Textos por orden alfabético de Henry James

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autor: Henry James


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Adina

Henry James


Cuento


Parte I

Habíamos estado hablando sobre Sam Scrope alrededor del fuego —conscientes, todos nosotros, de la norma de mortuis. Nuestro anfitrión, sin embargo, había permanecido en silencio, un poco para mi sorpresa, pues sabía que había sido particularmente cercano a nuestro amigo. Pero una vez nuestro grupo se hubo disuelto y me quedé a solas con él, avivó el fuego, me ofreció otro puro mientras aspiraba el suyo con aire reflexivo, y me explicó la siguiente historia:


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55 págs. / 1 hora, 36 minutos / 134 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Compañeros de Viaje

Henry James


Novela corta


La Última Cena de Leonardo en Milán es indiscutiblemente la pintura más impresionante de Italia. Parte de su inmensa solemnidad se debe sin duda a que es una de las primeras grandes obras maestras italianas que salen al paso cuando se desciende desde el norte. Otra fuente secundaria de interés radica en la absoluta perfección de su deterioro. La imaginación experimenta un extraño deleite al cubrir cada uno de sus espacios vacíos, borrando su completa corrupción y reparando en la medida de lo posible su triste desaliño. La mejor prueba de su poderosa fuerza y perfección es el hecho de que, pese a haber perdido tanto, conserve todavía tanta belleza. Una elegancia inextinguible persiste en sus vagos trazos y en sus cicatrices sin cura; aún queda lo suficiente como para que el espectador pueda admirar la insondable sabiduría del artista. El lector recordará que el fresco cubre un muro en el extremo de lo que fue el refectorio de un antiguo monasterio, actualmente disuelto, cuyo recinto está ocupado por un regimiento de caballería. Los caballos piafan y los soldados emiten sus juramentos en los claustros donde una vez resonaron los sobrios pasos de las sandalias monásticas y donde los frailes de voces sumisas se dirigían piadosos saludos.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 104 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Cuatro Encuentros

Henry James


Cuento


I

El primero tuvo lugar en el campo, con motivo de una pequeña recepción, una noche de nieve de hará unos diecisiete años. Mi amigo Latouche, que iba a pasar la Navidad con su madre, había insistido en que lo acompañara, y la amable señora había dado en nuestro honor la fiesta de la que hablo. A mi modo de ver reunía todo el sabor y lo que cabe esperar de este tipo de actos; nunca había estado en la Nueva Inglaterra profunda durante aquella época del año. Había estado nevando todo el día y las conchestas de nieve nos llegaban a la rodilla. Me preguntaba cómo habían logrado llegar las señoras hasta la casa; pero deduje que precisamente eran aquellos rigores invernales los que hacían que una reunión que ofrecía el encanto de acoger a dos caballeros de Nueva York mereciese semejante esfuerzo desesperado.

Durante toda la velada, la señora Latouche me estuvo preguntando si «no quería» enseñar mis fotografías a algunas de las jóvenes. Las fotografías estaban en dos enormes cartapacios, y las había traído a casa su hijo, quien, como yo, acababa de llegar de Europa. Miré a mi alrededor y me sorprendió ver que la mayoría de las jóvenes tenían objetos de interés más absorbentes que el más vivido de mis heliograbados. Pero había una persona junto a la chimenea, sola, que contemplaba la habitación con una vaga sonrisita, con un discreto y velado anhelo que parecía, de alguna manera, contrastar con su aislamiento. La miré un momento y opté por ella.

—Me gustaría enseñárselas a aquella joven.

—Oh, sí —dijo la señora Latouche—, es la persona ideal. No le interesa coquetear: hablaré con ella.

Respondí que si no le interesaba coquetear tal vez no fuera la persona ideal; pero la señora Latouche ya había andado unos pasos hacia ella y se lo había propuesto.


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38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 98 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Daisy Miller

Henry James


Novela corta


I

En la pequeña ciudad suiza de Vevey hay un hotel extraordinariamente confortable, si bien es verdad que allí casi todos son buenos hoteles, ya que el negocio principal en esta región es el turismo. Muchos viajeros recordarán aún que nuestro hotel se halla situado al borde mismo de un renombrado lago azul, cuya visita es poco menos que obligatoria para todos los turistas. Por las orillas del lago se extiende, además, una ininterrumpida serie de albergues de diversas categorías que van desde el Gran Hotel, de nuevo estilo, fachada revocada de blanco, con un centenar de balcones y una docena de gallardetes flotando en su tejado, hasta la modesta pensión suiza, de típica fachada rústica, de madera, con el nombre escrito en caracteres góticos sobre un rótulo rojo o amarillo, fijado a una valla, y su correspondiente cenador de verano en el ángulo del jardín. Hay, sin embargo, un hotel en Vevey, famoso por su aire de lujo y seriedad, que lo distingue de sus empingorotados vecinos.

En el lugar descrito, durante el mes de junio, los viajeros norteamericanos son tan numerosos, que bien puede decirse que el hotel se transforma en un balneario norteamericano; hay citas, reuniones, ruidos que evocan una visión, un eco de Newport o de Saratoga. Por todas partes se tropieza con estilizadas jóvenes que caminan apresuradamente, crujen muselinas y sedas, suena por doquier, aun en las mañanas, música de baile, y un rumor de voces se escucha incesantemente.


