El Deseo
Hermann Sudermann
Novela
I
Un vivo fuego llameaba en el dormitorio del anciano médico.
Estaba él todavía en el lecho, y embargado por el sentimiento de bienestar del hombre que ve terminada la labor de su existencia. Cuando se ha estado, durante medio siglo, sentado doce horas por día en un cabriolé de médico de campo, sacudido y zangoloteado por los guijarros y los mogotes de tierra, bien se le pueden pegar a uno las sábanas alguna vez, sobre todo cuando ha dejado su tarea a salvo en manos de otro más joven.
Alargó y estiró sus miembros cascados y volvió a hundir en las almohadas su rostro gastado y amarillento, salpicado de ásperos vellos blancos, cual un viejo granito por el musgo de Islandia. Pero la costumbre, esa ama imperiosa que, durante tantos años, fuera indispensable o no, lo había sacado de su cama antes del amanecer, no le permitió descansar ni aun entonces.
Suspiró, bostezó, se avergonzó de su pereza y tomó la campanilla puesta a su cabecera, en la mesa de noche.
Su ama de llaves, vieja ruina, tan canosa y destruida como él, apareció en el umbral.
—¿Qué hora es, señora Liebetreu?—le gritó.
Al venerable reloj de la Floresta Negra que estaba colgado cerca de la cama del doctor, y cuyo despertador estridente había interrumpido más de una vez de un modo desagradable sus sueños de la mañana, no se le había dado cuerda desde el día en que el joven médico adjunto había llegado a Gromowo, «para que yo sepa bien—se complacía en decir el doctor—que en lo sucesivo mi vida está en reposo.»
—Las ocho menos cuarto, señor doctor—respondió la anciana, ocupándose en arreglar la tapa de la estufa.
—¡Vaya! ¡vaya!—exclamó él, enderezándose.—¡Qué perezoso me he vuelto! Y... ¿han llegado cartas?
—Sí, varias por correo y una que trajo personalmente el joven señor Hellinger hace dos horas.
—¡Pero, si hace dos horas, era todavía de noche!
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Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.