El ministro de Bellas Artes (a cuyo ministerio se había
anexado últimamente la nueva subsección de Ingeniería Electoral) le hizo una
visita de trabajo al gran visir. De acuerdo con la etiqueta oriental,
discurrieron un rato sobre temas indiferentes. El ministro se detuvo a tiempo
para omitir una referencia casual a la Maratón que se había corrido, cuando
recordó que el gran visir tenía una abuela persa y podía considerar la alusión a
Maratón como una falta de tacto.
A continuación el ministro entró en el tema de su
entrevista.
—¿Bajo la nueva constitución, las mujeres tendrán el
voto? —preguntó repentinamente.
—¿Tener el voto? ¿Las mujeres? —exclamó el visir con
cierta estupefacción—. Mi querido pashá, la nueva carta tiene cierto sabor de
absurdo así como está; no tratemos de convertirlo en algo completamente
ridículo. Las mujeres no tienen alma, ni inteligencia, ¿por qué demonios van a
tener el voto?
—Sé que suena absurdo —dijo el ministro—, pero en
Occidente están considerando esa idea seriamente.
—Entonces deben estar equipados con mayor solemnidad de
la que yo les reconocía. Después de una vida de esfuerzos especiales por
mantener mi gravedad, escasamente puedo reprimir mi inclinación a sonreír ante
tal sugerencia. Mire usted, nuestras mujeres en la mayoría de los casos no saben
leer ni escribir. ¿Cómo pueden ejecutar la operación de votar?
—Se les pueden mostrar los nombres de los candidatos y
en donde pueden marcar con una cruz.
—Discúlpeme ¿cómo dijo? —lo interrumpió el visir.
—Con una medialuna, quiero decir —se corrigió el
ministro—. Sería algo que le gustaría al Partido Turco Juvenil —agregó.
—Bueno —dijo el visir—, si vamos a cambiar las cosas,
lleguemos al extremo de una vez. Daré instrucciones para que a las mujeres se
les reconozca el voto.
Información texto 'Catástrofe en la Joven Turquía'