Libro primero. El Príncipe
Primera parte
Capítulo I
Cuando pensaba en ello,
el Príncipe se daba cuenta de que Londres siempre le había gustado. El
Príncipe era uno de esos romanos modernos que encuentran junto a las
orillas del Támesis una imagen más convincente de la fidelidad del
antiguo estado que la que habían dejado junto a las orillas del Tíber.
Formado en la leyenda de aquella ciudad a la que el mundo entero rendía
tributo, veía en el actual Londres, mucho más que en la contemporánea
Roma, la verdadera dimensión del concepto de Estado. Se decía el
Príncipe que, si se trataba de una cuestión de Imperium, y si
uno quería, como romano, recobrar un poco ese sentido, el lugar al que
debía ir era al Puente de Londres y, mejor aún, si era en una hermosa
tarde de mayo, al Hyde Park Corner. Sin embargo, a ninguno de estos dos
lugares, al parecer centros de su predilección, había guiado sus pasos
en el momento en que le encontramos, sino que había ido a parar, lisa y
llanamente, a Bond Street, en donde su imaginación, propicia ahora a
ejercicios de alcance relativamente corto, le inducía a detenerse de vez
en cuando ante los escaparates en los que se exhibían objetos pesados y
macizos, en oro y plata, en formas aptas para llevar piedras preciosas o
en cuero, hierro, bronce, destinados a cien usos y abusos, tan
apretados como si fueran, en su imperial insolencia, el botín de
victorias alcanzadas en lejanos pagos. Sin embargo, los movimientos del
joven Príncipe en manera alguna revelaban atención, ni siquiera cuando
se detenía al vislumbrar algunos rostros que pasaban por la calle junto a
él bajo la sombra de grandes sombreros con cintajos, u otros todavía
más delicadamente matizados por las tensas sombrillas de seda,
sostenidas de manera que quedaban con una intencionada inclinación, casi
perversa, en los coches del tipo victoria que esperaban junto a la
acera.
Información texto 'La Copa Dorada'