Textos más populares este mes de Hans Christian Andersen etiquetados como Cuento infantil disponibles publicados el 4 de julio de 2016 | pág. 3

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autor: Hans Christian Andersen etiqueta: Cuento infantil textos disponibles fecha: 04-07-2016


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Visión del Baluarte

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Es otoño. Estamos en lo alto del baluarte contemplando el mar, surcado por numerosos barcos, y, a lo lejos, la costa sueca, que se destaca, altiva, a la luz del sol poniente. A nuestra espalda desciende, abrupto, el bosque, y nos rodean árboles magníficos, cuyo amarillo follaje va desprendiéndose de las ramas. Al fondo hay casas lóbregas, con empalizadas, y en el interior, donde el centinela efectúa su monótono paseo, todo es angosto y tétrico; pero más tenebroso es todavía del otro lado de la enrejada cárcel, donde se hallan los presidiarios, los delincuentes peores.

Un rayo del sol poniente entra en la desnuda celda, pues el sol brilla sobre los buenos y los malos. El preso, hosco y rudo, dirige una mirada de odio al tibio rayo. Un pajarillo vuela hasta la reja. El pájaro canta para los buenos y los malos. Su canto es un breve trino, pero el pájaro se queda allí, agitando las alas. Se arranca una pluma y se esponja las del cuello; y el mal hombre encadenado lo mira. Una expresión más dulce se dibuja en su hosca cara; un pensamiento que él mismo no comprende claramente, brota en su pecho; un pensamiento que tiene algo de común con el rayo de sol que entra por la reja, y con las violetas que tan abundantes crecen allá fuera en primavera. Luego resuena el cuerno de los cazadores, melódicos y vigorosos. El pájaro se asusta y se echa a volar, alejándose de la reja del preso; el rayo de sol desaparece, y vuelve a reinar la oscuridad en la celda, la oscuridad en el corazón de aquel hombre malo; pero el sol ha brillado, y el pájaro ha cantado.

¡Segan resonando, hermosos toques del cuerno de caza! El atardecer es apacible, el mar está en calma, terso como un espejo.

La aguja de zurcir

Érase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se creía ser una aguja de coser.


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4 págs. / 8 minutos / 109 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Pluma y Tintero

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En el despacho de un escritor, alguien dijo un día, al considerar su tintero sobre la mesa:

—Es sorprendente lo que puede salir de un tintero. ¿Qué va a darnos la próxima vez? Es bien extraño.

—Lo es, ciertamente —respondió el tintero—. Incomprensible. Es lo que yo digo —añadió, dirigiéndose a la pluma y demás objetos situados sobre la mesa y capaces de oírlo—. ¡Es sorprendente lo que puede salir de mí! Es sencillamente increíble. Yo mismo no podría decir lo que saldrá la próxima vez, en cuanto el hombre empiece a sacar tinta de mí. Una gota de mi contenido basta para llenar media hoja de papel, y, ¡cuántas cosas no se pueden decir en ella! Soy verdaderamente notable. De mí salen todas las obras del poeta, estas personas vivientes que las gentes creen conocer, estos sentimientos íntimos, este buen humor, estas amenísimas descripciones de la Naturaleza. Yo no lo comprendo, pues no conozco la Naturaleza, pero lo llevo en mi interior. De mí salieron todas esas huestes de vaporosas y encantadoras doncellas, de audaces caballeros en sus fogosos corceles, de ciegos y paralíticos, ¡qué sé yo! Les aseguro que no tengo ni idea de cómo ocurre todo esto.

—Lleva usted razón —dijo la pluma—. Usted no piensa en absoluto, pues si lo hiciera, se daría cuenta de que no hace más que suministrar el líquido. Usted da el fluido con el que yo puedo expresar y hacer visible en el papel lo que llevo en mi interior, lo que escribo. ¡Es la pluma la que escribe! Nadie lo duda, y la mayoría de hombres entienden tanto de Poesía como un viejo tintero.


