Textos más populares esta semana de Hans Christian Andersen | pág. 11

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autor: Hans Christian Andersen


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Rompenieves

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Era invierno, el aire frío, el viento cortante, pero en el hogar se estaba caliente y a gusto, y la flor yacía en su casita, encerrada en su bulbo, bajo la tierra y la nieve.

Un día llovió, las gotas atravesaron la capa de nieve y penetraron en la tierra, tocaron el bulbo y le hablaron del luminoso mundo de allá arriba; poco después, un rayo de sol taladró a su vez la nieve y fue a llamar a la corteza del bulbo.

—¡Adelante! —dijo la flor.

—No puedo —respondió el rayo de sol—. No tengo bastante fuerza para abrir. Hasta el verano no seré fuerte.

—¿Cuándo llegará el verano? —preguntó la flor, y fue repitiendo la misma pregunta cada vez que llegaba un nuevo rayo de sol. Pero faltaba aún mucho para el verano. El suelo estaba cubierto de un manto de nieve, y todas las noches se helaba el agua.

—¡Cuánto tarda, cuánto tarda! —se lamentaba la flor—. Siento un cosquilleo, no puedo estar quieta, necesito estirarme, abrir, salir afuera, ir a dar los buenos días al verano. ¡Qué tiempo más feliz será!

Y la flor venga agitarse y estirarse contra la delgada envoltura, que el agua reblandecía desde fuera y la nieve y la tierra calentaban, aquella tierra en la que el sol ya había penetrado. Iba encaramándose bajo la nieve, con una yema verde y blanquecina en el extremo del verde tallo, con hojas estrechas y jugosas que parecían querer protegerla. La nieve era fría, pero estaba bañada de luz; por eso era fácil atravesarla, y la flor sintió que el rayo de sol tenía más fuerza que antes.

—¡Bienvenida, bienvenida! —cantaban y decían todos los rayos, mientras la flor se elevaba por encima de la nieve, asomando al mundo luminoso. Los rayos la acariciaban y besaban, impulsándola a abrirse del todo, blanca como la nieve y adornada con fajas verdes. Inclinó la cabeza, gozosa y humilde.


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4 págs. / 7 minutos / 128 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Historias del Sol

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Ahora voy a contar yo! —dijo el Viento.

—No, perdone —replicó la Lluvia—. Bastante tiempo ha pasado usted en la esquina de la calle, aullando con todas sus fuerzas.

—¿Éstas son las gracias —protestó el Viento— que me da por haber vuelto en su obsequio varios paraguas, y aún haberlos roto, cuando la gente nada quería con usted?

—Tengamos la fiesta en paz —intervino el Sol—. Contaré yo.

Y lo dijo con tal brillo y tanta majestad, que el Viento se echó cuan largo era. La Lluvia, sacudiéndolo, le dijo:

—¿Vamos a tolerar esto? Siempre se mete donde no lo llaman el señor Sol. No lo escucharemos. Sus historias no valen un comino.

Y el Sol se puso a contar:


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3 págs. / 5 minutos / 126 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Desde una Ventana de Vartou

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Junto a la verde muralla que se extiende alrededor de Copenhague, se levanta una gran casa roja con muchas ventanas, en las que crecen balsaminas y árboles de ámbar. El exterior es de aspecto mísero, y en ella viven gentes pobres y viejas. Es Vartou.

Mira: En el antepecho de una de las ventanas se apoya una anciana solterona, entretenida en arrancar las hojas secas de la balsamina y mirando la verde muralla, donde saltan y corren unos alegres chiquillos. ¿En qué debe estar pensando? Un drama de su vida se proyecta ante su mente.

Los pobres pequeñuelos, ¡qué felices juegan! ¡Qué mejillas más sonrosadas y qué ojos tan brillantes! Pero no llevan medias ni zapatos; están bailando sobre la muralla verde. Según cuenta la leyenda, hace pocos años la tierra se hundía allí constantemente, y en una ocasión un inocente niño cayó con sus flores y juguetes en la abierta tumba, que se cerró mientras el pequeñuelo jugaba y comía. Allí se alzaba la muralla, que no tardó en cubrirse de un césped espléndido. Los niños ignoran la leyenda; de otro modo, oirían llorar al que se halla bajo la tierra, y el rocío de la hierba se les figuraría lágrimas ardientes. Tampoco saben la historia de aquel rey de Dinamarca que allí plantó cara al invasor y juró ante sus temblorosos cortesanos que se mantendría firme junto a los habitantes de su ciudad y moriría en su nido. Ni saben de los hombres que lucharon allí, ni de las mujeres que vertieron agua hirviendo sobre los enemigos que, vestidos de blanco para confundirse con la nieve, trepaban por el lado exterior del muro.

