I
En la pequeña ciudad suiza de Vevey hay un hotel extraordinariamente
confortable, si bien es verdad que allí casi todos son buenos hoteles,
ya que el negocio principal en esta región es el turismo. Muchos
viajeros recordarán aún que nuestro hotel se halla situado al borde
mismo de un renombrado lago azul, cuya visita es poco menos que
obligatoria para todos los turistas. Por las orillas del lago se
extiende, además, una ininterrumpida serie de albergues de diversas
categorías que van desde el Gran Hotel, de nuevo estilo, fachada
revocada de blanco, con un centenar de balcones y una docena de
gallardetes flotando en su tejado, hasta la modesta pensión suiza, de
típica fachada rústica, de madera, con el nombre escrito en caracteres
góticos sobre un rótulo rojo o amarillo, fijado a una valla, y su
correspondiente cenador de verano en el ángulo del jardín. Hay, sin
embargo, un hotel en Vevey, famoso por su aire de lujo y seriedad, que
lo distingue de sus empingorotados vecinos.
En el lugar descrito, durante el mes de junio, los viajeros
norteamericanos son tan numerosos, que bien puede decirse que el hotel
se transforma en un balneario norteamericano; hay citas, reuniones,
ruidos que evocan una visión, un eco de Newport o de Saratoga. Por todas
partes se tropieza con estilizadas jóvenes que caminan apresuradamente,
crujen muselinas y sedas, suena por doquier, aun en las mañanas, música
de baile, y un rumor de voces se escucha incesantemente.
Información texto 'Daisy Miller'