I
Le habían informado de que las señoras estaban en la
iglesia, pero eso quedó corregido por lo que vio al llegar a lo alto de
los escalones (bajaban desde una gran altura en dos brazos, con un giro
circular de efecto muy encantador) ante el umbral de la puerta que
dominaba el inmenso césped desde la larga y clara galería. Tres
caballeros, en la hierba, a distancia, estaban sentados bajo los grandes
árboles, pero la cuarta figura no era un caballero, la figura del traje
carmesí que formaba una mancha tan viva, tan como «toque de color» en
medio del fresco y denso césped. El criado había llegado hasta allí con
Paul Overt para enseñarle el camino y le había preguntado si deseaba ir
primero a su cuarto. El joven declinó ese privilegio, no teniendo
desorden que reparar tras un viaje tan corto y cómodo, y deseando tomar
posesión inmediatamente, con una percepción general, de la nueva escena,
tal como solía. Se quedó allí un poco con los ojos puestos en el grupo y
en la admirable imagen, los amplios terrenos de una vieja casa de
campo, junto a Londres (lo cual la hacía mejor), en un espléndido
domingo de junio.
—Pero esa señora ¿quién es? —dijo al criado antes que se fuera.
—Creo que es la señora St. George, señor.
—La señora St. George, la esposa del distinguido… —entonces Paul Overt se detuvo, dudando si el lacayo sabría.
—Sí, señor; probablemente, señor —dijo el criado, que parecía desear
insinuar que una persona que estaba en Summersoft sería naturalmente
distinguida, al menos por matrimonio. Sus maneras, sin embargo, le
hicieron al pobre Overt sentirse por el momento como si él mismo no lo
fuera mucho.
—¿Y los caballeros? —preguntó.
—Bueno, señor, uno de ellos es el general Fancourt.
—Ah sí, ya sé; gracias.
Información texto 'La Lección del Maestro'