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El Programa de Gala

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era un día auspicioso en el calendario romano; el del nacimiento del popular y talentoso joven emperador Plácidus Superbus. Todo el mundo en Roma se disponía a celebrar una gran fiesta, el clima era el mejor y, naturalmente, el circo imperial estaba colmado. Unos minutos antes de la hora fijada para el comienzo del espectáculo, una sonora fanfarria de trompetas proclamó la llegada del César, y el Emperador ocupó su asiento en el Palco Imperial entre las aclamaciones vociferantes de la multitud. Mientras la gritería del público se apagaba se comenzaba a oír un saludo aún más excitante, en la distancia próxima: el rugido furioso e impaciente de las fieras enjauladas en los Bestiarios Imperiales.

—Explícame el programa —le ordenó el emperador al maestro de ceremonias, a quien había mandado llamar a su lado. Este eminente funcionario tenía un aspecto preocupado.

—Generoso César —anunció—, se ha imaginado y preparado el más promisorio y entretenido de los programas para vuestra augusta aprobación. En primer lugar habrá una competencia de carros de un brillo y un interés insólitos; tres cuadrigas que nunca han sido derrotadas competirán por el trofeo de Herculano, junto con la bolsa que vuestra imperial generosidad ha agregado. Las probabilidades de las cuadrigas competidoras son tan parejas como es posible y hay grandes apuestas entre el populacho. Los tracios Negros son tal vez los favoritos.

—Ya sé, ya sé —interrumpió el César, quien había oído hablar toda la mañana, hasta el cansancio, del mismo tema—, ¿qué más hay en el programa?


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3 págs. / 6 minutos / 105 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Barco del Tesoro

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El gran galeón yacía semienterrado bajo la arena, los yuyos y el agua de la bahía septentrional donde los azares de la guerra y el tiempo lo habían instalado. Habían pasado tres siglos y un cuarto desde que había navegado en alta mar como una importante unidad de un escuadrón de guerra; precisamente en qué escuadrón era el punto en que los expertos no se ponían de acuerdo. El galeón no había aportado nada al mundo, pero según la tradición y la información, se había llevado mucho de él. ¿Pero cuánto? En esto nuevamente los expertos estaban en desacuerdo. Algunos eran tan generosos en sus cálculos como un asesor de impuestos, otros aplicaban una crítica más fuerte a los cofres del tesoro sumergidos, y otros rebajaban su contenido a una moneda de oro ficticio. A la primera clase pertenecía Lulú, duquesa de Dulverton.


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4 págs. / 7 minutos / 132 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Cura de Agitación

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sobre el portaequipajes del compartimiento de ferrocarril, frente a Clovis, había una sólida maleta con un prolijo rótulo: «J. P. Huddle, La Conejera, Tilfield, cerca de Slowborough». Bajo el portaequipajes estaba sentada la humana encarnación del rótulo, un individuo sólido y sosegado, sosegadamente vestido y de sosegada conversación. Aun sin su conversación (que se dirigía a un amigo sentado a su lado y se refería principalmente a tópicos tales como el retraso de los jacintos y la presencia de sarampión en la rectoría) hubiera podido estimarse con bastante justeza su temperamento y perspectiva mental. Pero no parecía dispuesto a dejar que nada corriera por cuenta de un observador casual, y su conversación no tardó en volverse personal e introspectiva.

—No sé por qué —le decía a su amigo—; no tengo mucho más de cuarenta años, pero siento como si hubiera alcanzado ya la paz de la edad madura. Mi hermana muestra la misma tendencia. Nos gusta que todo se encuentre en su lugar acostumbrado; que las cosas sucedan en su momento oportuno; que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico con la más escrupulosa exactitud. Por ejemplo, para referirnos a algo insignificante, un tordo viene haciendo su nido, año tras año, en el amento del jardín; este año, sin que medie ninguna razón aparente, lo hizo sobre la hiedra del muro. No hablamos mucho de ello, pero creo que ambos pensamos que el cambio es innecesario y algo irritante incluso.

