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autor: Hector Hugh Munro "Saki" editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento


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El Programa de Gala

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era un día auspicioso en el calendario romano; el del nacimiento del popular y talentoso joven emperador Plácidus Superbus. Todo el mundo en Roma se disponía a celebrar una gran fiesta, el clima era el mejor y, naturalmente, el circo imperial estaba colmado. Unos minutos antes de la hora fijada para el comienzo del espectáculo, una sonora fanfarria de trompetas proclamó la llegada del César, y el Emperador ocupó su asiento en el Palco Imperial entre las aclamaciones vociferantes de la multitud. Mientras la gritería del público se apagaba se comenzaba a oír un saludo aún más excitante, en la distancia próxima: el rugido furioso e impaciente de las fieras enjauladas en los Bestiarios Imperiales.

—Explícame el programa —le ordenó el emperador al maestro de ceremonias, a quien había mandado llamar a su lado. Este eminente funcionario tenía un aspecto preocupado.

—Generoso César —anunció—, se ha imaginado y preparado el más promisorio y entretenido de los programas para vuestra augusta aprobación. En primer lugar habrá una competencia de carros de un brillo y un interés insólitos; tres cuadrigas que nunca han sido derrotadas competirán por el trofeo de Herculano, junto con la bolsa que vuestra imperial generosidad ha agregado. Las probabilidades de las cuadrigas competidoras son tan parejas como es posible y hay grandes apuestas entre el populacho. Los tracios Negros son tal vez los favoritos.

—Ya sé, ya sé —interrumpió el César, quien había oído hablar toda la mañana, hasta el cansancio, del mismo tema—, ¿qué más hay en el programa?


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Punto Débil

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Regresas ahora del funeral de Adelaide, ¿no es cierto? —preguntó sir Lulworth a su sobrino—. Supongo que habrá sido parecido a la mayoría de los funerales.

—Ya te hablaré de él en el almuerzo —contestó Egbert.

—No harás nada semejante. No sería respetuoso ni para la memoria de tu tía abuela ni para el almuerzo. Empezaremos con aceitunas españolas, después tomaremos una sopa «Borsch», seguida de más aceitunas con algún ave, con un vino del Rin bastante atractivo que, aunque no ha resultado tan caro como los vinos de ese país, a su manera sigue siendo bastante laudable. En ese menú no hay absolutamente nada que armonice lo más mínimo con el tema de tu tía abuela Adelaide o de su funeral. Fue una mujer encantadora, inteligente como cualquiera puede serlo, pero tenía algo que me recordaba siempre la idea que se hace un cocinero inglés del curry de Madras.

—Solía decir que eras bastante frívolo —comentó Egbert. En su tono había algo que sugería que aceptaba bastante ese veredicto.

—Creo que en una ocasión la escandalicé bastante con la afirmación de que un caldo claro es para la vida un factor más importante que una conciencia clara. Tenía muy poco sentido de las proporciones. Y a propósito, te nombró su heredero principal, ¿no es así?

—Cierto —contestó Egbert—. Y también el albacea testamentario. A ese respecto quería hablar contigo.

—Los negocios no son mi punto fuerte en ningún momento —replicó sir Lulworth—, pero desde luego todavía lo son menos cuando nos encontramos en el umbral inmediato del almuerzo.

—No se trata exactamente de negocios —explicó Egbert siguiendo a su tío hasta el comedor—. Es algo bastante serio. Muy serio.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Soñador

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era la temporada de las rebajas. El augusto establecimiento de Walpurgis and Nettlepink había rebajado los precios durante toda una semana como concesión a las costumbres comerciales, de manera muy semejante a como una archiduquesa podría contraer, entre protestas, una gripe por el insatisfactorio motivo de que abundara esa enfermedad. Adela Chemping, que pensaba que estaba en cierta medida por encima de los atractivos de unas rebajas ordinarias, decidió acudir a la semana de Walpurgis and Nettlepink.

—No soy una buscadora de rebajas —comentó—. Pero me gusta acudir cuando las ofrecen.

Mostraba con ello que bajo su fuerte carácter superficial fluía una graciosa corriente subterránea de debilidad humana.

