Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que
hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca
delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua de la balsa de
allá fuera, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan
inadvertidos; y, sin embargo, están allí, no cabe duda. Se diría casi un plato
lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a
otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y
satisfechos a su manera.
Pues he aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban
Crible—Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de
todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así,
peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos,
examinando una gota de agua que había extraído de un charco del foso. ¡Dios mío,
que hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga
saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.
—¡Qué asco! —exclamó el viejo Crible—Crable—. ¿No habrá modo de obligarlos a
vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas?
Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solución, tuvo que acudir
a la brujería.
—Hay que darles color, para poder verlos más bien —dijo, y les vertió encima
una gota de un líquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de
hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos
quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.
—¿Qué tienes ahí? —le preguntó otro viejo brujo que no tenía nombre, y esto
era precisamente lo bueno de él.
Leer / Descargar texto 'La Gota de Agua'