chicago, no es lo que se dice un lugar agradable. Su atmósfera, colmada por un millar de olores semejantes a los de Colleridge, podría haber encontrado en Colonia, apenas sabe lo que son los rayos purificadores del sol, y tiene que luchar, para hacerse un hueco, contra las acres humaredas de innumerables puros baratos y cigarrillos que cuelgan de los labios toscos de las bestias humanas que merodean por tal lugar, día y noche. Pero la popularidad del antro de Sheehan no se resiente de ello, y hay una razón para que así sea; una razón que resulta obvia para cualquiera que se tome la molestia de olfatear los aromas mezclados que allí se encuentran. Sobre y ente los humos y el olor a cerrado, se nota un aroma que una vez fue familiar en todo el mundo, pero que ahora se encuentra arrinconado a las esquinas de la vida, merced al edicto de un gobierno benevolente: el olor a whisky fuerte y mal... una rara avis, de hecho, en este año de gracia de 1950.


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9 págs. / 16 minutos / 218 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Sabueso

H.P. Lovecraft


Cuento


En mis torturados oídos resuenan incesantemente un chirrido y un aleteo de pesadilla, y un breve ladrido lejano como el de un gigantesco sabueso. No es un sueño… y temo que ni siquiera sea locura, ya que son muchas las cosas que me han sucedido para que pueda permitirme esas misericordiosas dudas.

St. John es un cadáver destrozado; únicamente yo sé por qué, y la índole de mi conocimiento es tal que estoy a punto de saltarme la tapa de los sesos por miedo a ser destrozado del mismo modo. En los oscuros e interminables pasillos de la horrible fantasía vagabundea Némesis, la diosa de la venganza negra y disforme que me conduce a aniquilarme a mí mismo.

¡Que perdone el cielo la locura y la morbosidad que atrajeron sobre nosotros tan monstruosa suerte! Hartos ya con los tópicos de un mundo prosaico, donde incluso los placeres del romance y de la aventura pierden rápidamente su atractivo, St. John y yo habíamos seguido con entusiasmo todos los movimientos estéticos e intelectuales que prometían terminar con nuestro insoportable aburrimiento. Los enigmas de los simbolistas y los éxtasis de los prerrafaelistas fueron nuestros en su época, pero cada nueva moda quedaba vaciada demasiado pronto de su atrayente novedad.

Nos apoyamos en la sombría filosofía de los decadentes, y a ella nos dedicamos aumentando paulatinamente la profundidad y el diabolismo de nuestras penetraciones. Baudelaire y Huysmans no tardaron en hacerse pesados, hasta que finalmente no quedó ante nosotros más camino que el de los estímulos directos provocados por anormales experiencias y aventuras «personales». Aquella espantosa necesidad de emociones nos condujo eventualmente por el detestable sendero que incluso en mi actual estado de desesperación menciono con vergüenza y timidez: el odioso sendero de los saqueadores de tumbas.


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9 págs. / 16 minutos / 144 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Caos Reptante

H.P. Lovecraft


Cuento


Mucho es lo que se ha escrito acerca de los placeres y los sufrimientos del opio. Los éxtasis y horrores de De Quincey y los paradis artificiels de Baudelaire son conservados e interpretados con tal arte que los hace inmortales, y el mundo conoce a fondo la belleza, el terror y el misterio de esos oscuros reinos donde el soñador es transportado. Pero aunque mucho es lo que se ha hablado, ningún hombre ha osado todavía detallar la naturaleza de los fantasmas que entonces se revelan en la mente, o de sugerir la dirección de los inauditos caminos por cuyo adornado y exótico curso se ve irresistiblemente lanzado el adicto. De Quincey fue arrastrado a Asia, esa fecunda tierra de sombras nebulosas cuya temible antigüedad es tan impresionante que “la inmensa edad de la raza y el nombre se impone sobre el sentido de juventud en el individuo”, pero él mismo no osó ir más lejos. Aquellos que han ido más allá rara vez volvieron y, cuando lo hicieron, fue siempre guardando silencio o sumidos en la locura. Yo consumí opio en una ocasión… en el año de la plaga, cuando los doctores trataban de aliviar los sufrimientos que no podían curar. Fue una sobredosis —mi médico estaba agotado por el horror y los esfuerzos— y, verdaderamente, viajé muy lejos. Finalmente regresé y viví, pero mis noches se colmaron de extraños recuerdos y nunca más he permitido a un doctor volver a darme opio.


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9 págs. / 16 minutos / 175 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Hipno

H. P. Lovecraft


Cuento


Hipno

A propósito del sueño, esa siniestra aventura de
todas nuestras noches, podríamos decir que los
hombres se acuestan diariamente con una
osadía incomprensible, si no supiéramos que es
a causa de la ignorancia del peligro.

