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autor: Henry James textos no disponibles


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Los Tesoros de Poynton

Henry James


Novela


Prefacio

Fue hace años, me acuerdo, una Nochebuena mientras cenaba yo con unos amigos: en el decurso de la conversación una dama sentada a mi lado realizó una de esas alusiones que siempre he identificado al punto como «gérmenes». El germen, recogido dondequiera, ha sido siempre en mi caso el germen de una «historia», y en su mayoría las historias que han cobrado forma bajo mi mano han brotado de una semilla pequeña y única, una semilla tan menuda y traída por el viento como aquella insinuación casual que para Los tesoros de Poynton dejara caer inintencionadamente mi vecina, una simple partícula flotante en el curso de la charla. Lo que sobre todo retorna a mí al evocar esto es la conciencia de la inveterada menudez, en tales ocasiones felices, de la partícula preciosa… una vez reducida, es decir, a su mera esencia fructífera. He aquí la interesante verdad sobre la insinuación perdida, la palabra errabunda, el vago eco, ante cuyo contacto se estremece la imaginación del novelista como ante el pinchazo de alguna punta afilada: su virtud reside toda en su cualidad de ser como una aguja, la capacidad de penetrar lo más finamente posible. Dicha finura es lo que inocula el virus de la sugerencia, y sobrepasar la dosis mínima echa a perder la operación. Si a uno le dan mínimamente aposta una sugerencia, seguro que habrán de darle demasiada; el tema que uno precisa está en el grano más simple, la pizca de verdad, de belleza, de realidad, apenas visible para el ojo común; ya que, con firmeza lo sostengo, un buen ojo para un tema es todo menos corriente. Es extraña y llamativa, sin lugar a dudas, esa inevitabilidad con que lo que en primer término hay que hacer con la idea comunicada y atrapada es reducir prácticamente a la nada la presentación, ese aire como de mero revoltijo de vida descoyuntado y lacerado, bajo la que hayamos tenido la ventura de encontrárnosla.


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269 págs. / 7 horas, 51 minutos / 71 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Papeles de Aspen

Henry James


Novela corta


I

Había llegado yo a tener confianza con la señora Prest; en realidad, bien poco habría avanzado yo sin ella, pues la idea fructífera, en todo el asunto, cayó de sus amistosos labios. Fue ella quien inventó el atajo, quien cortó el nudo gordiano. No se supone que sea propio de la naturaleza de las mujeres el elevarse, por lo general, al punto de vista más amplio y más liberal, quiero decir, en un proyecto práctico; pero algunas veces me ha impresionado que lancen con singular serenidad una idea atrevida, a la que no se habría elevado ningún hombre. «Sencillamente, pídales que le acepten a usted en plan de huésped.» No creo que yo, sin ayuda, me habría elevado a eso. Yo andaba dando vueltas al asunto, tratando de ser ingenioso, preguntándome por qué combinación de artes podría llegar a trabar conocimiento, cuando ella ofreció esta feliz sugerencia de que el modo de llegar a ser un conocido era primero llegar a ser un residente. Su conocimiento efectivo de las señoritas Bordereau era apenas mayor que el mío, y, de hecho, yo había traído conmigo de Inglaterra algunos datos concretos que eran nuevos para ella. Ese apellido se había enredado hacía mucho tiempo con uno de los más grandes apellidos del siglo, y ahora vivían en Venecia en la oscuridad, con medios muy reducidos, sin ser visitadas, inabordables, en un destartalado palacio viejo de un canal a trasmano: ésa era la sustancia de la impresión que mi amiga tenía de ellas. Ella misma llevaba quince años establecida en Venecia y había hecho mucho bien allí, pero el círculo de su benevolencia no incluía a las dos americanas, hurañas, misteriosas, y, no sé por qué, se suponía que no muy respetables (se creía que en su largo exilio habían perdido toda cualidad nacional, además de que, como implicaba su apellido, tenían alguna vena francesa en su origen); personas que no pedían favores ni deseaban atención.


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119 págs. / 3 horas, 28 minutos / 93 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Matrimonios

Henry James


Novela corta


Capítulo 1

—¿Por qué no se quedan un ratito más? —Preguntó la anfitriona mientras sujetaba la mano de la muchacha y sonreía.

