Textos por orden alfabético de Hector Hugh Munro "Saki" no disponibles | pág. 4

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Jacinto

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La nueva moda de introducir a los hijos de los candidatos en las campañas electorales es muy conveniente —dijo la señora Panstreppon—; elimina en parte la esperanza de las contiendas partidarias y constituye una experiencia interesante que los niños podrán evocar al cabo de los años. Con todo, si sigues mi consejo, Matilda, no lleves a Jacinto a Luffbridge el día de las elecciones.

—¡No llevar a Jacinto! —exclamó su madre— pero ¿por qué no? Jutterly lleva a sus tres hijos, que van a conducir un par de burritos de Nubia por todo el pueblo, para poner de relieve el hecho de que su padre ha sido designado secretario colonial. En nuestra campaña apoyamos una marina fuerte, y lo apropiado será que Jacinto aparezca vestido con su trajecito de marinero. Lucirá celestial.

—La cuestión no es cómo lucirá sino cómo se comportará. Es un niño delicioso, por supuesto. Pero hay en él una corriente de belicosidad irreprimible que estalla a veces de modo alarmante. Puede que tú hayas olvidado lo de los hijos de Gaffin; yo no.

—Me encontraba en la India por entonces y sólo tengo un vago recuerdo de lo que sucedió; se mostró muy travieso, lo sé.

—Iba en su carrito tirado por una cabra y se topó con los pequeños Gaffin en su cochecito; lanzó la cabra sobre ellos y volcó el cochecito. El pequeño Jacky Gaffin quedó atrapado y mientras la niñera trataba de sujetar a la cabra, Jacinto comenzó a azotar las piernas a Jacky con su cinturón, como una pequeña furia.

—No lo defiendo —dijo Matilda—, pero ellos deben haber hecho algo que lo molestara.


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6 págs. / 12 minutos / 50 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Apuesta

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Ronnie es una gran prueba para mí —comentó quejosa la señora Attray—. Este febrero ha cumplido sólo dieciocho años y ya es un jugador inveterado. Te aseguro que no sé de dónde lo habrá heredado; su padre jamás tocó las cartas, y ya sabes lo poco que juego yo... una partida de bridge las tardes de los miércoles de invierno, a tres peniques el ciento, y ni siquiera lo haría de no ser porque Edith siempre necesita un cuarto jugador y si no me tuviera a mí se lo pediría a esa detestable Jenkinham. Preferiría mucho más sentarme a charlar en lugar de jugar al bridge; creo que las cartas son una pérdida de tiempo. Pero Ronnie tan sólo piensa en el bridge, el bacará y los solitarios del poker. Por supuesto que he hecho todo lo posible para evitarlo; les he pedido a los Norridrum que no le dejen jugar a las cartas cuando va allí, pero sería lo mismo pedirle al océano Atlántico que se mantenga tranquilo durante un crucero que esperar que ellos se preocupen por las ansiedades naturales de una madre.

—¿Y por qué le permites ir allí? —preguntó Eleanor Saxelby.

—Querida, no quisiera ofenderles —contestó la señora Attray—. Al fin y al cabo, son los propietarios de mi casa, y tengo que acudir a ellos siempre que quiero hacer alguna reforma; fueron muy complacientes con lo del tejado nuevo para el invernadero de las orquídeas. Y me prestan uno de sus coches cuando el mío está estropeado; ya sabes lo a menudo que se estropea.

—No sé con cuánta frecuencia, pero debe ser mucha —contestó Eleanor—. Siempre que quiero que me lleves a alguna parte en tu coche me dices que le pasa algo, o que el chófer tiene neuralgia y no quieres pedirle que salga.


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4 págs. / 8 minutos / 73 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Benefactora y el Gato Satisfecho

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Jocantha Bessbury andaba en plan de sentirse feliz, serena y bondadosa. El mundo en que vivía era un lugar ameno, y ese día mostraba una de sus facetas más amenas. Gregory había logrado venir a casa para almorzar de prisa y fumarse un pitillo en el acogedor cuartito de descanso; el almuerzo había estado bueno y aún quedaba tiempo para hacerles justicia al café y al tabaco. Ambos eran excelentes a su modo; y Gregory era, a su modo, un marido excelente. Jocantha se sentía más bien tentada a sospechar que como esposa era encantadora, y sospechaba de sobra que tenía una modista de primera.