—Quizá —dijo el amigo—, se trata de otro tordo.

—Lo hemos pensado —dijo J. P. Huddle—, y creo que esa posibilidad nos molesta más todavía. No nos parece que a esta altura de la vida tenga que sobrevenirnos un cambio de tordo; y, sin embargo, como le dije antes, no hemos llegado a una edad en que estas cosas se hagan sentir seriamente.

—Lo que ustedes necesitan —dijo el amigo— es una cura de agitación.


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7 págs. / 12 minutos / 187 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Ratón

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Desde la infancia hasta ya entrada la edad madura, Theodoric Voler había sido criado por una madre solícita cuya principal preocupación era mantenerlo a resguardo de lo que llamaba las crudas realidades de la vida. Al morir dejó a Theodoric en un mundo que era tan real como de costumbre y mucho más crudo de lo que él consideraba necesario. Para un hombre de su temperamento y crianza, aun un viaje por tren estaba colmado de pequeñas molestias y disonancias menores. Y al acomodarse una mañana de setiembre en un compartimiento de segunda clase, fue consciente de sentimientos desapacibles y una general crispación mental. Había estado alojándose en una vicaría de campaña cuyos residentes no se habían mostrado por cierto ni brutales ni orgiásticos, pero la supervisión doméstica había adolecido de esa flojera que invita al desastre. El carruaje que debía llevarlo a la estación no fue adecuadamente preparado, y cuando se acercó el momento de la partida, el criado que debía haberlo traído no se encontraba por ninguna parte. En esta emergencia, Theodoric, con mudo pero muy intenso disgusto, se vio obligado a colaborar con la hija del vicario en la tarea de uncir al pony, para lo cual fue necesario andar a tientas por un mal iluminado galpón que era llamado establo y que olía como tal, salvo por trechos en los que olía a ratón. Sin llegar a temer a los ratones, Theodoric los clasificaba entre los crudos incidentes de la vida, y consideraba que la Providencia, con un pequeño esfuerzo de coraje moral, podría haber reconocido desde mucho atrás que no eran indispensables y retirarlos de circulación. Al partir el tren de la estación, la nerviosa imaginación de Theodoric lo acusó de exhalar un ligero olor a establo y posiblemente de exhibir una o dos briznas de paja en su traje, habitualmente tan bien cepillado.


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4 págs. / 8 minutos / 1.019 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Búsqueda

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Una desacostumbrada paz había descendido sobre la Villa Elsinore, interrumpida sin embargo, a frecuentes intervalos, por clamorosas lamentaciones, indicio de una azorada aflicción. El hijito de los Momeby se había extraviado; de ahí la paz; lo buscaban de modo aturdido e indisciplinado, de ahí los gritos que estremecían la casa y el jardín cada vez que regresaban para volver a buscarlo por el interior. Clovis, que era temporaria e involuntariamente un pensionista en la Villa, se encontraba dormitando en una hamaca en el extremo más alejado del jardín, cuando la señora Momeby irrumpió con la noticia.

—Perdimos a nuestro bebé —exclamó.

—¿Quiere usted decir que se murió, que huyó o que lo apostó a las cartas? —preguntó Clovis con calma.

—Estaba jugando lo más contento en el prado —dijo la señora llorosa— y Arnold acababa de llegar y yo le estaba preguntando qué salsa prefería con los espárragos…

—Espero que haya dicho hollandaise —interrumpió Clovis dando muestras de interés— porque si hay algo que detesto…

—Y repentinamente eché de menos al bebé —continuó la señora Momeby en tono más alterado todavía—. Hemos buscado de arriba abajo, por la casa, el jardín, más allá del portón, y no se lo ve por ninguna parte.

—¿Se lo oye? —preguntó Clovis—. Porque si no se lo oye debe estar por lo menos a dos kilómetros de distancia.

—Pero ¿dónde? ¿Y cómo? —preguntó la afligida madre.

—Quizá un águila o una bestia salvaje se lo llevó —sugirió Clovis.