Con el fin de contar con un acompañante masculino, la señora Chemping había invitado a su sobrino más joven a que la acompañara en el primer día de la expedición de compras, añadiendo el atractivo adicional de una sesión de cine y la perspectiva de un ligero refresco. Puesto que Cyprian todavía no había cumplido los dieciocho años, ella esperaba que no hubiera llegado todavía a esa fase del desarrollo masculino en la que el acarreo de paquetes se considera como una actividad aborrecible.

—Espérame fuera de la floristería a las once —le escribió—, que llegaré enseguida.

Cyprian era un muchacho que había llevado con él durante toda su vida la mirada sorprendida de un soñador; los ojos de aquel que ve cosas que no son visibles para los mortales ordinarios y reviste las cosas comunes de este mundo con cualidades que no pueden sospechar los seres más sencillos: tenía los ojos de un poeta o un agente inmobiliario. Iba vestido muy discretamente: con esa discreción en el vestir que suele acompañar a la adolescencia temprana y que los novelistas atribuyen habitualmente a la influencia de una madre viuda.


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4 págs. / 8 minutos / 207 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Tatuaje

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La jerga artística de esa mujer me cansa —dijo Clovis a su amigo periodista—. Le gusta tanto decir que ciertos cuadros "crecen sobre nosotros", como si fueran una especie de hongos.

—Eso me recuerda —dijo el periodista— la historia de Henri Deplis. ¿Te la conté alguna vez?

Clovis negó con la cabeza.

—Henri Deplis era por nacimiento un nativo del Gran Ducado de Luxemburgo. Por una reflexión más madura, se convirtió en un viajante de comercio. Sus actividades frecuentemente lo llevaban más allá de los límites del Gran Ducado, y paraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegaron noticias de que había recibido un legado de una parienta distante que había fallecido.

"No era un gran legado, aun desde el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó hacia algunas extravagancias aparentemente inofensivas. En particular lo condujo a patrocinar el arte local en tanto representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor Pincini era, tal vez, el más brillante maestro de tatuaje que Italia había conocido jamás, pero estaba decididamente empobrecido, y por la suma de seiscientos francos emprendió alegremente la tarea de cubrir la espalda de su cliente, desde la clavícula hasta la cintura, con una brillante representación de la Caída de Ícaro. El diseño, cuando fue finalmente desarrollado, le produjo una ligera desilusión a Monsieur Deplis, que había imaginado que Ícaro era una fortaleza tomada por Wallenstein en la Guerra de los Treinta Años, pero quedó más que satisfecho con el trabajo ejecutado, que fue aclamado por todos los que tuvieron el privilegio de verlo, como la obra maestra de Pincini.


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3 págs. / 6 minutos / 112 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Esmé

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Todas las historias de caza son iguales —dijo Clovis—, igual que todas las de carreras de caballos y todas las de...

—La mía no se parece para nada a ninguna que hayas escuchado —dijo la baronesa—. Sucedió hace bastante tiempo, cuando yo tenía unos veintitrés años. En ese entonces no vivía separada de mi esposo: ninguno de los dos podía darse el lujo de pasarle una pensión al otro. Digan lo que digan los refranes, la pobreza mantiene unidos más hogares de los que desbarata. Lo que sí hacíamos era salir de caza con jaurías distintas. Pero nada de esto tiene que ver con mi historia.

—Todavía no llegamos al encuentro antes de la partida. Supongo que hubo uno —dijo Clovis.

—Claro que sí —dijo la baronesa—. Estaban todos los de siempre, especialmente Constance Broddle. Constance era una de esas muchachotas rubicundas que cuadran tan bonito con los paisajes otoñales y los adornos navideños de la iglesia.

"—Tengo el presentimiento de que algo terrible va a pasar —me dijo—. ¿Estoy pálida?

"Lo estaba, casi tanto como una remolacha que acaba de recibir malas noticias.

"—Te ves mejor que de costumbre —le dije—; pero en el caso tuyo eso es tan fácil...

"Antes de que captara el correcto sentido de este comentario ya habíamos ido al grano. Los perros acababan de levantar una zorra que andaba agazapada en unos matorrales."

—Ya lo sabía —dijo Clovis—. En todas las historias de cacería de zorras siempre hay una zorra y unos matorrales.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Gabriel Ernesto

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Hay un animal salvaje en sus bosques —dijo el artista Cunningham, mientras lo llevaban a la estación. Era la única observación que había hecho durante el trayecto, pero como Van Cheele había hablado sin parar, el silencio de su compañero no había sido notorio.