—No creo que en todo el barrio de Chelsea pueda encontrarse una persona más contenta —observó Jocantha, aludiendo a sí misma—, con la excepción quizás de Attab —prosiguió, echando una mirada al gran gato atigrado que descansaba muy a sus anchas en la esquina del diván—. Míralo ahí, soñando y ronroneando, estirando las patas de vez en cuando en un rapto de mullido bienestar. Parece la mismísima encarnación de todo lo que es suave y sedoso y aterciopelado, sin un ángulo brusco en su postura, todo un visionario cuya filosofía es la de soñar y dejar soñar; y luego, cuando cae la tarde, sale al jardín con un destello rojo en la mirada y atrapa algún gorrión desprevenido.

—Teniendo en cuenta que cada pareja de gorriones empolla diez o más crías al año, mientras sus fuentes de alimentación permanecen estacionarias, está muy bien que a los Attabs de la comunidad se les ocurra pasar una tarde entretenida —dijo Gregory.

Habiéndose aliviado de este sabio comentario, encendió otro cigarrillo, se despidió de Jocantha con cariño juguetón y partió al ancho mundo.

—Recuerda: esta noche cenamos un poquito temprano, porque después iremos al teatro —alcanzó a gritarle ella.


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5 págs. / 9 minutos / 53 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Búsqueda

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Una desacostumbrada paz había descendido sobre la Villa Elsinore, interrumpida sin embargo, a frecuentes intervalos, por clamorosas lamentaciones, indicio de una azorada aflicción. El hijito de los Momeby se había extraviado; de ahí la paz; lo buscaban de modo aturdido e indisciplinado, de ahí los gritos que estremecían la casa y el jardín cada vez que regresaban para volver a buscarlo por el interior. Clovis, que era temporaria e involuntariamente un pensionista en la Villa, se encontraba dormitando en una hamaca en el extremo más alejado del jardín, cuando la señora Momeby irrumpió con la noticia.

—Perdimos a nuestro bebé —exclamó.

—¿Quiere usted decir que se murió, que huyó o que lo apostó a las cartas? —preguntó Clovis con calma.

—Estaba jugando lo más contento en el prado —dijo la señora llorosa— y Arnold acababa de llegar y yo le estaba preguntando qué salsa prefería con los espárragos…

—Espero que haya dicho hollandaise —interrumpió Clovis dando muestras de interés— porque si hay algo que detesto…

—Y repentinamente eché de menos al bebé —continuó la señora Momeby en tono más alterado todavía—. Hemos buscado de arriba abajo, por la casa, el jardín, más allá del portón, y no se lo ve por ninguna parte.

—¿Se lo oye? —preguntó Clovis—. Porque si no se lo oye debe estar por lo menos a dos kilómetros de distancia.

—Pero ¿dónde? ¿Y cómo? —preguntó la afligida madre.

—Quizá un águila o una bestia salvaje se lo llevó —sugirió Clovis.

—No hay águilas ni bestias salvajes en Surrey —dijo la señora Momeby, pero en la voz se le había deslizado una nota de horror.


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5 págs. / 9 minutos / 162 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Disuasión de Tarrington

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¡Dios! —exclamó la tía de Clovis—. Allí viene. No me acuerdo de su nombre, pero almorzó una vez con nosotros. Tarrington… sí, eso. Se enteró del picnic que voy a ofrecer a la Princesa, y va a pegárseme como un salvavidas hasta que lo invite. Luego me preguntará si puede traer a todas sus mujeres, madres y hermanas. Eso es lo malo de estos pequeños reductos balnearios: uno no puede escaparse de nadie.

—Si quieres huir ya —se ofreció Clovis— puedo librar una acción de retaguardia; si no pierdes tiempo, tienes unos buenos diez metros de ventaja.

La tía de Clovis dio su decidido beneplácito a la sugestión y se alejó meneándose como un vapor del Nilo, con una ola de pequineses como estela.

—Finge que no lo conoces —fue su consejo de partida, teñido del osado coraje de quien no combate.

Un momento después las aperturas de un caballero afablemente dispuesto eran recibidas por Clovis con una mirada que denotaba absoluta falta de familiaridad con el objeto escudriñado.

—Supongo que no me conoce por los bigotes —dijo el recién llegado—. Me los dejo crecer desde hace dos meses.

—Por el contrario —dijo Clovis—, los bigotes son lo único en usted que me resulta familiar. Estoy seguro de haberlos conocido antes en alguna parte.