—Es absurdo marcharse tan pronto.—Mrs Churchley inclinó la cabeza hacia un lado con apariencia refinada; blandía sobre su cara, de un modo vagamente protector, un enorme abanico de plumas rojas. Para Adela Chart, todo en la constitución de su anfitriona era enorme. Tenía los ojos grandes, los dientes grandes, los hombros grandes, las manos grandes, los anillos y pulseras grandes, las joyas grandes de todo tipo y en gran cantidad. La cola de su vestido carmesí era más larga que cualquier otra; su casa era enorme; su salón, especialmente ahora que los invitados se habían marchado, parecía inmenso, y ofrecía a los ojos de la chica una colección de los más grandes sofás, sillas, cuadros, espejos y relojes que jamás hubiese visto. ¿Sería igualmente enorme la fortuna de Mrs Churchley, para justificar tanta inmensidad? Al respecto nada sabía Adela, pero decidió, mientras devolvía dulcemente la sonrisa a la anfitriona, que debía averiguarlo. Mrs Churchley tenía al menos un gran carruaje tirado por los más altos caballos, y en el Rotten Row se dejaba ver encaramada a lomos de un vigoroso cazador. Ella misma era alta y abundante, aunque no exactamente gorda; tenía los huesos grandes, las pantorrillas largas y la voz estridente y apremiante como la campana de un barco de vapor. Mientras hablaba con Adela, parecía esconderse con cierta timidez del Coronel Chart tras el amplio abanico de avestruz. Pero el Coronel Chart no era un hombre al que se pudiera ignorar o evitar.

—Claro, la gente debe pasar a otros asuntos —dijo el Coronel.— Supongo que hay muchas cosas por ahí esta noche.

—¿Y dónde va usted? —preguntó Mrs Churchley, dejando caer el abanico y posando su brillante y dura mirada sobre el Coronel.


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87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 57 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Los Amigos de los Amigos

Henry James


Cuento


Encuentro, como profetizaste, mucho de interesante, pero poco de utilidad para la cuestión delicada —la posibilidad de publicación. Los diarios de esta mujer son menos sistemáticos de lo que yo esperaba; no tenía más que la bendita costumbre de anotar y narrar. Resumía, guardaba; parece como si pocas veces dejara pasar una buena historia sin atraparla al vuelo. Me refiero, claro está, más que a las cosas que oía, a las que veía y sentía. Unas veces escribe sobre sí misma, otras sobre otros, otras sobre la combinación. Lo incluido bajo esta última rúbrica es lo que suele ser más gráfico. Pero, como comprenderás, no siempre lo más gráfico es lo más publicable. La verdad es que es tremendamente indiscreta, o por lo menos tiene todos los materiales que harían falta para que yo lo fuera. Observa como ejemplo este fragmento que te mando después de dividirlo, para tu comodidad, en varios capítulos cortos. Es el contenido de un cuaderno de pocas hojas que he hecho copiar, que tiene el valor de ser más o menos una cosa redonda, una suma inteligible. Es evidente que estas páginas datan de hace bastantes años. He leído con la mayor curiosidad lo que tan circunstanciadamente exponen, y he hecho todo lo posible por digerir el prodigio que dejan deducir. Serían cosas llamativas, ¿no es cierto?, para cualquier lector; pero ¿te imaginas siquiera que yo pusiera semejante documento a la vista del mundo, aunque ella misma, como si quisiera hacerle al mundo ese regalo, no diera a sus amigos nombres ni iniciales? ¿Tienes tú alguna pista sobre su identidad? Le cedo la palabra.


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34 págs. / 1 hora / 67 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Lo que Maisie Sabía

Henry James


Novela


PREFACIO DEL AUTOR

Encuentro de nuevo, en el primero de estos tres Relatos, otro ejemplo más del crecimiento de un «gran roble» a partir de una minúscula bellota; pues Lo que Maisie sabía es cuando menos el caso de un árbol que se desarrolla por encima de cualquier previsión que su pequeña simiente hubiese podido parecer autorizar en un primer examen. Me había sido narrado casualmente el modo en que la situación del infortunado pequeño vástago de un matrimonio divorciado había sido afectada, bajo la mirada de mi informante, por el nuevo casamiento de uno de sus progenitores (cuál de ellos, no lo recuerdo); de manera que, a causa del poco entusiasmo por la compañía de la pequeña criatura expresado por el nuevo cónyuge de dicho progenitor, no podía ser llevada a término con facilidad la ley que regía su infantil existencia, consistente en que debía vivir alternativamente una temporada con su padre y otra con su madre. Aun cuando en un principio cada miembro de la desunida pareja había deseado vengativamente impedirle a su retoño cualquier relación con el otro, ahora el progenitor nuevamente desposado buscaba más bien desembarazarse de él: es decir, dejarlo tanto como fuera posible, y excediéndose de las fechas y plazos estipulados, al cargo del adversario; incumplimiento éste que, tomado por el adversario como prueba de mala intención, naturalmente era compensado y vengado mediante una perfidia equivalente. El desdichado infante se había encontrado, así, prácticamente repudiado, rebotando de raqueta a raqueta cual una pelota de tenis o un volante. Este pequeño personaje no podía menos que incidir hasta lo más profundo sobre la sensibilidad y aparecérsele a quien esto escribe como punto de partida de una narración: una narración que demandaba una buena dosis de desarrollos.


