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autor: Hector Hugh Munro "Saki" etiqueta: Cuento


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La Telaraña

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


La cocina de la granja quizás estaba donde estaba por azar o accidente. Sin embargo, la ubicación bien podía haber sido proyectada por un experto estratega en arquitectura campesina. La lechería, el corral, el huerto y los demás lugares de trajín de la granja parecían tener fácil acceso a aquel refugio con piso de anchas losas, en donde había espacio para todo y en donde un par de botas embarradas dejaban huellas fáciles de barrer. Y aún así, a pesar de lo bien emplazada que estaba en el centro del tráfago humano, su única ventana, larga, enrejada, con un amplio asiento empotrado y enmarcada en un alféizar más allá de la enorme chimenea, dominaba un dilatado paisaje silvestre de colinas, brezales y boscosas cañadas. El hueco de la ventana era casi un cuartito de por sí, en realidad el más agradable de la granja en cuanto a situación y posibilidades. La joven señora Ladbruk, cuyo marido acababa de recibir la granja por herencia, había puesto los ojos en el cálido rinconcito; y los dedos le picaban por volverlo claro y acogedor con cortinas de zaraza, vasos llenos de flores y una repisa o dos con viejos platos de porcelana. La mohosa sala de la casa, que daba a un jardín adusto, melancólico y encerrado por tapias lisas y altas, no era un cuarto que se prestara con facilidad para el confort o la decoración.

—Cuando estemos más instalados voy a hacer maravillas en la cocina para que sea habitable —decía la joven mujer a las contadas visitas.

En aquellas palabras había un deseo callado, un deseo que además de callado era inconfesable. Emma Ladbruk era la señora de la granja. Junto con su marido podía tener derecho a opinar y hasta cierto punto a decidir en la conducción de sus asuntos. Pero no era la señora de la cocina.


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6 págs. / 11 minutos / 167 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Séptima Pollita

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—De lo que me quejo no es del pesado trabajo diario, sino de la monotonía gris y apagada de mi vida fuera de las horas de oficina —expresó Blenkinthrope con resentimiento—. No me sucede nada interesante, nada notable o fuera de lo común. Incluso las pequeñas cosas que hago tratando de encontrar algún interés no parecen interesar a los demás. Por ejemplo, las cosas de mi jardín.

—Como la patata que pesó más de un kilo —replicó su amigo Gorworth.

—¿Te había hablado de eso? —comentó Blenkinthrope—. Se lo contaba a los otros en el tren esta mañana. Me olvidé de que te lo había dicho a ti.

—Para ser exactos, me dijiste que pesaba algo menos de un kilo, pero yo tuve en cuenta el hecho de que las verduras y los peces de agua dulce anormales tienen otra vida, en la que el crecimiento no se detiene.

—Eres igual que los demás, sólo te causa diversión —exclamó con tristeza Blenkinthrope.


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7 págs. / 13 minutos / 29 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Reticencia de Lady Anne

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Egbert entró en la amplia sala oscura con el aire de quien no sabe si entra a un palomar o a un polvorín y viene preparado para ambas contingencias. No habían rematado la pequeña disputa doméstica sostenida durante el almuerzo, y ahora la cuestión era tantear hasta qué punto lady Anne estaba de humor para renovar o abandonar las hostilidades. Su postura en el sillón junto a la mesa de té era más bien elaborada y tiesa; y en la penumbra de la tarde decembrina los anteojos de Egbert no ayudaban gran cosa a discernir la expresión de su cara.

Para romper el hielo superficial que pudiera existir, Egbert dijo algo sobre lo tenue y místico de la poca luz. Alguno de los dos solía hacer esta observación entre las 4:30 y las 6 en las tardes de invierno y finales de otoño; hacía parte de su vida conyugal. Carecía de respuesta fija, y lady Anne no adelantó ninguna.

Don Tarquinio se encontraba tendido sobre la alfombra persa, calentándose a la lumbre del hogar con majestuosa indiferencia por el posible mal humor de lady Anne. Su pedigrí era tan intachablemente persa como la alfombra, y su pelaje entraba ya en el esplendor de un segundo invierno. El criado, que tenía inclinaciones renacentistas, lo había bautizado don Tarquinio. De ser por ellos, Egbert y lady Anne de seguro le habrían puesto Pelusa; pero no eran personas obstinadas.

Egbert se sirvió el té. Como nada indicaba que el silencio fuera a ser roto por iniciativa de lady Anne, se dispuso a realizar otro esfuerzo heroico.

—Lo que dije al almuerzo tenía intenciones puramente académicas —anunció—; pero parece que le das un sentido innecesariamente personal.