—Me llamo Tarrington —prosiguió el candidato a ser reconocido.

—Un apellido muy útil —dijo Clovis—; con un apellido así a nadie se le ocurriría culparlo de no haber hecho algo particularmente heroico o notable, ¿no le parece? Y sin embargo, si quisiera usted organizar un cuerpo de caballería ligera en un momento de emergencia nacional, «La Caballería Ligera de Tarrington» sería un nombre apropiado y estimulante, cosa que no ocurriría si usted se llamara Spoopin, por ejemplo. Nadie, ni siquiera en un momento de emergencia nacional, querría pertenecer a la Caballería de Spoopin.


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2 págs. / 5 minutos / 66 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Fiesta de Némesis

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Es una suerte que haya dejado de estar de moda el Día de San Valentín —dijo la señora Thackenbury—. Con Navidad, Año Nuevo y Pascua, por no hablar de los cumpleaños, hay ya bastantes días para el recuerdo. Estas últimas Navidades traté de evitarme problemas enviándoles flores a todos mis amigos, pero no sirvió de nada; Gertrude tiene once invernaderos y unos treinta jardineros, por lo que habría sido ridículo enviarle flores, y Milly acaba de inaugurar una floristería, por lo que resultaba también fuera de cuestión. La tensión de tener que decidir precipitadamente qué les regalaba a Gertrude y a Milly cuando creía tener toda la cuestión solucionada me arruinó totalmente las Navidades, por no hablar de la terrible monotonía de las cartas de agradecimiento: «Te agradezco mucho tus encantadoras flores. Fuiste tan amable al pensar en mí». Desde luego que en la mayoría de los casos ni siquiera había pensado en los receptores; sus nombres estaban en mi lista de «personas a las que no hay que olvidar». De haber tenido que confiar en mi memoria se hubieran producido terribles pecados de omisión.

—Lo malo es que todos estos días en los que se entromete el recuerdo persisten en referirse a un aspecto de la naturaleza humana e ignoran totalmente el otro —le comentó Clovis a su tía—. Por eso se han hecho tan superficiales y artificiales. En Navidad y Año Nuevo la convención te estimula a enviar efusivos mensajes de optimista buena voluntad y afecto servil a personas a las que apenas te atreverías a invitar a almorzar a menos que no te hubiera fallado un comensal en el último momento; si estas cenando en un restaurante en la víspera de Año Nuevo se espera que, cantando «For Auld Land Syne», estreches la mano de desconocidos a los que nunca habías visto y no deseas volver a ver. Pero no se permite licencia alguna en la dirección opuesta.


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4 págs. / 8 minutos / 79 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Gallina

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Dora Bittholz viene el jueves —dijo la señora Sangrail.

—¿Este jueves? —preguntó Clovis.

Su madre asintió.

—Menuda papeleta, ¿eh? —dijo riendo entre dientes—. Jane Mardet sólo lleva aquí cinco días, y no se queda nunca menos de quince aunque haya dicho claramente que viene por una semana. Nunca conseguirás sacarla de la casa para el jueves.

—¿Y por qué iba a hacerlo? —preguntó la señora Sangrail—. Dora y ella son buenas amigas, ¿no es así? O solían serlo, por lo que recuerdo.

—Solían serlo; por eso ahora están más resentidas. Cada una de ellas siente que ha alimentado una víbora en su pecho. Nada estimula más la llama del resentimiento humano como el descubrimiento de que el propio pecho ha sido utilizado como un criadero de serpientes.

—¿Pero qué ha sucedido? ¿Alguna de ellas ha hecho algo mal?

—No exactamente —contestó Clovis—. Una gallina se interpuso entre ellas.

—¿Una gallina? ¿Qué gallina?

—Fue una Leghorn oscura, o una de esas de raza exótica, que Dora le vendió a Jane a un precio también bastante exótico. Como ya sabes, ambas tienen afición por las aves de precio, y Jane pensó que recuperaría su dinero teniendo una gran familia de gallinas de pedigrí. Pero resultó que ese ave se abstenía de la costumbre de poner huevos, y me han contado que las cartas que se cruzaron fueron una revelación en cuanto a las invectivas que es posible poner sobre una hoja de papel.

—¡Qué ridículo! —exclamó la señora Sangrail—. ¿Y ninguno de sus amigos pudo zanjar la disputa?


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Inocencia de Reginald

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Reginald deslizó un clavel del color de moda en el ojal de su vestido nuevo y examinó el resultado con aprobación.

