Textos más vistos de Hans Christian Andersen publicados por Edu Robsy | pág. 6

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autor: Hans Christian Andersen editor: Edu Robsy


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El Jabalí de Bronce

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En la ciudad de Florencia, no lejos de la Piazza del Granduca, corre una calle transversal que, si mal no recuerdo, se llama Porta Rossa. En ella, frente a una especie de mercado de hortalizas, se levanta la curiosa figura de un jabalí de bronce, esculpido con mucho arte. Agua límpida y fresca fluye de la boca del animal, que con el tiempo ha tomado un color verde oscuro. Sólo el hocico brilla, como si lo hubiesen pulimentado —y así es en efecto— por la acción de los muchos centenares de chiquillos y pobres que, cogiéndose a él con las manos, acercan la boca a la del animal para beber. Es un bonito cuadro el de la bien dibujada fiera abrazada por un gracioso rapaz medio desnudo, que aplica su fresca boca al hocico de bronce.

A cualquier forastero que llegue a Florencia le es fácil encontrar el lugar; no tiene más que preguntar por el jabalí de bronce al primer mendigo que encuentre, seguro que lo guiarán a él.

Era un anochecer del invierno; las montañas aparecían cubiertas de nieve, pero en el cielo brillaba la luna llena; y la luna llena en Italia es tan luminosa como un día gris de invierno de los países nórdicos; y le gana aún, pues el aire brilla y adquiere relieve, mientras que en el Norte el techo de plomo, frío y lúgubre, deprime al hombre, lo aplasta contra el suelo, ese suelo húmedo y frío que un día cubrirá su ataúd.


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4 págs. / 7 minutos / 104 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Porquerizo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un príncipe que andaba mal de dinero. Su reino era muy pequeño, aunque lo suficiente para permitirle casarse, y esto es lo que el príncipe quería hacer.

Sin embargo, fue una gran osadía por su parte el irse derecho a la hija del Emperador y decirle en la cara: —¿Me quieres por marido?—. Si lo hizo, fue porque la fama de su nombre había llegado muy lejos. Más de cien princesas lo habrían aceptado, pero, ¿lo querría ella?

Pues vamos a verlo.

En la tumba del padre del príncipe crecía un rosal, un rosal maravilloso; florecía solamente cada cinco años, y aun entonces no daba sino una flor; pero era una rosa de fragancia tal, que quien la olía se olvidaba de todas sus penas y preocupaciones. Además, el príncipe tenía un ruiseñor que, cuando cantaba, se habría dicho que en su garganta se juntaban las más bellas melodías del universo. Decidió, pues, que tanto la rosa como el ruiseñor serían para la princesa, y se los envió encerrados en unas grandes cajas de plata.

El Emperador mandó que los llevaran al gran salón, donde la princesa estaba jugando a «visitas» con sus damas de honor. Cuando vio las grandes cajas que contenían los regalos, exclamó dando una palmada de alegría:

—¡A ver si será un gatito! —pero al abrir la caja apareció el rosal con la magnífica rosa.

—¡Qué linda es! —dijeron todas las damas.

—Es más que bonita —precisó el Emperador—, ¡es hermosa!

Pero cuando la princesa la tocó, por poco se echa a llorar.

—¡Ay, papá, qué lástima! —dijo—. ¡No es artificial, sino natural!

—¡Qué lástima! —corearon las damas—. ¡Es natural!

—Vamos, no te aflijas aún, y veamos qué hay en la otra caja —aconsejó el Emperador; y salió entonces el ruiseñor, cantando de un modo tan bello, que no hubo medio de manifestar nada en su contra.


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4 págs. / 8 minutos / 184 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Tesoro Dorado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


La mujer del tambor fue a la iglesia. Vio el nuevo altar con los cuadros pintados y los ángeles de talla. Todos eran preciosos, tanto los de las telas, con sus colores y aureolas, como los esculpidos en madera, pintados y dorados además. Su cabellera resplandecía, como el oro, como la luz del sol; era una maravilla. Pero el sol de Dios era aún más bello; lucía por entre los árboles oscuros con tonalidades rojas, claras, doradas, a la hora de la puesta. ¡Qué hermoso es mirar la cara de Nuestro Señor! Y la mujer contemplaba el sol ardiente, mientras otros pensamientos más íntimos se agitaban en su alma. Pensaba en el hijito que pronto le traería la cigüeña, y esta sola idea la alborozaba. Con los ojos fijos en el horizonte de oro, deseaba que su niño tuviese algo de aquel brillo del sol, que se pareciese siquiera a uno de aquellos angelillos radiantes del nuevo altar.

