Textos más populares esta semana de Hans Christian Andersen etiquetados como Cuento infantil disponibles | pág. 7

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autor: Hans Christian Andersen etiqueta: Cuento infantil textos disponibles


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En el Cuarto de los Niños

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Papá, mamá y todos los hermanitos habían ido a ver la comedia; Anita y su padrino quedaron solos en casa.

—También nosotros tendremos nuestra comedia —dijo el padrino—. Manos a la obra.

—Pero no tenemos teatro —replicó la pequeña Anita—, ni nadie que haga de cómico. Mi vieja muñeca es demasiado fea, y no quiero que se arrugue el vestido de la nueva.

—Cómicos siempre hay, si nos contentamos con lo que tenemos —dijo el padrino.

Ante todo vamos a construir el teatro. Pondremos aquí un libro, allí otro, y un tercero atravesado. Ahora tres del otro lado; ya tenemos los bastidores.

Aquella caja vieja podrá servirnos de fondo; pondremos la base hacia fuera. La escena representa una habitación, esto está claro. Dediquémonos ahora a los personajes. Veamos qué hay en la caja de los juguetes. Primero los personajes, después la obra; cuando tengamos los primeros, la otra vendrá por sí sola, y la cosa saldrá que ni pintada. Aquí hay una cabeza de pipa, y allí un guante sin pareja; podrán ser padre e hija.

—Pero no basta con dos —protestó Anita—. Aquí tengo el chaleco viejo de mi hermano. ¿No podría trabajar también?

—Desde luego; ya tiene la edad suficiente para ello —asintió el padrino.

—Será el galán. No lleva nada en los bolsillos; esto es ya interesante, revela un amor desgraciado. Y aquí están las botas del cascanueces con espuelas y todo, ¡caramba, pues no puede pavonearse y zapatear! Será el pretendiente intempestivo, a quien la señorita no puede sufrir. ¿Qué comedia prefieres? ¿Quieres un drama o una pieza de familia?

—¡Eso! —exclamó Ana—. A los demás les gusta mucho. ¿Sabes una?


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3 págs. / 5 minutos / 83 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Pegaojos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En todo el mundo no hay quien sepa tantos cuentos como Pegaojos. ¡Señor, los que sabe!

Al anochecer, cuando los niños están aún sentados a la mesa o en su escabel, viene un duende llamado Pegaojos; sube la escalera quedito, quedito, pues va descalzo, sólo en calcetines; abre las puertas sin hacer ruido y, ¡chitón!, vierte en los ojos de los pequeñuelos leche dulce, con cuidado, con cuidado, pero siempre bastante para que no puedan tener los ojos abiertos y, por tanto, verlo. Se desliza por detrás, les sopla levemente en la nuca y los hace quedar dormidos. Pero no les duele, pues Pegaojos es amigo de los niños; sólo quiere que se estén quietecitos, y para ello lo mejor es aguardar a que estén acostados. Deben estarse quietos y callados, para que él pueda contarles sus cuentos.

Cuando ya los niños están dormidos, Pegaojos se sienta en la cama. Va bien vestido; lleva un traje de seda, pero es imposible decir de qué color, pues tiene destellos verdes, rojos y azules, según como se vuelva. Y lleva dos paraguas, uno debajo de cada brazo.

Uno de estos paraguas está bordado con bellas imágenes, y lo abre sobre los niños buenos; entonces ellos durante toda la noche sueñan los cuentos más deliciosos; el otro no tiene estampas, y lo despliega sobre los niños traviesos, los cuales se duermen como marmotas y por la mañana se despiertan sin haber tenido ningún sueño.

Ahora veremos cómo Pegaojos visitó, todas las noches de una semana, a un muchachito que se llamaba Federico, para contarle sus cuentos. Son siete, pues siete son los días de la semana.

Lunes

—Atiende —dijo Pegaojos, cuando ya Federico estuvo acostado—, verás cómo arreglo todo esto.


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7 págs. / 12 minutos / 80 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Verdezuelos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había un rosal en la ventana. Hasta hace poco estaba verde y lozano, mas ahora tenía un aspecto enfermizo; algo debía ocurrirle.