Los pobres chiquillos seguían jugando alegremente.


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1 pág. / 3 minutos / 122 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Hada del Saúco

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un chiquillo que se había resfriado. Cuando estaba fuera de casa se había mojado los pies, nadie sabía cómo, pues el tiempo era completamente seco. Su madre lo desnudó y acostó, y, pidiendo la tetera, se dispuso a prepararle una taza de té de saúco, pues esto calienta. En esto vino aquel viejo señor tan divertido que vivía solo en el último piso de la casa. No tenía mujer ni hijos pero quería a los niños, y sabía tantos cuentos e historias que daba gusto oírlo.

—Ahora vas a tomarte el té —dijo la madre al pequeño— y a lo mejor te contarán un cuento, además.

—Lo haría si supiese alguno nuevo —dijo el viejo con un gesto amistoso—. Pero, ¿cómo se ha mojado los pies este rapaz? —preguntó.

—¡Eso digo yo! —contestó la madre—. ¡Cualquiera lo entiende!

—¿Me contarás un cuento? —pidió el niño.

—¿Puedes decirme exactamente —pues debes saberlo— qué profundidad tiene el arroyo del callejón por donde vas a la escuela?

—Me llega justo a la caña de las botas —respondió el pequeño—, pero sólo si me meto en el agujero hondo.

—Conque así te mojaste los pies, ¿eh? —dijo el viejo—. Bueno, ahora tendría que contarte un cuento, pero el caso es que ya no sé más.

—Pues invéntese uno nuevo —replicó el chiquillo—. Dice mi madre que de todo lo que observa saca usted un cuento, y de todo lo que toca, una historia.

—Sí, pero esos cuentos e historias no sirven. Los de verdad, vienen por sí solos, llaman a la frente y dicen: ¡aquí estoy!

—¿Llamarán pronto? —preguntó el pequeño. La madre se echó a reír, puso té de saúco en la tetera y le vertió agua hirviendo.

—¡Cuente, cuente!


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9 págs. / 15 minutos / 121 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Tía Dolor de Muelas

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


¿Qué de dónde hemos sacado esta historia? ¿Quieres saberlo?

Pues la hemos sacado del barril que contiene el papel viejo.

Más de un libro bueno y raro ha ido a parar a la mantequería y a la abacería, no precisamente para ser leído, sino como articulo utilitario. Lo emplean para liar cucuruchos de almidón y café o para envolver arenques, mantequilla y queso. Las hojas escritas son también útiles.

Y a menudo ocurre que va a parar al cubo lo que no debiera.

Conozco a un dependiente de una verdulería, hijo de un mantequero; ascendió de la bodega a la planta baja; es hombre muy leído, con cultura de bolsas de abacería, tanto impresas como manuscritas. Posee una interesante colección, de la que forman parte notables documentos extraídos de la papelera de tal o cual funcionario demasiado ocupado y distraído; cartas confidenciales de un amigo a la amiga; comunicaciones escandalosas que no debieran circular ni ser comentadas por nadie.

Es una especie de estación de salvamento para una parte no despreciable de la literatura, y su campo de acción es muy amplio, pues dispone de la tienda de sus padres y de la del dueño, donde ha salvado más de un libro, u hojas de él, que bien merecían ser leídas y releídas.

Me enseñó su colección de cosas impresas y manuscritas sacadas del cubo, la mayoría de ellas de la mantequería. Había allí varias hojas de un cuaderno relativamente abultado, del que me llamó la atención el carácter de letra, muy cuidado y claro.

—Lo escribió un estudiante —me dijo—. Un estudiante que vivía enfrente y que murió hace un mes. Padecía mucho de dolor de muelas, por lo que aquí se ve. ¡Es muy divertida su lectura! Esto es sólo una pequeña parte de lo que escribió, pues había todo un libro y aún algo más. Por él, mis padres dieron a la patrona del estudiante media libra de jabón verde. Esto es todo lo que pude salvar.


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6 págs. / 10 minutos / 118 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Duendecillo y la Mujer

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Al duende lo conoces, pero, ¿y a la mujer del jardinero? Era muy leída, se sabía versos de memoria, incluso era capaz de escribir algunos sin gran dificultad; sólo las rimas, el «remache», como ella decía, le costaba un regular esfuerzo. Tenía dotes de escritora y de oradora; habría sido un buen señor rector o, cuando menos, una buena señora rectora.

—Es hermosa la Tierra en su ropaje dominguero —había dicho, expresando luego este pensamiento revestido de bellas palabras y «remachándolas», es decir, componiendo una canción edificante, bella y larga.