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375 págs. / 10 horas, 57 minutos / 187 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Lo Mejor de Todo

Henry James


Cuento


I

Cuando después de la muerte de Ashton Doyne —sólo tres meses después— le hicieron a George Withermore eso que suele llamarse una proposición, con respecto a un «volumen», la comunicación le llegó directamente de sus editores, que habían sido también, y la verdad es que mucho más, los del propio Doyne; pero no le sorprendió saber, al celebrarse la entrevista que luego le propusieron, que habían recibido algunas presiones por parte de la viuda de su cliente en cuanto a la publicación de una Vida. Las relaciones de Doyne con su mujer, por lo que sabía Withermore, habían sido un capítulo muy especial, que de paso podría ser también un capítulo muy delicado para el biógrafo; pero, desde los primeros días de su desgracia, había podido apreciarse por parte de la viuda un sentimiento de lo que había perdido, y hasta de lo que había faltado, del que un observador un poco iniciado bien podía esperar que se derivara una actitud de reparación, un apoyo, incluso exagerado, en favor de un nombre distinguido. George Withermore tenía la impresión de estar iniciado; pero lo que no esperaba era oír que le había mencionado a él como la persona en cuyas manos depositaría con más confianza los materiales para el libro.


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16 págs. / 29 minutos / 160 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Lo Auténtico

Henry James


Cuento


I

Cuando la mujer del portero, que solía abrir la puerta tras sonar el timbre, anunció «un caballero; con una dama, señor», imaginé inmediatamente, como acostumbraba a ocurrirme en esa época —pues el deseo engendraba ese pensamiento— que era una pareja de modelos. Y modelos resultaron ser mis visitantes, aunque no en el sentido que yo habría preferido. Al principio, sin embargo, nada indicaba que no vinieran con la intención de hacerse un retrato. El caballero, un hombre de cincuenta años, muy alto y muy erguido, y con un bigote ligeramente canoso, vestía un abrigo gris oscuro que le sentaba admirablemente. Me fijé en los dos como profesional (no me refiero a que fuera barbero ni sastre), y el caballero me habría impresionado como una celebridad, si las celebridades me impresionaran. Desde hacía algún tiempo, estaba convencido de que una persona con mucha fachada casi nunca era, llamémoslo así, una institución pública. Una mirada a la dama me sirvió para recordar esta ley paradójica: también ella tenía un aspecto demasiado distinguido como para ser «una personalidad». Sería muy raro, además, encontrarse con dos excepciones a la regla a la vez.


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34 págs. / 59 minutos / 80 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Las Bostonianas

Henry James


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—Olive bajará dentro de unos diez minutos; me pidió que se lo dijera. Unos diez minutos: esa es Olive. Ni cinco ni quince, pero tampoco diez exactamente, sino más bien nueve u once. No me pidió que le dijera que se siente feliz de verlo, porque no sabe si lo está o no, y por nada del mundo se expondría a decir algo impreciso. Si hay alguien honesto esa es Olive Chancellor; es la rectitud en persona. Nadie dice nada impreciso en Boston; la verdad es que no sé cómo tratar a esta gente. Bien, de cualquier manera estoy muy contenta de verlo.

Estas palabras fueron pronunciadas con aire voluble por una mujer rubia, regordeta y sonriente que entró en una angosta sala en la que un visitante que aguardaba desde hacía algunos minutos se encontraba inmerso en la lectura de un libro. El caballero no había siquiera necesitado sentarse para comenzar a interesarse en la lectura; al parecer había tomado el volumen de una mesa tan pronto como llegó, y, manteniéndose de pie, después de una sola mirada al apartamento, se había sumido en sus páginas. Puso a un lado el libro al acercarse la señora Luna, sonrió, le estrechó la mano y dijo como respuesta al último comentario de la dama:

—Usted ha sugerido que dice mentiras. Tal vez esa sea una.

