Textos más vistos de Hans Christian Andersen disponibles publicados el 28 de junio de 2016 | pág. 2

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autor: Hans Christian Andersen textos disponibles fecha: 28-06-2016


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El Nido de Cisnes

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Entre los mares Báltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama Dinamarca. En él nacieron y siguen naciendo cisnes que jamás morirán.

En tiempos remotos, una bandada de estas aves voló, por encima de los Alpes, hasta las verdes llanuras de Milán; aquella bandada de cisnes recibió el nombre de longobardos.

Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigió a Bizancio, donde se sentó en el trono imperial y extendió sus amplias alas blancas a modo de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.

En la costa de Francia resonó un grito de espanto ante la presencia de los cisnes sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:

—¡Dios nos libre de los salvajes normandos!

Sobre el verde césped de Inglaterra se posó el cisne danés, con triple corona real sobre la cabeza y extendiendo sobre el país el cetro de oro.

Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.

—Todo eso ocurrió en épocas remotísimas —dirás.

También en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.

Se hizo luz en el aire, se hizo luz sobre los campos del mundo; con sus robustos aleteos, el cisne disipó la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado, como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.

—Sí, en aquel tiempo —dices—. Pero, ¿y en nuestros días?

Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno pulsó con sus alas las cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de Noruega se levantaron más altas, iluminadas por el sol de la Historia. Se oyó un murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nórdicos, sus héroes y sus nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Niño Travieso

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; afuera llovía a cántaros, pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas.

—Ni un pelo de la ropa les quedará seco a los infelices que este temporal haya pillado fuera de casa —dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.

—¡Ábrame! ¡Tengo frío y estoy empapado! —gritó un niño desde fuera. Y llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caía furiosa y el viento hacía temblar todas las ventanas.

—¡Pobrecillo! —dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío; de no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del tiempo.

—¡Pobre pequeño! —exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano—. ¡Ven conmigo, que te calentaré! Voy a darte vino y una manzana, porque eres tan precioso.

Y lo era, en efecto. Sus ojos parecían dos límpidas estrellas, y sus largos y ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un verdadero angelito, pero estaba pálido de frío y tiritaba con todo su cuerpo. Sostenía en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la humedad, los colores de sus flechas se habían borrado y mezclado unos con otros.

El poeta se sentó junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, le escurrió el agua del cabello, le calentó las manitas en las suyas y le preparó vino dulce. El pequeño no tardó en rehacerse: el color volvió a sus mejillas y, saltando al suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.

—¡Eres un chico alegre! —dijo el viejo—. ¿Cómo te llamas?


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Pacto de Amistad

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


No hace mucho que volvimos de un viajecito, y ya estamos impacientes por emprender otro más largo. ¿Adónde? Pues a Esparta, a Micenas, a Delfos. Hay cientos de lugares cuyo solo nombre os alboroza el corazón. Se va a caballo, cuesta arriba, por entre monte bajo y zarzales; un viajero solitario equivale a toda una caravana. Él va delante con su «argoyat», una acémila transporta el baúl, la tienda y las provisiones, y a retaguardia siguen, dándole escolta, una pareja de gendarmes. Al término de la fatigosa jornada, no le espera una posada ni un lecho mullido; con frecuencia, la tienda es su único techo, en medio de la grandiosa naturaleza salvaje. El «argoyat» le prepara la cena: un arroz pilav; miríadas de mosquitos revolotean en torno a la diminuta tienda; es una noche lamentable, y mañana el camino cruzará ríos muy hinchados. ¡Tente firme sobre el caballo, si no quieres que te lleve la corriente!

¿Cuál será la recompensa para tus fatigas? La más sublime, la más rica. La Naturaleza se manifiesta aquí en toda su grandeza, cada lugar está lleno de recuerdos históricos, alimento tanto para la vista como para el pensamiento. El poeta puede cantarlo, y el pintor, reproducirlo en cuadros opulentos; pero el aroma de la realidad, que penetra en los sentidos del espectador y los impregna para toda la eternidad, eso no pueden reproducirlo.

En muchos apuntes he tratado de presentar de manera intuitiva un rinconcito de Atenas y de sus alrededores, y, sin embargo, ¡qué pálido ha sido el cuadro resultante! ¡Qué poco dice de Grecia, de este triste genio de la belleza, cuya grandeza y dolor jamás olvidará el forastero!

Aquel pastor solitario de allá en la roca, con el simple relato de una incidencia de su vida, sabría probablemente, mucho mejor que yo con mis pinturas, abrirte los ojos a ti, que quieres contemplar la tierra de los helenos en sus diversos aspectos.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Pájaro de la Canción Popular

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Es invierno; cubre la tierra un manto de nieve, se diría de mármol tallado en las rocas. El aire es claro y diáfano; el viento, acerado como espada forjada por los gnomos. Los árboles se levantan semejantes a blancos corales, como ramas de almendro florido, en un ambiente puro como el de las cumbres alpinas. Magnífica es la noche bajo los resplandores de la aurora boreal, bajo el brillo de innúmeras estrellas fulgurantes.