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 105 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Alumno

Henry James


Novela corta


I

El pobre joven dudaba y no acababa de decidirse: le suponía un gran esfuerzo abordar el tema económico, hablar de dinero con una persona que sólo hablaba de sentimientos y, por así decirlo, de sentimientos elevados. Sin embargo, no quería despedirse, considerando cerrado su compromiso, sin que se echara una mirada más convencional en esa dirección, pues apenas permitía posibilidad alguna el modo en que planteaba el asunto la afable y corpulenta dama que se hallaba sentada ante él, manoseando unos estropeados guantes de ante con su enjoyada mano regordeta, estrujándolos y deslizándolos al mismo tiempo, y repitiendo una y otra vez toda clase de asuntos, excepto aquello que a él le hubiera gustado escuchar. Le hubiera gustado oír la cifra de su salario; pero justo en el mismo momento en que el joven, con nerviosismo, se disponía a hacer sonar esa nota, regresó el niño —a quien la señora Moreen había enviado fuera de la habitación a buscar su abanico. Volvió sin el abanico, limitándose a decir que no lo encontraba. Mientras soltaba esa cínica confesión, clavó con firmeza la mirada en el candidato a obtener el honor de ocuparse de su educación. Este pensó, con cierta preocupación, que lo primero que tendría que enseñarle a su pupilo sería cómo debía dirigirse a su madre —especialmente que no debía darle una respuesta tan inapropiada como aquélla.

Cuando la señora Moreen utilizó aquel pretexto para deshacerse de la compañía del niño, Pemberton supuso que lo hacía precisamente para abordar el delicado asunto de su remuneración. Pero lo había hecho tan sólo para comentar algunas cosas que a un niño de once años no le convenía escuchar. Elogió a su hijo exageradamente, exceptuando un momento en que bajó la voz hasta convertirla en un susurro, dándose al mismo tiempo golpecitos en la parte izquierda de su tórax:


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61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 130 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Americano

Henry James


Novela


CAPÍTULO I

Un radiante día de mayo, en el año 1868, un caballero se hallaba cómodamente recostado en el gran diván circular que por aquellos tiempos ocupaba la parte central del Salón Carré, en el Museo del Louvre. Esta conveniente otomana ya no está allí, para inmenso desconsuelo de todos los amantes de las bellas artes que tienen las rodillas débiles; pero el caballero en cuestión había tomado serena posesión de su punto más mullido y, con la cabeza inclinada hacia atrás y las piernas estiradas, contemplaba la bella Madonna de la luna, de Murillo, en profundo disfrute de su postura. Se había quitado el sombrero, y a su lado había dejado una pequeña guía roja y unos gemelos. El día era caluroso; la caminata le había sofocado, y se pasaba una y otra vez el pañuelo por la frente con gesto un tanto cansino. Y, sin embargo, evidentemente no se trataba de un hombre a quien la fatiga le fuese familiar; alto, delgado y musculoso, insinuaba esa clase de vigor que suele conocerse como «resistencia». Pero en este día concreto sus esfuerzos habían sido de un tipo inusitado, y a menudo había realizado grandes proezas físicas que le habían dejado menos exhausto que su tranquilo paseo por el Louvre. Había ido en busca de todos los cuadros que venían acompañados de un asterisco en las formidables páginas, de refinada impresión, de su Bädeker; había hecho un sobreesfuerzo de atención y los ojos se le habían ofuscado, y había tomado asiento con una jaqueca estética. Además, no sólo había mirado los cuadros, sino también todas las copias que se desarrollaban en torno a ellos a manos de las innumerables jóvenes de intachable compostura que se dedican, en Francia, a la difusión de las obras maestras; y, a decir verdad, con frecuencia había admirado la copia mucho más que el original.


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433 págs. / 12 horas, 37 minutos / 111 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

El Árbol de la Ciencia

Henry James


Cuento


I

Entre otras convicciones secretas, cual las que todos albergamos, Peter Brench estimaba como el más grande logro de su vida no haber emitido jamás un juicio comprometedor sobre la obra, como era denominada, de su amigo Morgan Mallow. En lo tocante a ella, según pensaba él honradamente, nadie podía, con veracidad, citar una sola opinión pronunciada por sus labios, y en ningún lado podía haber constancia de que, a ese mismo respecto, en ninguna ocasión ni tesitura alguna, hubiese mentido o hubiese proclamado la verdad. Semejante triunfo le parecía de relevancia capital aun siendo un hombre que había logrado otros triunfos: un hombre que había llegado a los cincuenta años, que había eludido el matrimonio, que había vivido sin dilapidar su fortuna, que desde muchos años atrás amaba a la señora Mallow sin decir palabra, y que, lo último en orden pero no en importancia, se había juzgado a sí mismo hasta los más íntimos recovecos. De hecho se había juzgado hasta tal punto que había sentenciado que la actitud que mejor le cuadraba era una gran humildad global; y, sin embargo, nada lo hacía tener mejor concepto de sí mismo que el recto rumbo que había logrado seguir pese a varios de los escollos precitados. De esta guisa, consideraba categóricamente un mérito que aquéllos de sus amigos en quienes más confianza tenía fueran precisamente aquéllos ante quienes guardaba la mayor reserva. Él no podía —al menos eso había decidido el excelente hombre— decirle a la señora Mallow que ella era la adorable causa única de su contumaz soltería; y tampoco decirle al marido que la visión de los innumerables mármoles que poblaban el taller de éste le causaba un sufrimiento cuya incisividad ni siquiera el tiempo había conseguido embotar.