(Baudelaire)
 

¡Ojalá los dioses misericordiosos, si existen efectivamente, protejan esas horas en que ningún poder de la voluntad, ni las drogas inventadas por el ingenio del hombre, pueden mantenerme alejado del abismo del sueño! La muerte es misericordiosa, ya que de ella no hay retorno; pero para aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, extraviado y consciente, no vuelve a haber paz. Fui un loco al sumergirme con tan inmoderado frenesí en misterios que nadie ha intentado penetrar; y fue un loco, o un dios, este único amigo mío que me guió y fue delante de mí, ¡y entró al fin en terrores que pueden llegar a ser los míos!

Recuerdo que nos conocimos en una estación de ferrocarril, donde era el centro de atención de una multitud de vulgares curiosos. Estaba inconsciente, y había caído en una especie de convulsión que había sumido su cuerpo flaco y vestido de negro en una extraña rigidez. Creo que por entonces frisaba en los cuarenta, ya que había profundas arrugas en su cara pálida y consumida —aunque oval y verdaderamente hermosa—, grises estrías en su cabello ondulado y espeso, y una barba corta y ancha que en otro tiempo fue negra como un ala de cuervo. Tenía la frente blanca como el mármol de Pentélico, y alta y ancha casi como la de un dios.


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9 págs. / 15 minutos / 115 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Dulce Ermengarde o el Corazón de una Chica Campesina

H. P. Lovecraft


Cuento


I. Una Simple Chica De Campo

Ermengarde Stubbs era la hermosa hija rubia de Hiram Stubbs, un granjero y contrabandista de licor, pobre pero honrado, de Hogton, Vermont. Se llamaba, en un principio, Ethyl Ermengarde, pero su padre la convenció para que prescindiera de su primer nombre a partir de la introducción de la Enmienda 18, aduciendo que le produciría sed, pues le recordaría al alcohol etílico (C2H3OH). Su propia producción era, sobre todo, de metílico o alcohol de madera (CH3OH). Ermengarde afirmaba tener dieciséis primaveras, y tildaba de infundio a las afirmaciones que achacaban treinta. Tenía grandes ojos negros, una prominente nariz romana, pelo claro que nunca se oscurecía en las raíces, a no ser que la droguería local anduviese corta de suministros, y una complexión hermosa pero vulgar. Medía en torno al uno setenta de altura, pesaba unos cincuenta y dos kilos en la báscula de su padre —también en las demás— y era considerada la más bella por todos los galanes pueblerinos que admiraban la granja de su padre y gustaban de sus producciones de licor.

A Ermengarde la pretendían en matrimonio dos ardientes amantes. El esquire Hardman, que mantenía una hipoteca sobre su casa ancestral, era muy rico y aún más viejo. Era de semblante moreno y cruel, iba siempre a caballo y jamás soltaba su fusta. Durante largo tiempo había pretendido a la dulce Ermengarde y ahora su ardor había subido hasta cotas febriles, ya que bajo los humildes terrenos del granjero Stubbs había descubierto que existía una rica veta de ¡¡ORO!!

—Ajá —se dijo—. Tengo que seducir a la chica, antes de que su padre se percate de esa insospechada riqueza, ¡y uniré mi fortuna a otra aún mayor! —y comenzó a visitarlos dos veces por semana, en vez de una, como había hecho hasta entonces.


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9 págs. / 15 minutos / 254 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Maldición que Cayó sobre Sarnath

H.P. Lovecraft


Cuento


Existe en la tierra de Mnar un lago vasto de aguas tranquilas al que ningún río alimenta y del cual tampoco fluye río alguno. En sus orillas se alzaba, hace diez mil años, la poderosa ciudad de Sarnath, mas hoy ya no existe allí ciudad alguna.

Se dice que, en un tiempo inmemorial, cuando el mundo era joven y ni aun los hombres de Sarnath habían llegado a la tierra de Mnar, a la orilla de aquel lago se alzaba otra ciudad: la ciudad de Ib, construida en piedra gris, que era tan antigua como el propio lago y estaba habitada por seres que no resultaba agradable contemplar. Muy extraños y deformes eran tales seres, cual corresponde en verdad a seres pertenecientes a un mundo apenas esbozado, aún sólo toscamente empezado a modelar. En los cilindros de arcilla de Kadatheron está escrito que los habitantes de Ib eran, por su color, tan verdes como el lago y las nieblas que de él se elevan; que poseían abultados ojos y labios gruesos y blandos y extrañas orejas y que carecían de voz. También está escrito que procedían de la luna, de la que habían descendido una noche a bordo de una gran niebla, junto con el lago vasto de aguas tranquilas y la propia ciudad de Ib, construida en piedra gris.

