Reginald deslizó un clavel del color de moda en el ojal
de su vestido nuevo y examinó el resultado con aprobación.
—Estoy de ánimo perfecto —se dijo—, para que alguien
con un futuro inconfundible me haga un retrato. Qué tan reconfortante sería
quedar para la posteridad como 'Joven con Clavel Rosado' en el catálogo,
acompañado de 'Niño con un Montón de Primaveras' y todos los otros.
—La juventud —dijo el Otro—, debe sugerir inocencia.
—Pero nunca seguir esa sugerencia. Ni siquiera creo que
ambas cosas vayan de la mano. La gente habla mucho sobre la inocencia de los
niños, pero no los pierde de vista por más de veinte minutos. Si vigilas la
leche, no hierve y se derrama. Una vez conocí a un muchacho que era de veras
inocente; sus padres eran gente de sociedad, pero... nunca, desde pequeño, le
produjeron la más mínima ansiedad. Creía en los balances de las compañías, en la
transparencia de las elecciones y en las mujeres que se casan por amor, incluso
en un sistema para ganar en la ruleta. Nunca perdió la fe, pero despilfarró más
de lo que sus jefes podían darse el lujo de perder. La última vez que oí de él,
estaba seguro de su inocencia... a diferencia del jurado. De todos modos, yo sí
soy inocente de lo que todo el mundo me está acusando ahora, y por lo que puedo
ver, sus acusaciones permanecerán infundadas.
—Una actitud inesperada de tu parte.
—A mí me encanta la gente que hace cosas inesperadas.
¿No te ha encantado siempre el tipo que va y mata un león en el foso cuando está
aburrido? Pero sigamos con esta inocencia desafortunada. Hace tiempo, cuando
estuve peleando con más gente de la que acostumbro, tú entre ellos (debió haber
sido en noviembre, porque nunca peleo contigo muy cerca de Navidad) tuve la idea
de que me gustaría escribir un libro. Iba a ser un libro de reminiscencias
personales, sin dejar nada de lado.
—¡Reginald!
Información texto 'La Inocencia de Reginald'