—No hay águilas ni bestias salvajes en Surrey —dijo la señora Momeby, pero en la voz se le había deslizado una nota de horror.


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5 págs. / 9 minutos / 162 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Casamentero

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El reloj del comedor dio las once con la respetuosa prudencia de alguien cuya misión en la vida es ser ignorado. Cuando el paso del tiempo hiciera imperativas la abstinencia y la migración, las luces darían la señal en la forma acostumbrada.

Seis minutos más tarde Clovis se acercó a la mesa con la ferviente expectativa de quien ha comido esquemáticamente y mucho tiempo atrás.

—Estoy muriéndome de hambre —anunció esforzándose por tentarse con gracia y leer el menú al mismo tiempo.

—Lo imaginé —respondió su anfitriona— al ver que ha sido usted casi puntual. Debí advertirle que soy una Revolucionaria Alimenticia. Pedí dos cuencos de pan y leche y algunos bizcochos dietéticos. Espero que no tenga inconveniente.

Clovis pretendió después que no había palidecido durante una fracción de segundo.

—De cualquier modo —dijo—, no debería usted bromear con tales cosas. Esa especie de gente existe en realidad. Sé de quienes las han conocido. ¡Pensar en todos los manjares que existen, pasarse la vida masticando aserrín, y enorgullecerse por añadidura!

—Son como los flagelantes de la Edad Media que vivían mortificándose.

—Ellos estaban justificados hasta cierto punto —dijo Clovis—. Lo hacían para salvar sus almas inmortales, ¿no es así? No me diga usted que un hombre al que no le gustan las ostras, los espárragos y los buenos vinos tiene alma o siquiera estómago. Sencillamente tiene el instinto de desdicha altamente desarrollado.

Clovis se entregó durante unos pocos dulces instantes a la tierna intimidad de unas ostras que iban desapareciendo velozmente.


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2 págs. / 5 minutos / 192 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Tatuaje

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La jerga artística de esa mujer me cansa —dijo Clovis a su amigo periodista—. Le gusta tanto decir que ciertos cuadros "crecen sobre nosotros", como si fueran una especie de hongos.

—Eso me recuerda —dijo el periodista— la historia de Henri Deplis. ¿Te la conté alguna vez?

Clovis negó con la cabeza.

—Henri Deplis era por nacimiento un nativo del Gran Ducado de Luxemburgo. Por una reflexión más madura, se convirtió en un viajante de comercio. Sus actividades frecuentemente lo llevaban más allá de los límites del Gran Ducado, y paraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegaron noticias de que había recibido un legado de una parienta distante que había fallecido.

"No era un gran legado, aun desde el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó hacia algunas extravagancias aparentemente inofensivas. En particular lo condujo a patrocinar el arte local en tanto representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor Pincini era, tal vez, el más brillante maestro de tatuaje que Italia había conocido jamás, pero estaba decididamente empobrecido, y por la suma de seiscientos francos emprendió alegremente la tarea de cubrir la espalda de su cliente, desde la clavícula hasta la cintura, con una brillante representación de la Caída de Ícaro. El diseño, cuando fue finalmente desarrollado, le produjo una ligera desilusión a Monsieur Deplis, que había imaginado que Ícaro era una fortaleza tomada por Wallenstein en la Guerra de los Treinta Años, pero quedó más que satisfecho con el trabajo ejecutado, que fue aclamado por todos los que tuvieron el privilegio de verlo, como la obra maestra de Pincini.


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3 págs. / 6 minutos / 116 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Ventana Abierta

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —dijo con mucho aplomo una señorita de quince años—; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.

Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

—Sé lo que ocurrirá —le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural—: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

—¿Conoce a muchas personas aquí? —preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

—Casi nadie —dijo Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

—Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía —prosiguió la aplomada señorita.

—Sólo su nombre y su dirección —admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

—Su gran tragedia ocurrió hace tres años —dijo la niña—; es decir, después que se fue su hermana.