Llegan las tempestades, se levantan las nubes y sacuden su plumón de cisne; caen los copos de nieve, cubriendo caminos y casas, el campo espacioso y las angostas calles. Entretanto, nosotros permanecemos en la habitación caldeada, junto a la estufa ardiente, contando recuerdos de otros tiempos. Escuchamos una leyenda:

A orillas del vasto mar se elevaba un túmulo, en cuya cumbre se sentaba, a medianoche, el espíritu del héroe en él sepultado; había sido un rey. La áurea diadema brillaba en su frente, el cabello flotaba al viento, y el personaje iba vestido de hierro y acero. Agachaba la cabeza con aire de preocupación y suspiraba dolorido, como un espíritu desgraciado.

Pasó, surcando las olas, un barco de vela. Los hombres echaron el ancla y desembarcaron. Iba con ellos un escalda, el cual, acercándose a la real figura, le preguntó:

—¿Por qué sufres y te lamentas?

Y respondió el muerto:

—Nadie ha cantado las gestas de mi vida; yacen muertas y olvidadas; el canto no las lleva por las tierras y a los corazones de los hombres. Por eso no tengo paz ni reposo.

Y habló de sus hechos y hazañas, que los hombres de su época habían conocido pero no cantado, porque entre ellos no había ningún rapsoda.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Pequeño Tuk

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Pues sí, éste era el pequeño Tuk. En realidad no se llamaba así, pero éste era el nombre que se daba a sí mismo cuando aún no sabía hablar. Quería decir Carlos, es un detalle que conviene saber. Resulta que tenía que cuidar de su hermanita Gustava, mucho menor que él, y luego tenía que aprenderse sus lecciones; pero, ¿cómo atender a las dos cosas a la vez? El pobre muchachito tenía a su hermana sentada sobre las rodillas y le cantaba todas las canciones que sabía, mientras sus ojos echaban alguna que otra mirada al libro de Geografía, que tenía abierto delante de él. Para el día siguiente habría de aprenderse de memoria todas las ciudades de Zelanda y saberse, además, cuanto de ellas conviene conocer.

Llegó la madre a casa y se hizo cargo de Gustavita. Tuk corrió a la ventana y estuvo leyendo hasta que sus ojos no pudieron más, pues había ido oscureciendo y su madre no tenía dinero para comprar velas.

—Ahí va la vieja lavandera del callejón —dijo la madre, que se había asomado a la ventana—. La pobre apenas puede arrastrarse y aún tiene que cargar con el cubo lleno de agua desde la bomba. Anda, Tuk, sé bueno y ve a ayudar a la pobre viejecita. Harás una buena acción.

Tuk corrió a la calle a ayudarla, pero cuando estuvo de regreso la oscuridad era completa, y como no había que pensar en encender la luz, no tuvo más remedio que acostarse. Su lecho era un viejo camastro; tendido en él estuvo pensando en su lección de Geografía, en Zelanda y en todo lo que había explicado el maestro. Debiera haber seguido estudiando, pero era imposible, y se metió el libro debajo de la almohada, porque había oído decir que aquello ayudaba a retener las lecciones en la mente; pero no hay que fiarse mucho de lo que se oye decir.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Pino

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Allá lejos en el bosque había un pino: ¡qué pequeño y qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que quería, y estaba además acompañado por otros camaradas mayores que él, tantos pinos como abetos. ¡Pero se empeñaba en crecer con tan apasionada prisa!

No prestaba la menor atención al sol ni a la dulzura del aire, ni ponía interés en los niños campesinos que pasaban charlando por el sendero cuando salían a recoger frutillas.

A veces llegaban con una canasta llena, o con unas cuantas ensartadas en una caña, y se sentaban a su lado.

—¡Mira qué arbolito tan lindo! —decían—. Pero al arbolito no le gustaba nada oírles hablar así.

Al año siguiente se alargó hasta echar un nuevo nudo, y un año después, otro más alto aún. Ya se sabe que, tratándose de pinos, siempre es posible conocer su edad por el número de nudos que tienen.

—¡Oh, si pudiera ser tan alto como los demás árboles! —suspiraba—. Entonces podría extender mis ramas todo alrededor y miraría el vasto mundo desde mi copa. Los pájaros vendrían a hacer sus nidos en mis ramas y, siempre que soplase el viento, podría cabecear tan majestuosamente como los otros.

No lo contentaban los pájaros ni el sol, ni las rosadas nubes que, mañana y tarde, cruzaban navegando allá en lo alto.

