Textos más populares este mes de Henry James no disponibles | pág. 2

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La Protesta

Henry James


Novela


Libro primero

I

No, señor —respondió Banks—. Aún no ha llegado ningún visitante, pero veré si ha entrado alguien… o quién ha entrado. —Sin embargo, mientras hablaba, vio a Lady Sandgate aproximarse al vestíbulo por la entrada que daba a la terraza principal, y se dirigió hacia ella en el momento en que franqueaba el umbral—. Lord John, la señora. —Dicho esto, y habiendo desempeñado su cometido de forma majestuosa, se alejó en dirección a la pieza desde la que había hecho pasar a la visita, y por la cual se accedía al amplio espacio central de la mansión.


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202 págs. / 5 horas, 54 minutos / 70 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Cerco de Londres

Henry James


Novela corta


Primera parte

I

La solemne cortina de terciopelo que constituía el telón de la Comédie Française había caído tras el primer acto de la obra y nuestros dos americanos habían aprovechado el intervalo para salir del enorme y caldeado teatro en compañía del resto de los ocupantes de las butacas. No obstante, fueron de los primeros en volver y dejaron correr el tiempo que les quedaba del entreacto observando la sala que había sido recientemente depurada de sus añejas telarañas y decorada con frescos ilustrativos del drama clásico. Durante el mes de septiembre, en el Théâtre de la Comédie Française, la afluencia de público es relativamente escasa y, en esta ocasión, el drama, L’Aventurière de Émile Augier, no tenía precisamente pretensión de novedad. Muchos de los palcos estaban vacíos, otros ocupados por personas de aspecto provinciano o trashumante. Dichos palcos estaban situados algo lejos de la escena, más bien a la altura de donde se hallaban nuestros espectadores, pero, incluso a cierta distancia, Rupert Waterville podía apreciar ciertos detalles. Se complacía en degustar los detalles y, siempre que iba al teatro, hacía uso de unos delicados pero potentes anteojos. Sabía que era un acto impropio de un hombre verdaderamente distinguido y que era una falta de consideración apuntar hacia una dama un instrumento que era tan sólo algo menos injurioso en sus efectos que una pistola de dos cañones; pero siempre le vencía la curiosidad. Además, estaba seguro de que, en aquel momento y en la representación de aquella antigualla, así le placía calificar la obra maestra de un académico, no podía ser visto por nadie que le conociera. Así pues, de pie, de espaldas al escenario, su mirada recorrió los palcos, mientras varias personas, no lejos de él, realizaban la misma operación, con aún mayor desparpajo.


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108 págs. / 3 horas, 10 minutos / 78 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Madona del Futuro

Henry James


Cuento


Nos hallábamos conversando sobre artistas con una sola obra maestra en su haber: pintores y poetas que sólo una vez en sus vidas habían sido agraciados por la inspiración divina, que sólo una vez habían accedido al elevado peldaño de la sublimidad.

Nuestro anfitrión nos había estado mostrando una encantadora pintura de gabinete, el nombre de cuyo autor nos era desconocido: alguien, por lo visto, que, tras esforzarse un tiempo por alcanzar el éxito, se había, en apariencia, dejado vencer por el fatal sino de la mediocridad.

Mantuvimos un breve debate sobre lo frecuente del fenómeno, durante el cual observé a H, quien, sentado en silencio mientras terminaba de consumir su cigarro con aire meditativo, al contemplar la pintura que nos habíamos ido pasando alrededor de la mesa, dijo, finalmente:

—No sé hasta qué punto el caso es frecuente, pero conocí a un pobre tipo que llegó a elucubrar esa gran obra maestra sin —y aquí esbozó una leve sonrisa— lograr llevarla a cabo. Apostó por la fama, pero finalmente dejó que se le escapara.