Lo que le pasaba es que habían llegado soldados y tenía que alojarlos. Los recién llegados se lo comían vivo, a pesar de tratarse de una tropa muy respetable, en uniforme verde.

Hablé con uno de los alojados, que aunque sólo contaba tres días de edad, era ya bisabuelo. ¿Sabes lo que me dijo? Pues me contó muchas cosas de él y de toda la tropa.

—Somos el regimiento más notable entre todas las criaturas de la Tierra. Cuando hace calor damos a luz hijos vivos, pues entonces el tiempo se presta a ello; nos casamos enseguida y celebramos la boda. Cuando hace frío ponemos huevos; así los pequeños están calientes. El más sabio de todos los animales, la hormiga, a la que respetamos sobremanera, nos estudia y aprecia. No se nos come, sino que coge nuestros huevos, los pone entre los suyos y en el piso inferior de su casa, los coloca por orden numérico en hileras y en capas, de manera que cada día pueda salir uno del huevo. Entonces nos llevan al establo y, sujetándonos las patas posteriores, nos ordeñan hasta que morimos: es una sensación agradabilísima. Nos dan el nombre más hermoso imaginable: «dulce vaquita lechera». Éste es el nombre que nos dan los animales inteligentes como las hormigas; sólo los hombres no lo hacen, lo cual es una ofensa capaz de hacernos perder la ecuanimidad. ¿No podría escribir nada para arreglar esta embarazoso situación y poner las cosas en su punto?

Nos miran estúpidamente, y, además, con ojos coléricos, total porque nos comemos unos pétalos de rosa, cuando ellos devoran todos los seres vivos, todo lo que verdea y florece. Nos dan el nombre más despectivo y más odioso que quepa imaginar; no me atrevo a decirlo, ¡puh! Me mareo sólo al pensarlo. No puedo repetirlo, al menos cuando voy de uniforme; y como nunca me lo quito...


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2 págs. / 3 minutos / 73 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Patito Feo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.

Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. "¡Pip, pip!", decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

—¡Cuac, cuac! —dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

—¡Oh, qué grande es el mundo! —dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

—¿Creen acaso que esto es el mundo entero? —preguntó la pata—. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos —agregó, levantándose del nido—. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.


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11 págs. / 20 minutos / 538 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Compañero de Viaje

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


El pobre Juan estaba muy triste, pues su padre se hallaba enfermo e iba a morir. No había más que ellos dos en la reducida habitación; la lámpara de la mesa estaba próxima a extinguirse, y llegaba la noche.

—Has sido un buen hijo, Juan —dijo el doliente padre—, y Dios te ayudará por los caminos del mundo.

Le dirigió una mirada tierna y grave, respiró profundamente y expiró; se habría dicho que dormía. Juan se echó a llorar; ya nadie le quedaba en la Tierra, ni padre ni madre, hermano ni hermana. ¡Pobre Juan! Arrodillado junto al lecho, besaba la fría mano de su padre muerto, y derramaba amargas lágrimas, hasta que al fin se le cerraron los ojos y se quedó dormido, con la cabeza apoyada en el duro barrote de la cama.

Tuvo un sueño muy raro; vio cómo el Sol y la Luna se inclinaban ante él, y vio a su padre rebosante de salud y riéndose, con aquella risa suya cuando se sentía contento. Una hermosa muchacha, con una corona de oro en el largo y reluciente cabello, tendió la mano a Juan, mientras el padre le decía: «¡Mira qué novia tan bonita tienes! Es la más bella del mundo entero». Entonces se despertó: el alegre cuadro se había desvanecido; su padre yacía en el lecho, muerto y frío, y no había nadie en la estancia. ¡Pobre Juan!