El señor seminarista Kisserup —aunque el nombre no hace al caso— era primo suyo, y acertó a encontrarse de visita en casa de la familia del jardinero. Escuchó su poesía y la encontró buena, excelente incluso, según dijo.

—¡Tiene usted talento, señora! —añadió.

—¡No diga sandeces! —atajó el jardinero—. No le meta esas tonterías en la cabeza. Una mujer no necesita talento. Lo que le hace falta es cuerpo, un cuerpo sano y dispuesto, y saber atender a sus pucheros, para que no se quemen las papillas.

—El sabor a quemado lo quito con carbón —respondió la mujer—, y, cuando tú estás enfurruñado, lo arreglo con un besito. Creería una que no piensas sino en coles y patatas, y, sin embargo, bien te gustan las flores.

Y le dio un beso.

—¡Las flores son el espíritu! —añadió.

—Atiende a tu cocina —gruñó él, dirigiéndose al jardín, que era el puchero de su incumbencia.

Entretanto, el seminarista tomó asiento junto a la señora y se puso a charlar con ella. Sobre su lema «Es hermosa la Tierra» pronunció una especie de sermón muy bien compuesto.


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5 págs. / 9 minutos / 116 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Suerte Puede Estar en un Palito

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Ahora les voy a contar un cuento sobre la suerte.

Todos conocemos la suerte; algunos la ven durante todo el año, otros sólo ciertos años y en un único día; incluso hay personas que no la ven más que una vez en su vida; pero todos la vemos alguna vez.

No necesito decir, pues todo el mundo lo sabe, que Dios envía al niñito y lo deposita en el seno de la madre, lo mismo puede ser en el rico palacio y en la vivienda de la familia acomodada, que en pleno campo, donde sopla el frío viento. Lo que no saben todos —y, no obstante, es cierto— es que Nuestro Señor, cuando envía un niño, le da una prenda de buena suerte, sólo que no la pone a su lado de modo visible, sino que la deja en algún punto del mundo, donde menos pueda pensarse; pero siempre se encuentra, y esto es lo más alentador. Puede estar en una manzana, como ocurrió en el caso de un sabio que se llamaba Newton: cayó la manzana, y así encontró él la suerte. Si no conoces la historia, pregunta a los que la saben; yo ahora tengo que contar otra: la de una pera.

Érase una vez un hombre pobre, nacido en la miseria, criado en ella y en ella casado. Era tornero de oficio, y torneaba principalmente empuñaduras y anillas de paraguas; pero apenas ganaba para vivir.

—¡Nunca encontraré la suerte! —decía. Adviertan que es una historia verdadera, y que podría decirles el país y el lugar donde residía el hombre, pero no viene al caso.

Las rojas y ácidas acerolas crecían en torno a su casa y en su jardín, formando un magnífico adorno. En el jardín había también un peral, pero no daba peras; sin embargo, en aquel árbol se ocultaba la suerte, se ocultaba en sus peras invisibles. Una noche hubo una ventolera horrible; en los periódicos vino la noticia de que la gran diligencia había sido volcada y arrastrada por la tempestad como un simple andrajo. No nos extrañará, pues, que también rompiera una de las mayores ramas del peral.


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2 págs. / 4 minutos / 113 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Pastora y el Deshollinador

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


¿Has visto alguna vez uno de estos armarios muy viejos, ennegrecidos por los años, adornados con tallas de volutas y follaje? Pues uno así había en una sala; era una herencia de la bisabuela, y de arriba abajo estaba adornado con tallas de rosas y tulipanes. Presentaba los arabescos más raros que quepa imaginar, y entre ellos sobresalían cabecitas de ciervo con sus cornamentas. En el centro, habían tallado un hombre de cuerpo entero; su figura era de verdad cómica, y en su cara se dibujaba una mueca, pues aquello no se podía llamar risa. Tenía patas de cabra, cuernecitos en la cabeza y una luenga barba. Los niños de la casa lo llamaban siempre el «Sargento—mayor—y—menor—mariscal—de—campo—pata—de—chivo»; era un nombre muy largo, y son bien pocos los que ostentan semejante titulo; ¡y no debió de tener poco trabajo, el que lo esculpió!

Y allí estaba, con la vista fija en la mesa situada debajo del espejo, en la que había una linda pastorcilla de porcelana, con zapatos dorados, el vestido graciosamente sujeto con una rosa encarnada, un dorado sombrerito en la cabeza y un báculo de pastor en la mano: era un primor. A su lado había un pequeño deshollinador, negro como el carbón, aunque asimismo de porcelana, tan fino y pulcro como otro cualquiera; lo de deshollinador sólo lo representaba: el fabricante de porcelana lo mismo hubiera podido hacer de él un príncipe, ¡qué más le daba!