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3 págs. / 6 minutos / 431 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Catástrofe en la Joven Turquía

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El ministro de Bellas Artes (a cuyo ministerio se había anexado últimamente la nueva subsección de Ingeniería Electoral) le hizo una visita de trabajo al gran visir. De acuerdo con la etiqueta oriental, discurrieron un rato sobre temas indiferentes. El ministro se detuvo a tiempo para omitir una referencia casual a la Maratón que se había corrido, cuando recordó que el gran visir tenía una abuela persa y podía considerar la alusión a Maratón como una falta de tacto.

A continuación el ministro entró en el tema de su entrevista.

—¿Bajo la nueva constitución, las mujeres tendrán el voto? —preguntó repentinamente.

—¿Tener el voto? ¿Las mujeres? —exclamó el visir con cierta estupefacción—. Mi querido pashá, la nueva carta tiene cierto sabor de absurdo así como está; no tratemos de convertirlo en algo completamente ridículo. Las mujeres no tienen alma, ni inteligencia, ¿por qué demonios van a tener el voto?

—Sé que suena absurdo —dijo el ministro—, pero en Occidente están considerando esa idea seriamente.

—Entonces deben estar equipados con mayor solemnidad de la que yo les reconocía. Después de una vida de esfuerzos especiales por mantener mi gravedad, escasamente puedo reprimir mi inclinación a sonreír ante tal sugerencia. Mire usted, nuestras mujeres en la mayoría de los casos no saben leer ni escribir. ¿Cómo pueden ejecutar la operación de votar?

—Se les pueden mostrar los nombres de los candidatos y en donde pueden marcar con una cruz.

—Discúlpeme ¿cómo dijo? —lo interrumpió el visir.

—Con una medialuna, quiero decir —se corrigió el ministro—. Sería algo que le gustaría al Partido Turco Juvenil —agregó.

—Bueno —dijo el visir—, si vamos a cambiar las cosas, lleguemos al extremo de una vez. Daré instrucciones para que a las mujeres se les reconozca el voto.


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1 pág. / 3 minutos / 284 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Cuentista

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era una tarde calurosa y el vagón del tren también estaba caliente; la siguiente parada, Templecombe, estaba casi a una hora de distancia. Los ocupantes del vagón eran una niña pequeña, otra niña aún más pequeña y un niño también pequeño. Una tía, que pertenecía a los niños, ocupaba un asiento de la esquina; el otro asiento de la esquina, del lado opuesto, estaba ocupado por un hombre soltero que era un extraño ante aquella fiesta, pero las niñas pequeñas y el niño pequeño ocupaban, enfáticamente, el compartimiento. Tanto la tía como los niños conversaban de manera limitada pero persistente, recordando las atenciones de una mosca que se niega a ser rechazada. La mayoría de los comentarios de la tía empezaban por «No», y casi todos los de los niños por «¿Por qué?». El hombre soltero no decía nada en voz alta.

—No, Cyril, no —exclamó la tía cuando el niño empezó a golpear los cojines del asiento, provocando una nube de polvo con cada golpe—. Ven a mirar por la ventanilla —añadió.

El niño se desplazó hacia la ventilla con desgana.

—¿Por qué sacan a esas ovejas fuera de ese campo? —preguntó.

—Supongo que las llevan a otro campo en el que hay más hierba —respondió la tía débilmente.

—Pero en ese campo hay montones de hierba —protestó el niño—; no hay otra cosa que no sea hierba. Tía, en ese campo hay montones de hierba.

—Quizá la hierba de otro campo es mejor —sugirió la tía neciamente.

—¿Por qué es mejor? —fue la inevitable y rápida pregunta.

—¡Oh, mira esas vacas! —exclamó la tía.

Casi todos los campos por los que pasaba la línea de tren tenían vacas o toros, pero ella lo dijo como si estuviera llamando la atención ante una novedad.

—¿Por qué es mejor la hierba del otro campo? —persistió Cyril.


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6 págs. / 11 minutos / 94 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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