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 76 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Leyenda de Ciertas Ropas Antiguas

Henry James


Cuento


I

Hacia mediados del siglo XVIII vivía en la provincia de Massachusetts una dama viuda, madre de tres hijos. Su nombre es lo de menos; me tomaré la libertad de llamarla señora Willoughby: un apellido, como el suyo auténtico, de sonido altamente respetable. Había perdido a su marido tras unos seis años de matrimonio y se había consagrado al cuidado de su progenie. Su progenie se desarrolló de un modo que recompensó su tierno cariño y cumplió sus más elevadas esperanzas. El primogénito era un varón, a quien había puesto el nombre de Bernard, el mismo del padre. Los otros dos eran niñas, entre cuyos respectivos nacimientos había mediado un intervalo de tres años. La buena apariencia era tradicional en la familia, y no parecía probable que estas infantiles personas fueran a permitir que la tradición pereciera. El muchacho era de esa tez rubia y sonrosada y de esa complexión atlética que en aquel tiempo (al igual que en éste) era marchamo de genuina sangre inglesa: un afectuoso jovencito sincero, estupendo hijo y hermano, y amigo leal. Listo, empero, no era: la inteligencia de la familia había recaído principalmente en sus hermanas. El señor Willoughby había sido un gran lector de Shakespeare, en un tiempo en que semejante afición implicaba mayor penetración espiritual que en nuestros días y en una comunidad donde hacía falta mucho valor para patrocinar el teatro incluso en privado; y había querido dejar constancia de su admiración por el gran poeta poniéndoles a sus hijas nombres sacados de sus obras favoritas. A la mayor le dio el encantador nombre de Viola; y a la menor, el más serio de Perdita, en recuerdo de otra niña nacida entre las dos pero que sólo vivió unas semanas.


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25 págs. / 45 minutos / 125 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Figura en el Tapiz

Henry James


Cuento


I

He hecho unas pocas cosas y ganado un poco de dinero. Quizás incluso haya tenido tiempo para empezar a pensar que soy mejor de lo que podrían sugerir los beneficios que recibo, pero cuando estimo el alcance de mi pequeña carrera (un hábito apresurado, pues de ninguna manera ha terminado) sitúo mi verdadero punto de partida en la noche en que George Corvick, sin aliento y afligido, vino a pedirme un favor. El había hecho más cosas que yo, y ganado más dinero, aunque había oportunidades para la inteligencia que, según mi opinión, a veces desaprovechaba.


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48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 107 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Retrato de una Dama

Henry James


Novela


1

Era la hora dedicada a la ceremonia del té de la tarde y sabido es que, en determinadas circunstancias, hay en la vida muy pocas horas que puedan compararse a ésa por el agrado y atractivo que ofrece a quienes saben disfrutarla. Hay momentos en los cuales, se tome o no se tome té —cosa que, desde luego, algunos no hacen jamás—, la situación constituye por sí misma una verdadera delicia. Las personas que están presentes en mi imaginación al intentar escribir la primera página de esta sencilla historia ofrecían a la vista un cuadro admirablemente ilustrador del disfrute de tan inocente pasatiempo. Los utensilios de ágape tan parco e íntimo se hallaban dispuestos sobre el tierno césped de una antigua casa de campo inglesa durante una hora que yo calificaría de momento supremo de una espléndida tarde de verano. Se había desvanecido parte de dicha tarde, pero aún quedaba de ella bastante, que era precisamente su parte de más bella y extraordinaria calidad. Faltaban todavía algunas horas para el verdadero atardecer, mas el torrente de intensa luz de verano había empezado ya a decrecer, se había vuelto más suave el aire, y las sombras, como desperezándose, se iban estirando poco a poco sobre la tupida y tierna hierba. Era, como decimos, pausado su alargamiento, y el escenario de la naturaleza contribuía a favorecer el nacimiento de ese estado de ánimo, de solaz y abandono, que constituye la fuente principal de placer en semejante actividad y a semejante hora. Puede decirse que el intervalo de tiempo comprendido entre las cinco y las ocho de la tarde de un día estival es a veces una pequeña eternidad; mas en momentos como éste cabe afirmar que es y no puede ser más que una eternidad de placer. Los participantes en la misma parecían estar disfrutando tranquilamente de él, y, por añadidura, no eran de los pertenecientes al sexo que se supone proporciona el mayor número de adeptos a tales ceremonias.