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21 págs. / 37 minutos / 397 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Bajo el Sauce

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


La comarca de Kjöge es ácida y pelada; la ciudad está a orillas del mar, y esto es siempre una ventaja, pero es innegable que podría ser más hermosa de lo que es en realidad; todo alrededor son campos lisos, y el bosque queda a mucha distancia. Sin embargo, cuando nos encontramos a gusto en un lugar, siempre descubrimos algo de bello en él, y más tarde lo echaremos de menos, aunque nos hallemos en el sitio más hermoso del mundo. Y forzoso es admitir que en verano tienen su belleza los arrabales de Kjöge, con sus pobres jardincitos extendidos hasta el arroyo que allí se vierte en el mar; y así lo creían en particular Knud y Juana, hijos de dos familias vecinas, que jugaban juntos y se reunían atravesando a rastras los groselleros. En uno de los jardines crecía un saúco, en el otro un viejo sauce, y debajo de éste gustaban de jugar sobre todo los niños; y se les permitía hacerlo, a pesar de que el árbol estaba muy cerca del río, y los chiquillos corrían peligro de caer en él. Pero el ojo de Dios vela sobre los pequeñuelos —de no ser así, ¡mal irían las cosas!—. Por otra parte, los dos eran muy prudentes; el niño tenía tanto miedo al agua, que en verano no había modo de llevarlo a la playa, donde tan a gusto chapoteaban los otros rapaces de su edad; eso lo hacía objeto de la burla general, y él tenía que aguantarla.

Un día la hijita del vecino, Juana, soñó que navegaba en un bote de vela en la Bahía de Kjöge, y que Knud se dirigía hacia ella vadeando, hasta que el agua le llegó al cuello y después lo cubrió por entero. Desde el momento en que Knud se enteró de aquel sueño, ya no soportó que lo tachasen de miedoso, aduciendo como prueba al sueño de Juana. Éste era su orgullo, mas no por eso se acercaba al mar.


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17 págs. / 31 minutos / 370 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Algo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Quiero ser algo! —decía el mayor de cinco hermanos—. Quiero servir de algo en este mundo. Si ocupo un puesto, por modesto que sea, que sirva a mis semejantes, seré algo. Los hombres necesitan ladrillos. Pues bien, si yo los fabrico, haré algo real y positivo.

—Sí, pero eso es muy poca cosa —replicó el segundo hermano—. Tu ambición es muy humilde: es trabajo de peón, que una máquina puede hacer. No, más vale ser albañil. Eso sí es algo, y yo quiero serlo. Es un verdadero oficio. Quien lo profesa es admitido en el gremio y se convierte en ciudadano, con su bandera propia y su casa gremial. Si todo marcha bien, podré tener oficiales, me llamarán maestro, y mi mujer será la señora patrona. A eso llamo yo ser algo.

—¡Tonterías! —intervino el tercero—. Ser albañil no es nada. Quedarás excluido de los estamentos superiores, y en una ciudad hay muchos que están por encima del maestro artesano. Aunque seas un hombre de bien, tu condición de maestro no te librará de ser lo que llaman un « patán ». No, yo sé algo mejor. Seré arquitecto, seguiré por la senda del Arte, del pensamiento, subiré hasta el nivel más alto en el reino de la inteligencia. Habré de empezar desde abajo, sí; te lo digo sin rodeos: comenzaré de aprendiz. Llevaré gorra, aunque estoy acostumbrado a tocarme con sombrero de seda. Iré a comprar aguardiente y cerveza para los oficiales, y ellos me tutearán, lo cual no me agrada, pero imaginaré que no es sino una comedia, libertades propias del Carnaval. Mañana, es decir, cuando sea oficial, emprenderé mi propio camino, sin preocuparme de los demás. Iré a la academia a aprender dibujo, y seré arquitecto. Esto sí es algo. ¡Y mucho!. Acaso me llamen señoría, y excelencia, y me pongan, además, algún título delante y detrás, y venga edificar, como otros hicieron antes que yo. Y entretanto iré construyendo mi fortuna. ¡Ese algo vale la pena!


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7 págs. / 13 minutos / 339 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Nido de Cisnes

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Entre los mares Báltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama Dinamarca. En él nacieron y siguen naciendo cisnes que jamás morirán.

