Silba el viento entre las ramas del viejo sauce.
Se diría que se oye una canción; el viento la canta, el árbol la recita. Si
no la comprendes, pregunta a la vieja Juana, la del asilo; ella sabe de esto,
pues nació en esta parroquia.
Hace muchos años, cuando aún pasaba por aquí el camino real, el árbol era ya
alto y corpulento. Estaba donde está todavía, frente a la blanca casa del
sastre, con sus paredes entramadas, cerca del estanque; que entonces era lo
bastante grande para abrevar el ganado y para que, en verano, se zambulleran y
chapotearan desnudos los niños de la aldea.
Junto al árbol habían erigido una piedra miliar; hoy está decaída e invadida
por las zarzamoras.
La nueva carretera fue desviada hacia el otro lado de la rica finca; el viejo
camino real quedó abandonado, y el estanque se convirtió en una charca, invadida
por lentejas de agua. Cuando saltaba una rana, el verde se separaba y aparecía
el agua negra; en torno crecían, y siguen creciendo, espadañas, juncos e iris
amarillos.
La casa del sastre envejeció y se inclinó, y el tejado se convirtió en un
bancal de musgo y siempreviva; se derrumbó el palomar, y el estornino estableció
en él su nido; las golondrinas construyeron los suyos alineados bajo el tejado y
en el alero, como si aquélla fuese una casa afortunada.
Antaño lo había sido; ahora estaba solitaria y silenciosa. Solo y apático
vivía en ella el «pobre Rasmus», como lo llamaban. Había nacido allí, allí había
jugado de niño, saltando por campos y setos, chapoteando en el estanque y
trepando a la copa del viejo sauce.
Este extendía sus grandes ramas, como las extiende todavía; pero la tempestad
había curvado ya el tronco, y el tiempo había abierto una grieta en él, que el
viento y la intemperie habían cuidado de llenar de tierra. De aquella tierra
habían nacido hierba y verdor; incluso había brotado un pequeño serbal.
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