—Oh, no, no hay de qué maravillarse en que me alegre su visita —respondió la señora Luna— si le digo que he pasado ya tres largas semanas en esta ciudad donde nadie miente.

—Sus palabras no me parecen demasiado elogiosas —dijo el joven—. Yo no pretendo mentir.

—Oh, cielos, ¿cuál es la ventaja entonces de ser un sureño? —preguntó la dama—. Olive me ha encargado de decirle que espera que se quede usted a comer. Y si lo ha dicho es que verdaderamente lo espera. Está dispuesta a correr el riesgo.

—¿Tal como estoy? —preguntó el visitante, adoptando un aspecto más bien humilde.


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534 págs. / 15 horas, 36 minutos / 700 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Alas de la Paloma

Henry James


Novela


Volumen I

Libro I

I

Aguardaba, Kate Croy, a que entrara su padre, pero la estaba haciendo esperar sin la menor consideración, y a veces veía, reflejado en el espejo de la chimenea, un rostro decididamente pálido por el enfado que la había llevado casi al punto de marcharse sin verle. No obstante, fue precisamente al llegar a ese punto cuando decidió quedarse; se cambió de sitio y fue del sofá raído hasta el sillón con brillos en la tapicería que sólo con tocarla producía —lo había comprobado— una sensación pegajosa y resbaladiza. Había contemplado las estampas amarillentas de las paredes y la revista solitaria de hacía más de un año, que contribuía, junto con la lamparita de pantalla coloreada y un tapete blanco no demasiado limpio, a exagerar el efecto del mantel púrpura que había sobre la mesa; sobre todo había salido de vez en cuando al balconcillo al que daban acceso dos altas cristaleras. Desde esa perspectiva, aquel callejón vulgar ofrecía un parco consuelo a la salita no menos vulgar; su principal función era recordarle que las estrechas y ennegrecidas fachadas principales, ajustadas a unos esquemas que habrían parecido poca cosa incluso en la parte de atrás de un edificio, constituían la cara pública presagiada por tales intimidades. Uno las intuía en aquel cuarto exactamente igual que intuía otras cien salitas iguales o peores desde la calle. Cada vez que volvía a entrar, cada vez que, llevada por su impaciencia, estaba a punto de marcharse, era para sumirse en un abismo más profundo, mientras saboreaba la vaga e insulsa emanación de las cosas, el fracaso de la fortuna y el honor. En realidad, si seguía esperando era, en cierto sentido, para no añadir, a todas las demás vergüenzas, la vergüenza del miedo, del fracaso individual y personal.


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Protegido por copyright
567 págs. / 16 horas, 33 minutos / 742 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Lady Barberina

Henry James


Novela corta


1

Es bien sabido que existen pocas vistas en el mundo más grandiosas que las avenidas principales de Hyde Park en una bonita tarde de junio. En eso se encontraban completamente de acuerdo dos personas que, un hermoso día de comienzos de ese mes, hace ahora cuatro años, se habían situado bajo los grandes árboles en un par de sillas de hierro (esas grandes con brazos por las que, si no me equivoco, hay que pagar dos peniques) y permanecían allí sentados, dejando a su espalda la lenta procesión del Drive y volviendo el rostro hacia el Row, que estaba mucho más animado. Estaban perdidos entre la multitud de observadores, y pertenecían, al menos aparentemente, a esa clase de personas que, donde quiera que se hallen, tienden a encontrarse más entre los observadores que entre los observados. Eran tranquilos, sencillos, de edad avanzada y de aspecto neutro; resultaban agradables a todo aquel al que no le pasaran completamente desapercibidos. Y sin embargo, de entre toda aquella brillante concurrencia, es en ellos, por oscuros que parezcan, en quienes vamos a fijar nuestra atención. Le ruego al lector que tenga un poco de confianza; no que realice excesivas concesiones. En el rostro de nuestros amigos había algo que indicaba que estaban envejeciendo juntos, y que gustaban de su mutua compañía lo bastante para no poner objeciones. El lector habrá adivinado que eran marido y mujer; y puede que también, al mismo tiempo, haya adivinado que pertenecían a esa nacionalidad que tanto abunda en Hyde Park en el apogeo de la temporada. Eran extraños familiares, por decirlo de alguna manera; y personas que resultaran tan enteradas y al mismo tiempo tan alejadas, solo podían ser americanas. Naturalmente, esta reflexión uno solo podía hacerla al cabo de un rato, pues hay que admitir que ostentaban escasos signos patrióticos.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 76 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

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