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21 págs. / 37 minutos / 226 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Banco de la Desolación

Henry James


Novela corta


I

En su opinión, a lo largo de su última y desagradable charla, ella le había transmitido prácticamente la insinuación, la espantosa, brutal y vulgar amenaza, aunque, a pesar del valor y la confianza que le quedaban —confianza en lo que alegremente él hubiera llamado con un poco más de agresividad la fuerza de su posición—, había juzgado mejor no tomarlo en cuenta. Pero ahora no se trataba de no entender o de fingir que no entendía; las amenazadoras y repulsivas palabras que despiadadamente salían de sus labios, eran como dedos de una mano que ella se metiera en el bolsillo con el fin de extraer el monstruoso objeto que mejor sirviera para —¿cómo podría definirlo?— una declaración de guerra.

—Si dentro de tres días no he recibido una respuesta distinta por su parte, pondré el asunto en manos de mi abogado, a quien, por si le interesa saberlo, ya he visto. Presentaré una denuncia por «incumplimiento de promesa matrimonial» contra usted, Herbert Dodd, tan cierto como que me llamo Kate Cookham.


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65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 101 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Cerco de Londres

Henry James


Novela corta


Primera parte

I

La solemne cortina de terciopelo que constituía el telón de la Comédie Française había caído tras el primer acto de la obra y nuestros dos americanos habían aprovechado el intervalo para salir del enorme y caldeado teatro en compañía del resto de los ocupantes de las butacas. No obstante, fueron de los primeros en volver y dejaron correr el tiempo que les quedaba del entreacto observando la sala que había sido recientemente depurada de sus añejas telarañas y decorada con frescos ilustrativos del drama clásico. Durante el mes de septiembre, en el Théâtre de la Comédie Française, la afluencia de público es relativamente escasa y, en esta ocasión, el drama, L’Aventurière de Émile Augier, no tenía precisamente pretensión de novedad. Muchos de los palcos estaban vacíos, otros ocupados por personas de aspecto provinciano o trashumante. Dichos palcos estaban situados algo lejos de la escena, más bien a la altura de donde se hallaban nuestros espectadores, pero, incluso a cierta distancia, Rupert Waterville podía apreciar ciertos detalles. Se complacía en degustar los detalles y, siempre que iba al teatro, hacía uso de unos delicados pero potentes anteojos. Sabía que era un acto impropio de un hombre verdaderamente distinguido y que era una falta de consideración apuntar hacia una dama un instrumento que era tan sólo algo menos injurioso en sus efectos que una pistola de dos cañones; pero siempre le vencía la curiosidad. Además, estaba seguro de que, en aquel momento y en la representación de aquella antigualla, así le placía calificar la obra maestra de un académico, no podía ser visto por nadie que le conociera. Así pues, de pie, de espaldas al escenario, su mirada recorrió los palcos, mientras varias personas, no lejos de él, realizaban la misma operación, con aún mayor desparpajo.


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108 págs. / 3 horas, 10 minutos / 76 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Eco

Henry James


Novela


I

—Supongo que mi hija estará aquí —dijo el anciano, indicando el camino que llevaba al pequeño salon de lecture. No es que fuese de edad harto avanzada, pero así lo consideraba George Flack y, ciertamente, parecía más viejo de lo que era. George Flack lo había encontrado sentado en el patio del hotel (se sentaba a menudo en el patio del hotel), y, tras acercarse a él con su característica llaneza, le había preguntado por la señorita Francina. El pobre señor Dosson se había aprestado con suma docilidad a atender al joven: levantándose como si fuera la cosa más normal del mundo, se había abierto camino a través del patio para anunciar al personaje en cuestión que tenía visita. Ofrecía un aspecto sumiso, casi servil, mientras en su búsqueda precedía al visitante estirando la cabeza; pero no era propio del señor Flack advertir este tipo de cosas. Aceptaba los buenos oficios del anciano como habría aceptado los de un camarero, sin el menor murmullo de protesta, con el fin de dar a entender que había venido a verle también a él. Un observador de estas dos personas se habría convencido de que la medida en que al señor Dosson se le antojaba natural que alguien quisiera ver a su hija sólo era igualada por la medida en que al joven se le antojaba natural que su padre tuviese que ir a buscarla. A la entrada del salon de lecture había un cortinaje superfluo que el señor Dosson retiró mientras George Flack entraba tras él.


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174 págs. / 5 horas, 5 minutos / 212 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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