He ahí, pues, al hombrecillo con su escalera, y unas mejillas blancas y sonrosadas como las de la muchacha, lo cual no dejaba de ser un contrasentido, pues un poquito de hollín le hubiera cuadrado mejor. Estaba de pie junto a la pastora; los habían colocado allí a los dos, y, al encontrarse tan juntos, se habían enamorado. Nada había que objetar: ambos eran de la misma porcelana e igualmente frágiles.


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5 págs. / 8 minutos / 111 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Visión del Baluarte

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Es otoño. Estamos en lo alto del baluarte contemplando el mar, surcado por numerosos barcos, y, a lo lejos, la costa sueca, que se destaca, altiva, a la luz del sol poniente. A nuestra espalda desciende, abrupto, el bosque, y nos rodean árboles magníficos, cuyo amarillo follaje va desprendiéndose de las ramas. Al fondo hay casas lóbregas, con empalizadas, y en el interior, donde el centinela efectúa su monótono paseo, todo es angosto y tétrico; pero más tenebroso es todavía del otro lado de la enrejada cárcel, donde se hallan los presidiarios, los delincuentes peores.

Un rayo del sol poniente entra en la desnuda celda, pues el sol brilla sobre los buenos y los malos. El preso, hosco y rudo, dirige una mirada de odio al tibio rayo. Un pajarillo vuela hasta la reja. El pájaro canta para los buenos y los malos. Su canto es un breve trino, pero el pájaro se queda allí, agitando las alas. Se arranca una pluma y se esponja las del cuello; y el mal hombre encadenado lo mira. Una expresión más dulce se dibuja en su hosca cara; un pensamiento que él mismo no comprende claramente, brota en su pecho; un pensamiento que tiene algo de común con el rayo de sol que entra por la reja, y con las violetas que tan abundantes crecen allá fuera en primavera. Luego resuena el cuerno de los cazadores, melódicos y vigorosos. El pájaro se asusta y se echa a volar, alejándose de la reja del preso; el rayo de sol desaparece, y vuelve a reinar la oscuridad en la celda, la oscuridad en el corazón de aquel hombre malo; pero el sol ha brillado, y el pájaro ha cantado.

¡Segan resonando, hermosos toques del cuerno de caza! El atardecer es apacible, el mar está en calma, terso como un espejo.

La aguja de zurcir

Érase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se creía ser una aguja de coser.


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4 págs. / 8 minutos / 110 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Sopa de Palillo de Morcilla

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


1. Sopa de palillo de morcilla

—¡Vaya comida la de ayer! —comentaba una vieja dama de la familia ratonil dirigiéndose a otra que no había participado en el banquete—. Yo ocupé el puesto vigésimo—primero empezando a contar por el anciano rey de los ratones, lo cual no es poco honor. En cuanto a los platos, puedo asegurarte que el menú fue estupendo. Pan enmohecido, corteza de tocino, vela de sebo y morcilla; y luego repetimos de todo.

Fue como si comiéramos dos veces. Todo el mundo estaba de buen humor, y se contaron muchos chistes y ocurrencias, como se hace en las familias bien avenidas. No quedó ni pizca de nada, aparte los palillos de las morcillas, y por eso dieron tema a la conversación. Imagínate que hubo quien afirmó que podía prepararse sopa con un palillo de morcilla. Desde luego que todos conocíamos esta sopa de oídas, como también la de guijarros, pero nadie la había probado, y mucho menos preparado. Se pronunció un brindis muy ingenioso en honor de su inventor, diciendo que merecía ser el rey de los pobres. ¿Verdad que es una buena ocurrencia? El viejo rey se levantó y prometió elevar al rango de esposa y reina a la doncella del mundo ratonil que mejor supiese condimentar la sopa en cuestión. El plazo quedó señalado para dentro de un año.

—¡No estaría mal! —opinó la otra rata—. Pero, ¿cómo se prepara la sopa?

—Eso es, ¿cómo se prepara? — preguntaron todas las damas ratoniles, viejas y jóvenes. Todas habrían querido ser reinas, pero ninguna se sentía con ánimos de afrontar las penalidades de un viaje al extranjero para aprender la receta, y, sin embargo, era imprescindible. Abandonar a su familia y los escondrijos familiares no está al alcance de cualquiera. En el extranjero no todos los días se encuentra corteza de queso y de tocino; uno se expone a pasar hambre, sin hablar del peligro de que se te meriende un gato.


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16 págs. / 28 minutos / 110 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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