—Un zorro extraviado o dos y unas cuantas comadrejas de la región. Nada más formidable que eso —dijo Van Cheele. El artista no dijo nada.

—¿Qué quería decir con animal salvaje? —le dijo Van Cheele más tarde, cuando estaban en el andén.

—Nada. Mi imaginación. Aquí está el tren —dijo Cunningham.

Esa tarde, Van Cheele salió a dar uno de sus frecuentes paseos por su boscosa propiedad. Tenía una garza disecada en su estudio, y sabía los nombres de un gran número de flores salvajes, de modo que su tía tenía tal vez alguna justificación para describirlo como un gran naturalista. En todo caso, era un gran andarín. Tenía la costumbre de tomar nota mental de todo lo que veía durante esos paseos, no tanto para ayudar a la ciencia contemporánea, como para disponer de temas de conversación más tarde. Cuando las campanillas azules comenzaban a florecer, él se encargaba de informar a todo el mundo de ese hecho; la época del año hubiera podido advertir a sus oyentes de la probabilidad de que esto ocurriera, pero por lo menos pensaba que él les estaba siendo absolutamente franco.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Huelga de Plumas

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¿Has escrito a los Froplinson para darles las gracias por lo que nos enviaron? —preguntó Egbert.

—No —respondió Janetta, con un matiz de fatiga y desafío en la voz—. Hoy he escrito once cartas expresando nuestra sorpresa y gratitud por los diversos e inmerecidos regalos, pero no a los Froplinson.

—Alguien tendrá que escribirles —añadió Egbert.

—No discuto esa necesidad, lo que no creo es que ese alguien vaya a ser yo —replicó Janetta—. No me importaría escribir una carta de colérica recriminación o sátira implacable a algún receptor que lo merezca; la verdad es que disfrutaría bastante con eso, pero mi capacidad de expresar amabilidad servil ha tocado a su fin. Once cartas hoy y nueve ayer, todas redactadas en la misma vena de agradecimiento extasiado: no puedes esperar que me siente a escribir otra. ¿No se te había ocurrido que tú mismo puedes escribir?

—He escrito casi tantas cartas como tú y además me he ocupado de mi correspondencia profesional habitual. Además, no sé lo que nos han enviado los Froplinson.

—Un calendario de Guillermo el Conquistador —contestó Janetta—. Con una cita de uno de sus grandes pensamientos para cada día del año.

—Imposible —respondió Egbert—, no tuvo trescientos sesenta y cinco pensamientos en toda su vida; o si los tuvo, se los guardó para sí. Era un hombre de acción, no de introspección.

—Bueno, pues entonces sería Guillermo Wordsworth. Sé que el nombre de Guillermo estaba en alguna parte —añadió Janetta.

—Eso ya me parece más probable —aceptó Egbert—. Bueno, colaboremos en esa carta de agradecimiento y escribámosla. Yo puedo dictar y tú la escribes. «Querida señora Froplinson: le agradecemos muchísimo a usted y su esposo el hermoso calendario que nos han enviado. Fue muy amable de su parte el pensar en nosotros».


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Jacinto

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La nueva moda de introducir a los hijos de los candidatos en las campañas electorales es muy conveniente —dijo la señora Panstreppon—; elimina en parte la esperanza de las contiendas partidarias y constituye una experiencia interesante que los niños podrán evocar al cabo de los años. Con todo, si sigues mi consejo, Matilda, no lleves a Jacinto a Luffbridge el día de las elecciones.

—¡No llevar a Jacinto! —exclamó su madre— pero ¿por qué no? Jutterly lleva a sus tres hijos, que van a conducir un par de burritos de Nubia por todo el pueblo, para poner de relieve el hecho de que su padre ha sido designado secretario colonial. En nuestra campaña apoyamos una marina fuerte, y lo apropiado será que Jacinto aparezca vestido con su trajecito de marinero. Lucirá celestial.

—La cuestión no es cómo lucirá sino cómo se comportará. Es un niño delicioso, por supuesto. Pero hay en él una corriente de belicosidad irreprimible que estalla a veces de modo alarmante. Puede que tú hayas olvidado lo de los hijos de Gaffin; yo no.

