Todas las llaves tienen su historia, y ¡hay tantas! Llaves de gentilhombre,
llaves de reloj, las llaves de San Pedro... Podríamos contar cosas de todas,
pero nos limitaremos a hacerlo de la llave de la casa del señor Consejero.
Aunque salió de una cerrajería, cualquiera hubiese creído que había venido de
una orfebrería, según estaba de limada y trabajada. Siendo demasiado voluminosa
para el bolsillo del pantalón, había que llevarla en la de la chaqueta, donde
estaba a oscuras, aunque también tenía su puesto fijo en la pared, al lado de la
silueta del Consejero cuando niño, que parecía una albóndiga de asado de
ternera.
Se díce que cada persona tiene en su carácter y conducta algo del signo del
zodíaco bajo el cual nació: Toro, Virgen, Escorpión, o el nombre que se le dé en
el calendario. Pero la señora Consejera afirmaba que su marido no había nacido
bajo ninguno de estos signos, sino bajo el de la «carretilla», pues siempre
había que estar empujándolo.
Su padre lo empujó a un despacho, su madre lo empujó al matrimonio, y su
esposa lo condujo a empujones hasta su cargo de Consejero de cámara, aunque se
guardó muy bien de decirlo; era una mujer cabal y discreta, que sabía callar a
tiempo y hablar y empujar en el momento oportuno.
El hombre era ya entrado en años, «bien proporcionado», según decía él mismo,
hombre de erudición, buen corazón y con «inteligencia de llave», término que
aclararemos más adelante. Siempre estaba de buen humor, apreciaba a todos sus
semejantes y gustaba de hablar con ellos. Cuando iba a la ciudad, costaba Dios y
ayuda hacerle volver a casa, a menos que su señora estuviese presente para
empujarlo. Tenía que pararse a hablar con cada conocido que encontraba; y sus
conocidos no eran pocos, por lo que siempre se enfriaba la comida.
La señora Consejera lo vigilaba desde la ventana.
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