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3 págs. / 5 minutos / 85 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Prima Teresa

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Cuando Basset Harrowcluff regresó a casa de sus padres tras una ausencia de cuatro años estaba claramente satisfecho de sí mismo. Sólo tenía treinta y un años, pero había prestado un útil servicio en un apartado pero importante rincón del mundo. Había pacificado una provincia, abierto una ruta comercial, forzado la tradición de respeto que es el equivalente al rescate de muchos reyes en regiones remotas, y lo había hecho todo gastando bastante menos de lo que se necesitaría para organizar una sociedad benéfica en su país natal. En Witehall y en los lugares que cuentan, sin duda contaban con él. Su padre se permitió imaginar que no sería inconcebible que el nombre de Basset figurara en la siguiente lista de condecoraciones.

Basset sentía bastante desprecio por su hermanastro Lucas, al que encontró febrilmente absorto en la misma mezcla de elaboradas tonterías que habían requerido todo su tiempo y energía hacía cuatro años, o casi tanto como era capaz de recordar. Era el desprecio del hombre de acción por el hombre de actividades; y probablemente era un desprecio recíproco. Lucas era un individuo excesivamente bien alimentado, unos nueve años mayor que Basset, con un color que en un espárrago se habría considerado como signo de cultivo intensivo, pero que en este caso significaba probablemente que simplemente se abstenía de hacer cualquier ejercicio. El cabello y la frente proporcionaban una nota recesiva en una personalidad que, en todos los demás aspectos, era penetrante y enérgica. No existía ciertamente sangre semita en los antepasados de Lucas, pero su aspecto transmitía por lo menos una sugestión de extracción judía. Clovis Sangrail, que conocía de vista a la mayoría de sus amigos, decía que era sin la menor duda un caso de mimetización protectora.


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4 págs. / 8 minutos / 40 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Penitencia

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Octavio Rutile era uno de esos individuos joviales y alegres que tenía el sello inconfundible de la amabilidad. La paz de su alma, como sucede con la mayoría de los de su especie, dependía en gran medida de la pródiga aprobación de sus semejantes. Había perseguido y dado muerte a un gato y, con ello, había cometido un acto que él mismo de ninguna manera aprobaba. Se alegró cuando el jardinero enterró el cuerpo en una tumba excavada de prisa bajo un roble que se levantaba solitario en el prado, el mismo árbol al que se había trepado la acosada presa como último recurso de salvación. Había sido un hecho desagradable y cruel en apariencia, pero las circunstancias lo habían exigido. Octavio criaba gallinas; al menos algunas; otras se desvanecían y dejaban sólo unas pocas plumas ensangrentadas como señal de su modo de desaparición. El gato de la gran casa gris, cuyos fondos daban al prado, había sido sorprendido en varias visitas furtivas a los gallineros, y después de ciertas negociaciones mantenidas con quienes detentaban la autoridad en la casa gris, se había acordado una sentencia de muerte: «Los niños se apenarían, pero no tenían necesidad de enterarse». Esa fue la última palabra sobre el asunto.

Los niños en cuestión eran un permanente desconcierto para Octavio; en el curso de unos pocos meses, consideró que debería ya conocer sus nombres, edades y fechas de cumpleaños, y también que ellos deberían haberle presentado sus juguetes favoritos. Pero se mostraban tan evasivos como el prolongado y sordo muro que los separaba del prado, un muro sobre el que sus tres cabezas aparecían a veces imprevisiblemente. Tenían sus padres en la India; de eso se había enterado Octavio en el vecindario; los niños, aparte de agruparse según sus vestidos por sexo —una niña y dos varones— no le revelaron nada más. Y ahora parecía que estaba empeñado en algo que les concernía de cerca, pero que debía ocultárseles.


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6 págs. / 11 minutos / 248 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Paz de Mowsle Barton

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Crefton Lockyer estaba sentado, física y espiritualmente, a sus anchas, en el terrenito, a medias huerto y a medias jardín, que confinaba con la granja de Mowsle Barton. Después de las fatigas y el estruendo de largos años de vida ciudadana, el reposo y la paz de las colinas afectaban sus sentidos con una intensidad casi dramática. El tiempo y el espacio parecían perder su significado y su brusquedad; los minutos iban imperceptiblemente convirtiéndose en horas y los grados y los terrenos barbechados se apagaban a la distancia, dulces y sin precipitación. Las malezas silvestres del seto se extraviaban por el jardín, y los alelíes y los arbustos de cultivo hacían incursiones por la huerta y el sendero. Las somnolientas gallinas y los solemnes y preocupados patos sentíanse igualmente confortables en el gallinero, en el huerto o en la carretera; nada parecía corresponder definitivamente a nada; ni siquiera los portones se encontraban necesariamente en sus goznes. Y toda la escena estaba penetrada de un sentimiento de paz que tenía una cualidad casi mágica. De tarde se sentía que había sido siempre de tarde y que seguiría siéndolo por siempre; durante el crepúsculo no se concebía que la hora hubiera podido ser nunca otra. Crefton Lockyer, sentado cómodamente sobre un rústico asiento bajo un viejo níspero, decidió que allí se encontraba el anclaje de su vida que siempre había imaginado y que, últimamente, habían anhelado con tanta frecuencia sus sentidos fatigados y tensos. Haría su morada permanente entre estas gentes sencillas y amistosas, acrecentando gradualmente las modestas comodidades de que deseaba verse rodeado, pero coincidiendo tanto como le fuera posible con su manera de vida.