Cierto es, en todo caso, que adoraban un ídolo, tallado en piedra verdemar, que representaba a Bokrug, el gran saurio acuático, ante el cual celebraban danzas horribles cuando la luna gibosa mostraba su doble cuerno. Y escrito está en el papiro de Ilarnek que un día descubrieron el fuego y que desde aquel día encendieron hogueras para mayor esplendor de sus ceremoniales.

Pero no hay mucho más escrito sobre estos seres, pues pertenecieron a épocas muy remotas y el hombre es joven y apenas conoce nada de quienes vivieron en los tiempos primigenios.


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9 págs. / 15 minutos / 479 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Transición de Juan Romero

H. P. Lovecraft


Cuento


No tengo ningún deseo de hablar de los sucesos que ocurrieron en la mina Norton el 18 y el 19 de octubre de 1891. Un sentido del deber para con la ciencia es lo único que me impulsa a rememorar, en los últimos años de mi vida, escenas y hechos cargados de un terror doblemente agudo por la imposibilidad de definirlo. Sin embargo, antes de morir, creo que debo contar lo que sé sobre la, digamos, transición de Juan Romero.

No hace falta que diga a la posteridad ni mi nombre ni cuál es mi origen; en realidad, creo que es mejor que no aparezcan, porque cuando un hombre emigra de repente a los Estados o a las Colonias, deja tras él su pasado. Además, lo que yo fui una vez no tiene nada que ver en absoluto con lo que voy a contar; excepto, quizá, el hecho de que durante mi servicio en la India me sentía más a gusto con los maestros nativos de blanca barba que entre mis compañeros oficiales. Había ahondado no poco en la extraña sabiduría de Oriente, cuando se abatieron sobre mí las calamidades que me impulsaron a emprender una nueva vida en el inmenso Oeste de América..., vida en la que consideré oportuno adoptar otro nombre: el que llevo actualmente, que es muy corriente y carece de significado.


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Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Búsqueda de Iranon

H.P. Lovecraft


Cuento


En la ciudad granítico de Teloth vagaba un joven, coronado con hojas de vid, el pelo amarillo reluciente de mirra, y la ropa púrpura desgarrada por las zarzas de la montaña Sidrak, situada al otro lado del antiguo puente de piedra. Los hombres de Teloth son graves y sombríos, y viven en casas cuadradas; y con el ceño fruncido, preguntaron al desconocido de dónde venía y cuál era su nombre y fortuna. Y el joven contestó: — Soy Iranon y vengo de Airá, ciudad lejana que recuerdo vagamente, la que quiero encontrar otra vez. Soy cantor de canciones que aprendí en la lejana ciudad, y tengo por vocación producir belleza con las cosas recordadas de la niñez. Mi riqueza consiste en pequeños recuerdos y ensueños, y en esperanzas que canto en los jardines, cuando la luna es tierna y el viento de poniente agita los capullos de loto.


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Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Poesía y los Dioses

H.P. Lovecraft


Cuento


Una tarde húmeda y oscura de abril, poco después de terminar la Gran Guerra, Marcia se encontraba sola, sumida en extraños pensamientos, y sus deseos y anhelos inauditos se elevaban del amplio salón del siglo XX a las profundidades del aire, y hacia el este, hacia los olivares de la lejana Arcadia que ella sólo había visto en sueños. Había entrado en la habitación abstraída, había apagado las luminosas arañas y se había recostado en el blando sofá, junto a una lámpara solitaria que derramaba sobre la mesa de lectura un resplandor verdoso tan sedante como la luna cuando emerge entre el follaje de algún antiguo santuario.

Vestida sencillamente, con un largo y negro traje de noche, parecía un producto típico de la civilización moderna; sin embargo, esa noche sentía el abismo inmenso que separaba su alma del prosaísmo de su alrededor. ¿Se debía a la extraña casa en que vivía, esa morada fría donde las relaciones eran siempre tensas y sus habitantes eran poco menos que unos desconocidos? ¿Era eso, o se debía a algún desplazamiento en el tiempo y en el espacio, más grande y menos explicable, por el cual había nacido ella demasiado tarde, demasiado pronto, o demasiado lejos de las regiones de su espíritu, para armonizar jamás con las cosas feas de la realidad contemporánea? Para disipar ese estado de ánimo que la estaba hundiendo en una depresión cada vez mayor, cogió una revista de la mesa y buscó un poco de saludable poesía. La poesía siempre aliviaba su mente desasosegada más que ninguna otra cosa, aunque se daba cuenta de que la perjudicaba en muchos aspectos la moderna influencia. Había partes aun en los versos más sublimes sobre las que flotaba un vapor frío de estéril fealdad y limitación, como el polvo en el cristal de una ventana a través del cual se contempla una magnífica puesta de sol.


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Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Extraño

H.P. Lovecraft


Cuento


Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron… a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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