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2 págs. / 4 minutos / 106 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Vänö y Glänö

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había en otros tiempos, junto a la costa de Seeland, frente a Holsteinborg, dos islas cubiertas de bosque: Vänö y Glänö; tenían un pueblo con iglesia y diversas granjas, todas cerca de la orilla y a muy poca distancia unas de otras. Hoy sólo hay una isla.

Una noche estalló una espantosa tempestad. El mar subió como no recordaba nadie. La borrasca adquiría violencia por momentos; parecía el Juicio Final, con un estruendo como si fuera a estallar la Tierra. Las campanas de la iglesia se pusieron a tocar sin que las impulsase mano humana.

En el curso de aquella noche desapareció Vänö, tragada por el mar, sin dejar huellas. Más tarde, empero, en alguna noche de verano, a la hora de la bajamar y cuando las aguas estaban encalmadas, los pescadores que habían salido a la pesca de la anguila con antorchas, veían en el fondo, si tenían buenos ojos, la Isla de Vänö, con su blanco campanario y el alto muro de la iglesia. —Vänö aguarda a Glänö— dice la leyenda. Veían la isla, oían tañer las campanas allá en el fondo del agua, pero sin duda se equivocaban; seguramente eran los gritos de los numerosos cisnes salvajes, que con frecuencia se posan en la superficie del mar en aquellos lugares; graznan y se quejan, y sus gritos suenan a lo lejos como doblar de campanas.

Era un tiempo en que muchos ancianos de Glänö se acordaban aún de aquella noche borrascosa, y también de que siendo niños habían pasado en carro, a la hora de la bajamar, de una a otra isla, del mismo modo que hoy se va de la costa de Seeland, cerca de Holsteinborg, a la Isla de Glänö; el agua llega sólo al eje de las ruedas. —Vänö aguarda a Glänö— se decía, y el dicho se convirtió en certidumbre.


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2 págs. / 3 minutos / 92 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Rompenieves

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Era invierno, el aire frío, el viento cortante, pero en el hogar se estaba caliente y a gusto, y la flor yacía en su casita, encerrada en su bulbo, bajo la tierra y la nieve.

Un día llovió, las gotas atravesaron la capa de nieve y penetraron en la tierra, tocaron el bulbo y le hablaron del luminoso mundo de allá arriba; poco después, un rayo de sol taladró a su vez la nieve y fue a llamar a la corteza del bulbo.

—¡Adelante! —dijo la flor.

—No puedo —respondió el rayo de sol—. No tengo bastante fuerza para abrir. Hasta el verano no seré fuerte.

—¿Cuándo llegará el verano? —preguntó la flor, y fue repitiendo la misma pregunta cada vez que llegaba un nuevo rayo de sol. Pero faltaba aún mucho para el verano. El suelo estaba cubierto de un manto de nieve, y todas las noches se helaba el agua.

—¡Cuánto tarda, cuánto tarda! —se lamentaba la flor—. Siento un cosquilleo, no puedo estar quieta, necesito estirarme, abrir, salir afuera, ir a dar los buenos días al verano. ¡Qué tiempo más feliz será!

Y la flor venga agitarse y estirarse contra la delgada envoltura, que el agua reblandecía desde fuera y la nieve y la tierra calentaban, aquella tierra en la que el sol ya había penetrado. Iba encaramándose bajo la nieve, con una yema verde y blanquecina en el extremo del verde tallo, con hojas estrechas y jugosas que parecían querer protegerla. La nieve era fría, pero estaba bañada de luz; por eso era fácil atravesarla, y la flor sintió que el rayo de sol tenía más fuerza que antes.

—¡Bienvenida, bienvenida! —cantaban y decían todos los rayos, mientras la flor se elevaba por encima de la nieve, asomando al mundo luminoso. Los rayos la acariciaban y besaban, impulsándola a abrirse del todo, blanca como la nieve y adornada con fajas verdes. Inclinó la cabeza, gozosa y humilde.


