Un médico al que debe la ciencia una hermosa teoría fisiológica, y
que, joven aun, logró abrirse plaza entre las celebridades de la Escuela
de París, centro de luces; al que rinden homenaje todos los médicos de
Europa, el doctor Bianchon, ejerció la cirugía antes de dedicarse á la
medicina.
Sus primeros estudios fueron dirigidos por un gran cirujano francés,
por el ilustre Desplein, que pasó para la ciencia con la rapidez de un
meteoro. Según confesión de sus enemigos, Desplein se llevó á la tumba
su método intransmisible. Como todos los hombres de genio, no tenía
descendientes y se lo llevó todo consigo. La gloria de los cirujanos se
parece á la de los actores, cuyo talento deja de apreciarse tan pronto
como desaparecen, y cuya fama sólo dura lo que su vida.
Los actores y los cirujanos, lo mismo que los grandes cantantes y los
artistas que centuplican con su ejecución el poder de la música, sólo
son héroes del momento. Desplein ofrece un ejemplo de la semejanza que
existe entre el destino de estos genios transitorios. Su nombre, tan
célebre ayer y tan olvidado hoy, permanecerá dentro de la especialidad á
que se dedicó, sin franquear nunca sus límites.
Pero ¿no es necesario que concurran circunstancias inauditas para que
el nombre de un sabio pase del dominio de la ciencia, al dominio de la
historia general de la humanidad? ¿Poseía Desplein esa universalidad de
conocimientos que hacen de un hombre el verbo ó la figura de un siglo?
Desplein poseía un golpe de vista divino, penetraba la enfermedad y al
enfermo con una intuición adquirida ó natural que le permitía no
engañarse nunca en los diagnósticos y determinar el momento preciso, la
hora el minuto en que era necesario operar, sacando siempre partido de
las circunstancias atmosféricas y de las particularidades del
temperamento.
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