—Me encontraba en la India por entonces y sólo tengo un vago recuerdo de lo que sucedió; se mostró muy travieso, lo sé.

—Iba en su carrito tirado por una cabra y se topó con los pequeños Gaffin en su cochecito; lanzó la cabra sobre ellos y volcó el cochecito. El pequeño Jacky Gaffin quedó atrapado y mientras la niñera trataba de sujetar a la cabra, Jacinto comenzó a azotar las piernas a Jacky con su cinturón, como una pequeña furia.

—No lo defiendo —dijo Matilda—, pero ellos deben haber hecho algo que lo molestara.


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Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Apuesta

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Ronnie es una gran prueba para mí —comentó quejosa la señora Attray—. Este febrero ha cumplido sólo dieciocho años y ya es un jugador inveterado. Te aseguro que no sé de dónde lo habrá heredado; su padre jamás tocó las cartas, y ya sabes lo poco que juego yo... una partida de bridge las tardes de los miércoles de invierno, a tres peniques el ciento, y ni siquiera lo haría de no ser porque Edith siempre necesita un cuarto jugador y si no me tuviera a mí se lo pediría a esa detestable Jenkinham. Preferiría mucho más sentarme a charlar en lugar de jugar al bridge; creo que las cartas son una pérdida de tiempo. Pero Ronnie tan sólo piensa en el bridge, el bacará y los solitarios del poker. Por supuesto que he hecho todo lo posible para evitarlo; les he pedido a los Norridrum que no le dejen jugar a las cartas cuando va allí, pero sería lo mismo pedirle al océano Atlántico que se mantenga tranquilo durante un crucero que esperar que ellos se preocupen por las ansiedades naturales de una madre.

—¿Y por qué le permites ir allí? —preguntó Eleanor Saxelby.

—Querida, no quisiera ofenderles —contestó la señora Attray—. Al fin y al cabo, son los propietarios de mi casa, y tengo que acudir a ellos siempre que quiero hacer alguna reforma; fueron muy complacientes con lo del tejado nuevo para el invernadero de las orquídeas. Y me prestan uno de sus coches cuando el mío está estropeado; ya sabes lo a menudo que se estropea.

—No sé con cuánta frecuencia, pero debe ser mucha —contestó Eleanor—. Siempre que quiero que me lleves a alguna parte en tu coche me dices que le pasa algo, o que el chófer tiene neuralgia y no quieres pedirle que salga.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Benefactora y el Gato Satisfecho

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Jocantha Bessbury andaba en plan de sentirse feliz, serena y bondadosa. El mundo en que vivía era un lugar ameno, y ese día mostraba una de sus facetas más amenas. Gregory había logrado venir a casa para almorzar de prisa y fumarse un pitillo en el acogedor cuartito de descanso; el almuerzo había estado bueno y aún quedaba tiempo para hacerles justicia al café y al tabaco. Ambos eran excelentes a su modo; y Gregory era, a su modo, un marido excelente. Jocantha se sentía más bien tentada a sospechar que como esposa era encantadora, y sospechaba de sobra que tenía una modista de primera.

—No creo que en todo el barrio de Chelsea pueda encontrarse una persona más contenta —observó Jocantha, aludiendo a sí misma—, con la excepción quizás de Attab —prosiguió, echando una mirada al gran gato atigrado que descansaba muy a sus anchas en la esquina del diván—. Míralo ahí, soñando y ronroneando, estirando las patas de vez en cuando en un rapto de mullido bienestar. Parece la mismísima encarnación de todo lo que es suave y sedoso y aterciopelado, sin un ángulo brusco en su postura, todo un visionario cuya filosofía es la de soñar y dejar soñar; y luego, cuando cae la tarde, sale al jardín con un destello rojo en la mirada y atrapa algún gorrión desprevenido.

—Teniendo en cuenta que cada pareja de gorriones empolla diez o más crías al año, mientras sus fuentes de alimentación permanecen estacionarias, está muy bien que a los Attabs de la comunidad se les ocurra pasar una tarde entretenida —dijo Gregory.

Habiéndose aliviado de este sabio comentario, encendió otro cigarrillo, se despidió de Jocantha con cariño juguetón y partió al ancho mundo.

—Recuerda: esta noche cenamos un poquito temprano, porque después iremos al teatro —alcanzó a gritarle ella.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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