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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Hoja del Cielo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


A gran altura, en el aire límpido, volaba un ángel que llevaba en la mano una flor del jardín del Paraíso, y al darle un beso, de sus labios cayó una minúscula hojita, que, al tocar el suelo, en medio del bosque, arraigó en seguida y dio nacimiento a una nueva planta, entre las muchas que crecían en el lugar.

—¡Qué hierba más ridícula! —dijeron aquéllas.

Y ninguna quería reconocerla, ni siquiera los cardos y las ortigas.

—Debe de ser una planta de jardín —añadieron, con una risa irónica, y siguieron burlándose de la nueva vecina; pero ésta venga crecer y crecer, dejando atrás a las otras, y venga extender sus ramas en forma de zarcillos a su alrededor.

—¿Adónde quieres ir? —preguntaron los altos cardos, armados de espinas en todas sus hojas—. Dejas las riendas demasiado sueltas, no es éste el lugar apropiado. No estamos aquí para aguantarte.

Llegó el invierno, y la nieve cubrió la planta; pero ésta dio a la nívea capa un brillo espléndido, como si por debajo la atravesara la luz del sol. En primavera se había convertido en una planta florida, la más hermosa del bosque.

Vino entonces el profesor de Botánica; su profesión se adivinaba a la legua. Examinó la planta, la probó, pero no figuraba en su manual; no logró clasificarla.

—Es una especie híbrida —dijo—. No la conozco. No entra en el sistema.

—¡No entra en el sistema! —repitieron los cardos y las ortigas. Los grandes árboles circundantes miraban la escena sin decir palabra, ni buena ni mala, lo cual es siempre lo más prudente cuando se es tonto.


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3 págs. / 5 minutos / 167 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Pulga y el Profesor

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un aeronauta que terminó malamente. Estalló su globo, cayó el hombre y se hizo pedazos. Dos minutos antes había enviado a su ayudante a tierra en paracaídas; fue una suerte para el ayudante, pues no sólo salió indemne de la aventura, sino que además se encontró en posesión de valiosos conocimientos sobre aeronáutica; pero no tenía globo, ni medios para procurarse uno.

Como de un modo u otro tenía que vivir, acudió a la prestidigitación y artes similares; aprendió a hablar con el estómago y lo llamaron ventrílocuo. Era joven y de buena presencia, y bien vestido siempre y con bigote, podía pasar por hijo de un conde. Las damas lo encontraban guapo, y una muchacha se prendó de tal modo de su belleza y habilidad, que lo seguía a todas las ciudades y países del extranjero; allí él se atribuía el título de «profesor»; era lo menos que podía ser.

Su idea fija era procurarse un globo y subir al espacio acompañado de su mujercita. Pero les faltaban los recursos necesarios.

—Ya Llegarán —decía él.

—¡Ojalá! —respondía ella.

—Somos jóvenes, y yo he llegado ya a profesor. ¡Las migas también son pan!

Ella le ayudaba abnegadamente vendiendo entradas en la puerta, lo cual no dejaba de ser pesado en invierno. Y le ayudaba también en sus trucos. El prestidigitador introducía a su mujer en el cajón de la mesa, un cajón muy grande; desde allí, ella se escurría a una caja situada detrás, y ya no aparecía cuando se volvía a abrir el cajón. Era lo que se llama una ilusión óptica.


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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Vela de Sebo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Hervía y bullía mientras el fuego llameaba bajo de la olla, era la cuna de la vela de sebo, y de aquella cálida cuna brotó la vela entera, esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con una forma que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían, habrían de mantenerse y realizarse.

La oveja, una preciosa ovejita, era la madre de la vela, y el crisol era su padre. De su madre había heredado el cuerpo, deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre había recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y fulguraría en la vida.