Cuando, por fin, tuvo en sus brazos a su hijito y lo mostró al padre, era realmente como uno de aquellos ángeles de la iglesia; su cabello dorado brillaba como el sol poniente.

—¡Tesoro dorado, mi riqueza, mi sol! —exclamó la madre besando los dorados ricitos; y pareció como si en la habitación resonara música y canto. ¡Cuánta alegría, cuánta vida, cuánto bullicio! El padre tocó un redoble en el tambor, un redoble de entusiasmo. Decía:

—¡Pelirrojo! ¡El chico es pelirrojo! ¡Atiende al tambor y no a lo que dice su madre! ¡Ran, ran, ranpataplán!

Y toda la ciudad decía lo mismo que el tambor.

Llevaron el niño a la iglesia para bautizarlo. Nada había que objetar al nombre que le pusieron: Pedro. La ciudad entera, y con ella el tambor, lo llamó Pedro, el pelirrojo hijo del tambor. Pero su madre le besaba el rojo cabello y lo llamaba su tesoro dorado.

En la hondonada había una ladera arcillosa en la que muchos habían grabado su nombre, como recuerdo.


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9 págs. / 16 minutos / 135 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En el Corral

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había llegado un pato de Portugal; algunos sostenían que de España, pero da lo mismo, el caso es que lo llamaban «El portugués». Era hembra: puso huevos, lo mataron y lo asaron. Ésta fue su historia. Todos los polluelos que salieron de sus huevos heredaron el nombre de portugueses, con lo cual se ponía bien en claro su nobleza. Ahora, de toda su familia quedaba sólo una hembra en el corral, confundida con las gallinas, entre las cuales el gallo se pavoneaba con insoportable arrogancia.

—Me hiere los oídos con su horrible canto —decía la portuguesa—. No se puede negar que es hermoso, aunque no sea de la familia de los patos. ¡Sólo con que supiera moderarse un poco! Pero la moderación es virtud propia de personas educadas. Fíjate en estos pajarillos cantores que viven en el tilo del jardín vecino. ¡Eso sí que es cantar! Sólo de oírlos me conmuevo. A su canto lo llamo Portugal, como a todo lo exquisito. ¡Cuánto quisiera tener un pajarito así a mi lado! Sería para él una madre, tierna y cariñosa. Lo llevo en la sangre, en mi sangre portuguesa.

Y mientras decía esto llegó uno de aquellos pájaros cantores; cayó de cabeza, desde el tejado, y aunque el gato estaba al acecho, logró escapar con un ala rota y se metió en el corral.

—¡El gato tenía que ser, esta escoria de la sociedad! —exclamó el pato—. Bien lo conozco de los tiempos en que tuve patitos. ¡Que un ser de su ralea tenga vida y pueda correr por los tejados! No creo que esto se permita en Portugal.

Y compadecía al pajarillo, y lo compadecían también los demás patos, que no eran portugueses.

—¡Pobre animalito! —decían, acercándose a verlo uno tras otro

—Es verdad que no sabemos cantar —confesaban—, pero sentimos la música y hay algo en nosotros que vibra al oírla. Todos nos damos cuenta, aunque no queramos hablar de ello.


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6 págs. / 11 minutos / 83 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En el Cuarto de los Niños

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Papá, mamá y todos los hermanitos habían ido a ver la comedia; Anita y su padrino quedaron solos en casa.

—También nosotros tendremos nuestra comedia —dijo el padrino—. Manos a la obra.

—Pero no tenemos teatro —replicó la pequeña Anita—, ni nadie que haga de cómico. Mi vieja muñeca es demasiado fea, y no quiero que se arrugue el vestido de la nueva.

—Cómicos siempre hay, si nos contentamos con lo que tenemos —dijo el padrino.

Ante todo vamos a construir el teatro. Pondremos aquí un libro, allí otro, y un tercero atravesado. Ahora tres del otro lado; ya tenemos los bastidores.