En tiempos remotos, una bandada de estas aves voló, por encima de los Alpes, hasta las verdes llanuras de Milán; aquella bandada de cisnes recibió el nombre de longobardos.

Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigió a Bizancio, donde se sentó en el trono imperial y extendió sus amplias alas blancas a modo de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.

En la costa de Francia resonó un grito de espanto ante la presencia de los cisnes sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:

—¡Dios nos libre de los salvajes normandos!

Sobre el verde césped de Inglaterra se posó el cisne danés, con triple corona real sobre la cabeza y extendiendo sobre el país el cetro de oro.

Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.

—Todo eso ocurrió en épocas remotísimas —dirás.

También en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.

Se hizo luz en el aire, se hizo luz sobre los campos del mundo; con sus robustos aleteos, el cisne disipó la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado, como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.

—Sí, en aquel tiempo —dices—. Pero, ¿y en nuestros días?

Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno pulsó con sus alas las cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de Noruega se levantaron más altas, iluminadas por el sol de la Historia. Se oyó un murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nórdicos, sus héroes y sus nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.


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1 pág. / 2 minutos / 330 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Diablo y sus Añicos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Cierto día un duende malo, el peor de todos, puesto que era el diablo, estaba muy contento porque había preparado un espejo que tenía la propiedad de que todo lo bueno, bonito y noble que en él se reflejaba desaparecía, y todo lo malo, feo e innoble aumentaba y se distinguía mejor que antes.

¡Qué diablura malvada! Los paisajes más hermosos, al reflejarse en el espejo, parecían espinacas hervidas y las personas más buenas tomaban el aspecto de monstruos o se veían cabeza abajo; las caras se retorcían de tal forma que no era posible reconocerlas, y si alguna tenía una peca, ésta crecía hasta cubrirle la boca, la nariz y la frente.

—¡Vengan diablitos, miren que divertido! —decía el diablo.

Había algo peor todavía. Si uno tenía buenos pensamientos, aparecía en el espejo con una sonrisa diabólica, y el peor de todos los duendes se reía satisfecho de su astuta invención. Los alumnos de su escuela, pues tenía una porque era profesor, decían que el espejo era milagroso, porque en él se podía ver, afirmaban, cómo eran en realidad el mundo y los hombres.

Lo llevaron por todos los países y no quedó ningún hombre que no se hubiese visto completamente desfigurado. Pero los diablos no estaban satisfechos.

—¡Quisiéramos llevarlo al Cielo para burlarnos de los ángeles! —dijeron sus alumnos.

Así lo hicieron, pero cuanto más subían, más muecas hacía el espejo y más se movía, y casi no lo podían sostener. Subieron y subieron con su carga, acercándose a Dios y a los ángeles. El espejo seguía moviéndose; se agitaba con tanta fuerza que se les escapó de las manos y cayó a tierra y se rompió en más de cien millones de pedazos.


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1 pág. / 2 minutos / 318 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Yesquero

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Por la carretera marchaba un soldado marcando el paso. ¡Un, dos, un, dos! Llevaba la mochila al hombro y un sable al costado, pues venía de la guerra, y ahora iba a su pueblo.

Mas he aquí que se encontró en el camino con una vieja bruja. ¡Uf!, ¡qué espantajo!, con aquel labio inferior que le colgaba hasta el pecho.

—¡Buenas tardes, soldado! —le dijo—. ¡Hermoso sable llevas, y qué mochila tan grande! Eres un soldado hecho y derecho. Voy a enseñarte la manera de tener todo el dinero que desees.

—¡Gracias, vieja bruja! —respondió el soldado.

—¿Ves aquel árbol tan corpulento? —prosiguió la vieja, señalando uno que crecía a poca distancia—. Por dentro está completamente hueco. Pues bien, tienes que trepar a la copa y verás un agujero; te deslizarás por él hasta que llegues muy abajo del tronco. Te ataré una cuerda alrededor de la cintura para volverte a subir cuando llames.

—¿Y qué voy a hacer dentro del árbol? —preguntó el soldado.


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7 págs. / 13 minutos / 270 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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