Cuando venía el invierno y la resplandeciente blancura de la nieve se esparcía por todas partes, era frecuente que algún conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase justamente por encima del pinito. ¡Oh, qué humillante era aquello!... Pero pasaron dos inviernos, y al tercero había crecido tanto, que los conejos se vieron forzados a rodearlo. "Sí, crecer, crecer, hacerse alto y mayor; esto es lo importante", pensaba.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Malvado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un príncipe perverso y arrogante, cuya única ambición consistía en conquistar todos los países de la tierra y hacer que su nombre inspirase terror. Avanzaba a sangre y fuego; sus tropas pisoteaban las mieses en los campos e incendiaban las casas de los labriegos. Las llamas lamían las hojas de los árboles, y los frutos colgaban quemados de las ramas carbonizadas. Más de una madre se había ocultado con su hijito desnudo tras los muros humeantes; los soldados la buscaban, y al descubrir a la mujer y su pequeño daban rienda suelta a un gozo diabólico; ni los propios demonios hubieran procedido con tal perversidad. El príncipe, sin embargo, pensaba que las cosas marchaban como debían marchar. Su poder aumentaba de día en día, su nombre era temido por todos, y la suerte lo acompañaba en todas sus empresas. De las ciudades conquistadas se llevaba grandes tesoros, con lo que acumuló una cantidad de riquezas que no tenía igual en parte alguna. Mandó construir magníficos palacios, templos y galerías, y cuantos contemplaban toda aquella grandeza, exclamaban: «¡Qué príncipe más grande!». Pero no pensaban en la miseria que había llevado a otros pueblos, ni oían los suspiros y lamentaciones que se elevaban de las ciudades calcinadas.

El príncipe consideraba su oro, veía sus soberbios edificios y pensaba, como la multitud: «¡Qué gran príncipe soy! Pero aún quiero más, mucho más. Es necesario que no haya otro poder igual al mío, y no digo ya superior». Se lanzó a la guerra contra todos sus vecinos, y a todos los venció. Dispuso que los reyes derrotados fuesen atados a su carroza con cadenas de oro, andando detrás de ella a su paso por las calles. Y cuando se sentaba a la mesa, los obligaba a echarse a sus pies y a los de sus cortesanos, y a recoger las migajas que les arrojaba.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Tesoro Dorado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


La mujer del tambor fue a la iglesia. Vio el nuevo altar con los cuadros pintados y los ángeles de talla. Todos eran preciosos, tanto los de las telas, con sus colores y aureolas, como los esculpidos en madera, pintados y dorados además. Su cabellera resplandecía, como el oro, como la luz del sol; era una maravilla. Pero el sol de Dios era aún más bello; lucía por entre los árboles oscuros con tonalidades rojas, claras, doradas, a la hora de la puesta. ¡Qué hermoso es mirar la cara de Nuestro Señor! Y la mujer contemplaba el sol ardiente, mientras otros pensamientos más íntimos se agitaban en su alma. Pensaba en el hijito que pronto le traería la cigüeña, y esta sola idea la alborozaba. Con los ojos fijos en el horizonte de oro, deseaba que su niño tuviese algo de aquel brillo del sol, que se pareciese siquiera a uno de aquellos angelillos radiantes del nuevo altar.

Cuando, por fin, tuvo en sus brazos a su hijito y lo mostró al padre, era realmente como uno de aquellos ángeles de la iglesia; su cabello dorado brillaba como el sol poniente.

—¡Tesoro dorado, mi riqueza, mi sol! —exclamó la madre besando los dorados ricitos; y pareció como si en la habitación resonara música y canto. ¡Cuánta alegría, cuánta vida, cuánto bullicio! El padre tocó un redoble en el tambor, un redoble de entusiasmo. Decía:

—¡Pelirrojo! ¡El chico es pelirrojo! ¡Atiende al tambor y no a lo que dice su madre! ¡Ran, ran, ranpataplán!

Y toda la ciudad decía lo mismo que el tambor.

Llevaron el niño a la iglesia para bautizarlo. Nada había que objetar al nombre que le pusieron: Pedro. La ciudad entera, y con ella el tambor, lo llamó Pedro, el pelirrojo hijo del tambor. Pero su madre le besaba el rojo cabello y lo llamaba su tesoro dorado.

En la hondonada había una ladera arcillosa en la que muchos habían grabado su nombre, como recuerdo.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Titiritero

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


A bordo del vapor se hallaba un hombre de edad ya avanzada y con cara de Pascuas, tan de Pascuas que, si no engañaba, debía de ser el hombre más feliz del mundo. Y, efectivamente, lo era, según él; se lo oí de su boca. Era danés, compatriota mío y director de teatro ambulante. Llevaba consigo a todo su personal, en una gran caja, pues era titiritero. Su buen humor, que era innato, decía, había sido además refinado por un estudiante de politécnico, y en el experimento se había vuelto completamente feliz. Yo no lo entendí de buenas a primeras, y entonces él me aclaró toda la historia, que es la siguiente:


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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