I
—¡Pero tú estás mal de la cabeza! —clamó Spencer
Coyle mientras el joven lívido que tenía enfrente, un poco jadeante,
repetía: «Francamente, lo tengo decidido» y «Le aseguro que lo he
pensado bien». Los dos estaban pálidos, pero Owen Wingrave sonreía de un
modo exasperante para su supervisor, quien aun así distinguía lo
bastante para advertir en aquella mueca— era como una irrisión
intempestiva —el resultado de un nerviosismo extremo y comprensible.
—No digo que llegar tan lejos no haya sido un error; pero
precisamente por eso me parece que no debo dar un paso más —dijo el
pobre Owen, esperando mecánicamente, casi humildemente— no quería
mostrarse jactancioso, ni de hecho podía jactarse de nada, —y llevando
al otro lado de la ventana, a las estúpidas casas de enfrente, el brillo
seco de sus ojos.
—No sabes qué disgusto me das. Me has puesto enfermo —y, en efecto, el señor Coyle parecía abatidísimo.
—Lo lamento mucho. Si no se lo he dicho antes ha sido porque temía el efecto que iba a causarle.
—Tenías que habérmelo dicho hace tres meses. ¿Es que no sabes lo que quieres de un día al siguiente? —demandó el hombre mayor.
El joven se contuvo por un momento; luego alegó con voz temblorosa:
«Está usted muy enfadado conmigo, y me lo esperaba. Le estoy enormemente
reconocido por todo lo que ha hecho por mí, yo haría por usted
cualquier cosa a cambio, pero eso no lo puedo hacer, ya sé que todos los
demás me van a poner como un trapo. Estoy preparado…, estoy preparado
para lo que sea. Eso es lo que me ha llevado cierto tiempo: asegurarme
de que lo estaba. Creo que su disgusto es lo que más siento y lo que más
lamento. Pero poco a poco se le pasará —remató Owen.
Información texto 'Owen Wingrave'