Aquella caja vieja podrá servirnos de fondo; pondremos la base hacia fuera. La escena representa una habitación, esto está claro. Dediquémonos ahora a los personajes. Veamos qué hay en la caja de los juguetes. Primero los personajes, después la obra; cuando tengamos los primeros, la otra vendrá por sí sola, y la cosa saldrá que ni pintada. Aquí hay una cabeza de pipa, y allí un guante sin pareja; podrán ser padre e hija.

—Pero no basta con dos —protestó Anita—. Aquí tengo el chaleco viejo de mi hermano. ¿No podría trabajar también?

—Desde luego; ya tiene la edad suficiente para ello —asintió el padrino.

—Será el galán. No lleva nada en los bolsillos; esto es ya interesante, revela un amor desgraciado. Y aquí están las botas del cascanueces con espuelas y todo, ¡caramba, pues no puede pavonearse y zapatear! Será el pretendiente intempestivo, a quien la señorita no puede sufrir. ¿Qué comedia prefieres? ¿Quieres un drama o una pieza de familia?

—¡Eso! —exclamó Ana—. A los demás les gusta mucho. ¿Sabes una?


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3 págs. / 5 minutos / 86 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En el Mar Remoto

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Varios grandes barcos habían sido enviados a las regiones del Polo Norte para descubrir los límites más septentrionales entre la tierra y el mar, e investigar hasta dónde podían avanzar los hombres en aquellos parajes. Llevaban ya mucho tiempo abriéndose paso por entre la niebla y los hielos, y sus tripulaciones habían tenido que sufrir muchas penalidades. Ahora había llegado el invierno y desaparecido el sol; durante muchas, muchas semanas, reinó la noche continua; en derredor todo era un único bloque de hielo, en el que los barcos habían quedado aprisionados; la nieve alcanzaba gran altura, y con ella habían construido casas en forma de colmena, algunas grandes como túmulos, y otras, más pequeñas, capaces de albergar solamente de dos a cuatro hombres. Sin embargo, la oscuridad no era completa, pues las auroras boreales enviaban sus resplandores rojos y azules; era como un eterno castillo de fuegos artificiales, y la nieve despedía un tenue brillo; la noche era allí como un largo crepúsculo llameante. En los períodos de mayor claridad se presentaban grupos de indígenas de singularísimo aspecto, con sus hirsutos abrigos de pieles; iban montados en trineos construidos de trozos de hielo, y traían pieles en grandes fardos, gracias a las cuales las casas de nieve pudieron ser provistas de calientes alfombras. Las pieles servían, además, de mantas y almohadas, y con ellas los marineros se arreglaban camas bajo sus cúpulas de nieve, mientras en el exterior arreciaba el frío con una intensidad desconocida incluso en los más rigurosos inviernos nórdicos. En nuestra patria era todavía otoño, y de ello se acordaban aquellos hombres perdidos en tan altas latitudes; pensaban en el sol de su tierra y en el follaje amarillo que colgaba aún de sus árboles. El reloj les dijo que era noche y hora de acostarse, y en una de las chozas de nieve dos hombres se tendieron a descansar.


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2 págs. / 4 minutos / 109 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Es la Pura Verdad

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Es un caso espantoso! —exclamó una gallina del extremo opuesto del pueblo, donde el hecho no había sucedido—. ¡Ha pasado algo espantoso en el gallinero de allá! Lo que es esta noche, no duermo sola. Menos mal que somos tantas.

Y les contó el caso, y a las demás gallinas se les erizaron las plumas, y al gallo se le cayó la cresta. ¡Es la pura verdad!

Pero empecemos por el principio, pues la cosa sucedió en un gallinero del otro extremo del pueblo. Se ponía el sol, y las gallinas se subían a su percha; una de ellas, blanca y paticorta, ponía sus huevos con toda regularidad y era una gallina de lo más respetable. Una vez en su percha, se dedicó a asearse con el pico, y en la operación perdió una pluma.

—¡Ya voló una! —dijo—. Cuanto más me desplumo, más guapa estoy —. Lo dijo en broma, pues de todas las gallinas era la de carácter más alegre; por lo demás, como ya dijimos, era la respetabilidad personificada. Y luego se puso a dormir.

El gallinero estaba a oscuras; las gallinas estaban alineadas en su percha, pero la contigua a la nuestra permanecía despierta. Aquellas palabras las había oído y no las había oído, como a menudo conviene hacer en este mundo, si uno quiere vivir en paz y tranquilidad. Con todo, no pudo contenerse y dijo a la vecina del otro lado:

—¿No has oído? No quiero citar nombres, pero lo cierto es que hay aquí una gallina que se despluma para parecer más hermosa. Si yo fuese gallo, la despreciaría.