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786 págs. / 22 horas, 56 minutos / 1.296 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Musa Trágica

Henry James


Novela


1

Las gentes de Francia nunca han ocultado que las de Inglaterra, hablando en general, son, a su modo de ver, una raza inexpresiva y taciturna, perpendicular e insociable, poco aficionada a cubrir cualquier sequedad de trato mediante recamados verbales o de otra clase. Es probable que esta impresión pareciera respaldada, hace unos años, en París, debido al modo en que cuatro personas se hallaban sentadas juntas en silencio, un buen día cerca de las doce de la mañana, en el jardín, como se lo denomina, del Palais de l’Industrie: el patio central del gran bazar acristalado, donde entre plantas y parterres, senderos de grava y fuentes sutiles, se alinean las figuras y los grupos, los monumentos y los bustos, que forman la sección de escultura en la exposición anual del Salón. El espíritu de observación se pone automáticamente en el Salón muy alerta, estimulado por un millar de detalles llamativos angélicos o desangelados, mas no habría hecho falta ninguna tensión especial del sentido de la vista para percatarse de las características de las cuatro personas en cuestión. Como reclamo para el ojo por méritos propios, también ellos constituían un hecho artístico logrado; y hasta el más superficial de los observadores los habría catalogado como creaciones notables de una vecindad insular, representantes de esa clase impecable e impermeable con la cual, en las ocasiones repetidas en que los ingleses salen de vacaciones (Navidad y Pascua de Resurrección, Pentecostés y el otoño), París se ve rociada entera en el plazo de una noche. Había en ellos con plenitud el indefinible aspecto característico del viajero británico en el extranjero: ese aire de preparación a correr riesgos, materiales y morales, tan extrañamente combinada con una serena demostración de seguridad y perseverancia, el cual aire despierta, según la susceptibilidad de cada cual, la ira o la admiración de las comunidades extranjeras.


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755 págs. / 22 horas, 2 minutos / 100 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Copa Dorada

Henry James


Novela


Libro primero. El Príncipe

Primera parte

Capítulo I

Cuando pensaba en ello, el Príncipe se daba cuenta de que Londres siempre le había gustado. El Príncipe era uno de esos romanos modernos que encuentran junto a las orillas del Támesis una imagen más convincente de la fidelidad del antiguo estado que la que habían dejado junto a las orillas del Tíber. Formado en la leyenda de aquella ciudad a la que el mundo entero rendía tributo, veía en el actual Londres, mucho más que en la contemporánea Roma, la verdadera dimensión del concepto de Estado. Se decía el Príncipe que, si se trataba de una cuestión de Imperium, y si uno quería, como romano, recobrar un poco ese sentido, el lugar al que debía ir era al Puente de Londres y, mejor aún, si era en una hermosa tarde de mayo, al Hyde Park Corner. Sin embargo, a ninguno de estos dos lugares, al parecer centros de su predilección, había guiado sus pasos en el momento en que le encontramos, sino que había ido a parar, lisa y llanamente, a Bond Street, en donde su imaginación, propicia ahora a ejercicios de alcance relativamente corto, le inducía a detenerse de vez en cuando ante los escaparates en los que se exhibían objetos pesados y macizos, en oro y plata, en formas aptas para llevar piedras preciosas o en cuero, hierro, bronce, destinados a cien usos y abusos, tan apretados como si fueran, en su imperial insolencia, el botín de victorias alcanzadas en lejanos pagos. Sin embargo, los movimientos del joven Príncipe en manera alguna revelaban atención, ni siquiera cuando se detenía al vislumbrar algunos rostros que pasaban por la calle junto a él bajo la sombra de grandes sombreros con cintajos, u otros todavía más delicadamente matizados por las tensas sombrillas de seda, sostenidas de manera que quedaban con una intencionada inclinación, casi perversa, en los coches del tipo victoria que esperaban junto a la acera.