—Estoy de ánimo perfecto —se dijo—, para que alguien con un futuro inconfundible me haga un retrato. Qué tan reconfortante sería quedar para la posteridad como 'Joven con Clavel Rosado' en el catálogo, acompañado de 'Niño con un Montón de Primaveras' y todos los otros.

—La juventud —dijo el Otro—, debe sugerir inocencia.

—Pero nunca seguir esa sugerencia. Ni siquiera creo que ambas cosas vayan de la mano. La gente habla mucho sobre la inocencia de los niños, pero no los pierde de vista por más de veinte minutos. Si vigilas la leche, no hierve y se derrama. Una vez conocí a un muchacho que era de veras inocente; sus padres eran gente de sociedad, pero... nunca, desde pequeño, le produjeron la más mínima ansiedad. Creía en los balances de las compañías, en la transparencia de las elecciones y en las mujeres que se casan por amor, incluso en un sistema para ganar en la ruleta. Nunca perdió la fe, pero despilfarró más de lo que sus jefes podían darse el lujo de perder. La última vez que oí de él, estaba seguro de su inocencia... a diferencia del jurado. De todos modos, yo sí soy inocente de lo que todo el mundo me está acusando ahora, y por lo que puedo ver, sus acusaciones permanecerán infundadas.

—Una actitud inesperada de tu parte.

—A mí me encanta la gente que hace cosas inesperadas. ¿No te ha encantado siempre el tipo que va y mata un león en el foso cuando está aburrido? Pero sigamos con esta inocencia desafortunada. Hace tiempo, cuando estuve peleando con más gente de la que acostumbro, tú entre ellos (debió haber sido en noviembre, porque nunca peleo contigo muy cerca de Navidad) tuve la idea de que me gustaría escribir un libro. Iba a ser un libro de reminiscencias personales, sin dejar nada de lado.

—¡Reginald!


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3 págs. / 5 minutos / 52 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Jauría del Destino

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Bajo la mortecina luz de una tarde de otoño encapotada, Martin Stoner marchaba con paso laborioso por trochas convertidas en pantanos y caminos surcados por carriles que conducían a no sabía exactamente dónde. Más adelante, suponía, estaba el mar; y hacia allí parecían decididas a llevarlo sus pisadas. Le habría costado explicar por qué bregaba hasta el agotamiento por alcanzar aquella meta, a menos que hubiera sido presa del instinto que en último extremo conduce al precipicio al ciervo acorralado. En su caso, la jauría del destino sí que acosaba con porfía implacable. El hambre, el cansancio y la desesperación tenían embotado su cerebro, y a duras penas le alentaban las fuerzas para preguntarse por el oculto impulso que lo hacía avanzar. Stoner era uno de esos infortunados individuos que parecen haberlo intentado todo; la imprevisión y la holgazanería innatas siempre se habían interpuesto para malograr toda posibilidad de éxito, así fuera moderado. Y ahora estaba en las últimas y no había nada más que intentar. La desesperación no había despertado en él ninguna reserva latente de energía; por el contrario, el sopor mental lo había ido invadiendo a medida que declinaba su fortuna. Con la ropa que llevaba puesta, medio penique en el bolsillo y ni un solo amigo o conocido a quien recurrir, sin perspectivas de una cama para esa noche o de una comida para la mañana, Martin Stoner proseguía su penosa marcha, entre setos mojados y bajo las gotas de los árboles, la mente casi en blanco, a no ser por la vaga conciencia de que más adelante estaba el mar. De vez en cuando se entremetía otra certeza: sabía que tenía un hambre atroz. Al cabo se detuvo junto a un portillo abierto que conducía a un huerto espacioso y bastante descuidado. No se notaban muchas señas de vida, y la casa al otro lado del huerto parecía fría e inhospitalaria.


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9 págs. / 15 minutos / 47 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Loba

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Leonard Bilsiter era una de esas personas que no han podido encontrar este mundo atractivo o interesante, y que han buscado compensación en un mundo "nunca visto" de su propia experiencia, imaginación... o invención. Los niños tienen éxito en esa clase de cosas, pero se contentan con convencerse ellos mismos sin vulgarizar sus creencias tratando de convencer a los demás. Las creencias de Leonard Bilster eran para "unos pocos", lo que quería decir cualquiera que le pusiera atención.


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7 págs. / 13 minutos / 216 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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