Pero he aquí que más arriba de las gallinas vivía la lechuza, con su marido y su prole; todos los miembros de la familia tenían un oído finísimo y oyeron las palabras de la gallina, y, oyéndolas, revolvieron los ojos, y la madre lechuza se puso a abanicarse con las alas.


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Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Guardado en el Corazón, y No Olvidado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un viejo castillo, con su foso pantanoso y su puente levadizo, el cual estaba más veces levantado que bajado, pues no todas las visitas son deseables. Había troneras bajo el tejado, y mirillas a lo largo de los muros; por ellos podía dispararse al exterior o arrojar agua hirviendo o plomo derretido sobre el enemigo, cuando se acercaba demasiado. Los aposentos interiores eran de alto techo, y así convenía que fuesen, por el mucho humo que salía del fuego del hogar, alimentado con troncos húmedos. De la pared colgaban retratos de hombres con sus armaduras, y de altivas damas en sus pesados ropajes. La más altiva de todas vivía y deambulaba por los recintos del castillo; era su dueña y se llamaba Mette Mogens.

Una noche vinieron bandidos. Mataron a tres de los servidores del castillo y al perro mastín, ataron luego a Dama Mette a la perrera con la cadena del animal e, instalándose en la gran sala, se bebieron el vino de la bodega y la buena cerveza.

Dama Mette permanecía encadenada en la caseta; ni siquiera podía ladrar.

En éstas se le acercó el más joven de los bandidos, deslizándose de puntillas para no ser oído, pues los demás lo hubieran asesinado.

—Señora Mette Mogens —dijo el mozo—, ¿te acuerdas de que un día mi padre, en vida aún de tu esposo, fue condenado a montar en el potro del tormento? Tú pediste piedad para él, pero en vano; hubo de cumplirse la sentencia. Pero tú te acercaste a hurtadillas como lo hago yo ahora, y le pusiste una piedra debajo de cada pie para procurarle un punto de apoyo. Nadie lo vio, o por lo menos hicieron como si no lo vieran; por algo eras la señora. Mi padre me lo contó, y yo he guardado el relato en mi corazón, mas no lo he olvidado. ¡Ahora te devuelvo la libertad, señora Mette Mogens!

Poco después los dos galopaban, bajo la lluvia y la tempestad, en busca de ayuda.


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3 págs. / 5 minutos / 95 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Holger el Danés

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Hay en Dinamarca un viejo castillo llamado Kronborg. Está junto al Öresund, estrecho que cruzan diariamente centenares de grandes barcos, lo mismo ingleses que rusos y prusianos, saludando al viejo castillo con salvas de artillería, ¡bum!, y él contesta con sus cañones: ¡bum! Pues de esta forma los cañones dicen «¡Buenos días!» y «¡Muchas gracias!». En invierno no pasa por allí ningún buque, ya que entonces está todo cubierto de hielo, hasta muy arriba de la costa sueca; pero en la buena estación es una verdadera carretera. Ondean las banderas danesa y sueca, y las poblaciones de ambos países se dicen «¡Buenos días!» y «¡Muchas gracias!», pero no a cañonazos, sino con un amistoso apretón de manos, y unos llevan pan blanco y rosquillas a los otros, pues la comida forastera siempre sabe mejor. Pero lo más estupendo de todo es el castillo de Kronborg, en cuyas cuevas, profundas y tenebrosas, a las que nadie baja, reside Holger el Danés. Va vestido de hierro y acero, y apoya la cabeza en sus robustos brazos; su larga barba cuelga por sobre la mesa de mármol, a la que está pegada. Duerme y sueña, pero en sueños ve todo lo que ocurre allá arriba, en Dinamarca. Por Nochebuena baja siempre un ángel de Dios y le dice que es cierto lo que ha soñado, y que puede seguir durmiendo tranquilamente, pues Dinamarca no se encuentra aún en verdadero peligro. Si este peligro se presentara, Holger, el viejo danés, se levantaría, y rompería la mesa al retirar la barba. Volvería al mundo y pegaría tan fuerte, que sus golpes se oirían en todos los ámbitos de la Tierra.


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5 págs. / 8 minutos / 85 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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