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8 págs. / 14 minutos / 34 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Música del Monte

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sylvia Seltoun tomaba el desayuno en el comedor auxiliar de Yessney invadida por un agradable sentimiento de victoria final, similar al que se habría permitido un celoso soldado de Cromwell al otro día de la batalla de Worcester. Era muy poco belicosa por temperamento, pero pertenecía a esa más afortunada clase de combatientes que son belicosos por las circunstancias. El destino había querido que ocupara su vida en una serie de batallas menores, por lo general estando ella en leve desventaja; y por lo general se las había arreglado para salir triunfante por un pelo. Y ahora sentía que había conducido la más dura y de seguro la más importante de sus luchas a un feliz desenlace. Haberse casado con Mortimer Seltoun —el Muerto Mortimer, como lo apodaban sus enemigos íntimos—, enfrentando la fría hostilidad de su familia y a pesar de la sincera indiferencia que sentía él por las mujeres, era en verdad un triunfo cuyo logro había requerido bastante destreza y decisión. El día anterior había rematado esta victoria arrancando por fin a su marido de la ciudad y balnearios satélites, e "instalándolo", según el léxico de las de su clase, en la presente casa solariega, una apartada y boscosa heredad de los Seltoun.

—Jamás conseguirás que Mortimer vaya —le había dicho la suegra en tono capcioso—; pero si va una vez, allá se queda. Yessney ejerce sobre él un hechizo casi tan fuerte como el de la ciudad. Una puede entender qué lo ata a la ciudad; pero Yessney...

Y la viuda se había encogido de hombros.


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7 págs. / 12 minutos / 70 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Manera de Yarkanda

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sir Lulworth Quayne avanzaba ociosamente por los jardines de la sociedad zoológica en compañía de su sobrino, que acababa de regresar de México. Este último estaba interesado en comparar y contrastar los tipos de animales semejantes que se encuentran en la fauna norteamericana y en la del Viejo Mundo.

—Una de las cosas más notables en el movimiento de las especies —comentó—, es el impulso repentino a viajar y emigrar que, sin ninguna razón aparente, surge de vez en cuando en comunidades de animales hasta ese momento establecidas.


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5 págs. / 10 minutos / 28 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Loba

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Leonard Bilsiter era una de esas personas que no han podido encontrar este mundo atractivo o interesante, y que han buscado compensación en un mundo "nunca visto" de su propia experiencia, imaginación... o invención. Los niños tienen éxito en esa clase de cosas, pero se contentan con convencerse ellos mismos sin vulgarizar sus creencias tratando de convencer a los demás. Las creencias de Leonard Bilster eran para "unos pocos", lo que quería decir cualquiera que le pusiera atención.


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7 págs. / 13 minutos / 216 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Jauría del Destino

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Bajo la mortecina luz de una tarde de otoño encapotada, Martin Stoner marchaba con paso laborioso por trochas convertidas en pantanos y caminos surcados por carriles que conducían a no sabía exactamente dónde. Más adelante, suponía, estaba el mar; y hacia allí parecían decididas a llevarlo sus pisadas. Le habría costado explicar por qué bregaba hasta el agotamiento por alcanzar aquella meta, a menos que hubiera sido presa del instinto que en último extremo conduce al precipicio al ciervo acorralado. En su caso, la jauría del destino sí que acosaba con porfía implacable. El hambre, el cansancio y la desesperación tenían embotado su cerebro, y a duras penas le alentaban las fuerzas para preguntarse por el oculto impulso que lo hacía avanzar. Stoner era uno de esos infortunados individuos que parecen haberlo intentado todo; la imprevisión y la holgazanería innatas siempre se habían interpuesto para malograr toda posibilidad de éxito, así fuera moderado. Y ahora estaba en las últimas y no había nada más que intentar. La desesperación no había despertado en él ninguna reserva latente de energía; por el contrario, el sopor mental lo había ido invadiendo a medida que declinaba su fortuna. Con la ropa que llevaba puesta, medio penique en el bolsillo y ni un solo amigo o conocido a quien recurrir, sin perspectivas de una cama para esa noche o de una comida para la mañana, Martin Stoner proseguía su penosa marcha, entre setos mojados y bajo las gotas de los árboles, la mente casi en blanco, a no ser por la vaga conciencia de que más adelante estaba el mar. De vez en cuando se entremetía otra certeza: sabía que tenía un hambre atroz. Al cabo se detuvo junto a un portillo abierto que conducía a un huerto espacioso y bastante descuidado. No se notaban muchas señas de vida, y la casa al otro lado del huerto parecía fría e inhospitalaria.


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9 págs. / 15 minutos / 47 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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