—Dora Bittholz viene el jueves —dijo la señora Sangrail.
—¿Este jueves? —preguntó Clovis.
Su madre asintió.
—Menuda papeleta, ¿eh? —dijo riendo entre dientes—. Jane Mardet
sólo lleva aquí cinco días, y no se queda nunca menos de quince aunque
haya dicho claramente que viene por una semana. Nunca conseguirás
sacarla de la casa para el jueves.
—¿Y por qué iba a hacerlo? —preguntó la señora Sangrail—. Dora y
ella son buenas amigas, ¿no es así? O solían serlo, por lo que recuerdo.
—Solían serlo; por eso ahora están más resentidas. Cada una de
ellas siente que ha alimentado una víbora en su pecho. Nada estimula más
la llama del resentimiento humano como el descubrimiento de que el
propio pecho ha sido utilizado como un criadero de serpientes.
—¿Pero qué ha sucedido? ¿Alguna de ellas ha hecho algo mal?
—No exactamente —contestó Clovis—. Una gallina se interpuso entre ellas.
—¿Una gallina? ¿Qué gallina?
—Fue una Leghorn oscura, o una de esas de raza exótica, que Dora le
vendió a Jane a un precio también bastante exótico. Como ya sabes,
ambas tienen afición por las aves de precio, y Jane pensó que
recuperaría su dinero teniendo una gran familia de gallinas de pedigrí.
Pero resultó que ese ave se abstenía de la costumbre de poner huevos, y
me han contado que las cartas que se cruzaron fueron una revelación en
cuanto a las invectivas que es posible poner sobre una hoja de papel.
—¡Qué ridículo! —exclamó la señora Sangrail—. ¿Y ninguno de sus amigos pudo zanjar la disputa?
Información texto 'La Gallina'