Sí, así nació y creció cuando con las mayores, más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a otras muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba por sí mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de comprender para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y cogió la vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada vez mayores el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por completo y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba, había estado en un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de lo que podía aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio… pero en su interior seguía siendo inocente y pura.

Vieron entonces sus falsos amigos que no podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un trasto inútil.

Y la negra cáscara externa no dejaba entrar a los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color, temían llenarse de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.


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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Tía

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Tendrías que haber conocido a mi tía. Era encantadora. No quiero decir encantadora en el sentido que se suele dar a la palabra, sino buena y cariñosa, divertida a su modo, dispuesta siempre a charlar sobre sí misma, cuando uno tenía ganas de charlar y reírse a propósito de alguien. Sin dificultad te la imaginabas en una comedia, entre otras cosas, porque sólo vivía para el teatro y la vida de la escena. Era una mujer muy respetable, pero el agente Fabs, a quien tía llamaba Flabs, decía que estaba loca por el teatro.

—El teatro es mi escuela —afirmaba—, la fuente de mis conocimientos. En él he refrescado mi Historia Sagrada: «Moisés», «José y sus hermanos»; eso son óperas. Al teatro debo mis conocimientos de Historia Universal, Geografía y Psicología. Por las obras francesas conozco la vida de París, equívoca, pero interesantísima. ¡Cómo he llorado con la «Familia Riquebourg» porque el marido ha de matarse bebiendo para que el joven amante pueda casarse con ella! Sí, he derramado muchas lágrimas en los cincuenta años que he estado abonada.

Mi tía conocía todas las obras teatrales, todos los decorados, todos los personajes que salían o habían salido a escena. Puede decirse que sólo vivía durante los nueves meses de la temporada. El verano, sin teatro, era para ella un tiempo vacío, que sólo servía para envejecer, mientras que una sola noche de espectáculo alargada hasta la madrugada, constituía una verdadera prolongación de su vida. No decía, como tantas otras personas: «Ya viene la primavera; ha llegado la cigüeña», o bien «ya están en el mercado las primeras fresas». Lo que ella anunciaba era la proximidad del otoño: «¿Ha visto que ya se ha abierto el abono a los palcos? Van a empezar las representaciones».


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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Vieja Campana de la Iglesia

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En el país alemán de Württemberg, con sus carreteras bordeadas de magníficas acacias y donde en otoño los manzanos y perales doblan sus ramas bajo la bendición de sus frutos maduros, hay una ciudad llamada Marbach. Es una de las ciudades más pequeñas de la región, pero está bellamente situada a orillas del Neckar, que discurre al pie de poblaciones, antiguos castillos señoriales y verdes viñedos antes de mezclar sus aguas con las del soberbio Rin.

El año estaba ya muy avanzado, los pámpanos, teñidos de rojo, pendían marchitos. Caían chubascos, y el viento frío arreciaba por momentos; no es ésta la estación más agradable para los pobres. Los días se hacían oscuros, y más aún en el interior de las viejas y angostas casas.

Había una de éstas, de aspecto mísero y exiguo, con hastial que daba a la calle y bajas ventanas. Tan pobre como la casa era la familia que la habitaba; pero era honrada y laboriosa, y en el tesoro de su corazón se guardaba el temor de Dios. Nuestros Señor se disponía a enviarles un hijo más. Sonó la hora, y la madre yacía en cama, presa de los temores y dolores del parto; y he aquí que de la iglesia próxima le llegaron, profundos y solemnes, los sones de una campana. Era una hora solemne, y el tañido de la campana llenó a la piadosa mujer de fervor y confianza. Sus pensamientos se elevaron a Dios, en el mismo momento dio a luz a su hijito, y se sintió inmensamente feliz. La campana de la torre parecía comunicar su regocijo a toda la ciudad y a la campiña. La miraban dos claros ojos infantiles, y el cabello del niño brillaba cual si fuese de oro.


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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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