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Protegido por copyright
750 págs. / 21 horas, 53 minutos / 320 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Princesa Casamassima

Henry James


Novela


Prólogo

Creo que la forma más sencilla de explicar el origen de La princesa Casamassima es decir que la novela nació directamente del interés y la costumbre de pasear por la calle durante el primer año de una larga estancia en Londres. Andaba mucho, como ejercicio, por diversión, para aprender, y sobre todo volvía siempre andando cuando cenaba fuera de casa, caso mucho más frecuente que lo contrario; y como hacer eso significaba recibir muchas impresiones, éstas se agitaban y buscaban una salida, de forma que al cabo de algún tiempo había nacido el libro. Puedo afirmar que, cuando echo la vista atrás, la exploración atenta de Londres, el asalto directo que la gran ciudad lleva a cabo sobre una imaginación predispuesta a reaccionar, explica plenamente una gran parte de la obra. Hay otro elemento secundario que tiene su origen en una fuente distinta, y del que ahora hablaré, pero la idea primera fue, sin duda alguna, el fruto rotundo y maduro de andar por las calles. Claro que uno andaba con los ojos abiertos de par en par, y me apresuro a decir que semejante costumbre, mantenida durante mucho tiempo y en recorridos considerables, llega a provocar una solicitación mística, una urgente llamada de todas las cosas a ser interpretadas y, en la medida de lo posible, reproducidas. «Argumentos» y situaciones, carácter e historia, la tragedia y la comedia de la vida son cosas que, en tales condiciones, parecen mascarse punzantes en el aire; y para una mente que sienta curiosidad ante la escena humana, sus significados y revelaciones, la gran Babilonia gris se transforma fácilmente en un jardín cuajado de inmensa e ilustrativa flora. Historias posibles, figuras presentables se levantan mientras el observador se mueve en la espesa selva, aletean como la caza espantada y, antes de que se dé cuenta, él mismo necesita protegerse del roce de importunas alas.


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670 págs. / 19 horas, 33 minutos / 168 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Roderick Hudson

Henry James


Novela


Prefacio

Comencé a escribir Roderick Hudson durante la primavera de 1874 en Florencia, y la concebí al principio para ser publicada por entregas en el Atlantic Monthly, donde se estrenó en enero de 1875, y continuó durante el resto del año. Cedo al placer de consignar estas circunstancias, al igual que haré con otras, como he cedido a la necesidad de volver a este libro después de un cuarto de siglo. Este resurgir de una casi extinta relación con una obra temprana puede producir a menudo en el artista, creo yo, más sensaciones de interés y de emoción de las que él puede expresar con facilidad, y, sin embargo, no alumbrará en lo más mínimo, a sus ojos, aquel velado rostro de su musa que él se siente condenado a estudiar en todo momento y con un anhelo absoluto. El arte de la representación está repleto de interrogantes cuyos mismos términos son difíciles de aplicar y de valorar; pero independientemente de que la hagan ardua, también la hacen, para nuestro alivio, infinita, provocando que la práctica de la representación —con la experiencia— nos vaya rodeando de un círculo que se ensancha, y no lo contrario. De ahí que la experiencia deba organizar, por comodidad y regocijo propios, algún sistema de observación, ante el temor a perder su propio camino en la admirable inmensidad. La vemos haciendo una pausa de vez en cuando para consultar sus notas, para medir (con el fin de orientarse) tantos aspectos y distancias como sea posible, tantos pasos dados y obstáculos superados y frutos recogidos y bellezas disfrutadas. Todo cuenta, nada es superfluo en tal estudio; el cuaderno del explorador me resulta aquí infinitamente receptivo. A esto me refiero, por lo tanto, cuando hablo de la aportación —o, dicho con sencillez y desde mi punto de vista—, del seductor encanto de los hechos accesorios en determinada obra artística.


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438 págs. / 12 horas, 46 minutos / 73 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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