Textos más vistos de Honoré de Balzac | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 35 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Honoré de Balzac


1234

La Cúpula de los Inválidos

Honoré de Balzac


Cuento


Un hermoso día del mes de junio, entre las cuatro y las cinco, salí de la celda de la calle du Bac donde mi honorable y estudioso amigo, el barón de Werther, me había ofrecido el almuerzo más delicado del que se pueda hacer mención en los castos y sobrios anales de mi estómago; pues el estómago tiene su literatura, su memoria, su educación, su elocuencia; el estómago es un hombre dentro del hombre; y jamás experimenté de modo tan curioso la influencia ejercida por este órgano sobre mi economía mental.

Después de habernos obsequiado amablemente con vinos del Rin y de Hungría, había terminado la comida de amigos haciendo que nos sirvieran vino de Champaña. Hasta aquel momento, su hospitalidad podría considerarse normal, de no ser por su charla de artista, sus relatos fantásticos y, sobre todo, de no ser por nosotros, sus amigos, todos personas de entusiasmo, corazón y pasión.

Hacia el final del almuerzo, nos encontramos todos presas de una dulce melancolía y sumergidos en una absorción bastante lógica en personas que han comido bien. Percatándose de ello, el barón, el excelente crítico, el erudito alemán que, pese a su baronía, lleva la admirable y poética vida de los monjes del siglo XVI en su celda abacial; nuestro monje —digo—, remató su obra de gastrolatría con una auténtica salida de monje.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 8 minutos / 383 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Luna de Miel

Honoré de Balzac


Novela


Primera parte: Los adúlteros bajo la roca

I. De los viajes en sus relaciones con el matrimonio

En la semana siguiente, tras la misa nupcial que según el uso de algunas familias del faubourg Saint-Germain se celebró a las siete en Santo Tomás de Aquino, Calixto y Sabina montaron en un bonito coche de viaje, en medio de los abrazos, felicitaciones y lágrimas de una veintena de personas agrupadas bajo la marquesina de la mansión de los Grandlieu. Las felicitaciones provenían de los cuatro testigos y demás hombres; las lágrimas se veían en los ojos de la duquesa de Grandlieu y de su hija Clotilde, que temblaban agitadas por un mismo pensamiento.

—¡Allá va, lanzada a la vida! Pobre Sabina, que está a merced de un hombre que no se ha casado completamente a gusto.

El matrimonio no se compone únicamente de placeres tan fugitivos en ese estado como en cualquier otro, sino que implica la conformidad de humores, simpatías físicas y concordancia de caracteres que hacen de esta necesidad social un eterno problema. Las muchachas solteras, lo mismo que las madres, conocen los términos y los peligros de esta lotería; esta es la razón de que las mujeres lloren cuando asisten a una boda, mientras que los hombres sonríen; los hombres creen que no aventuran nada; las mujeres saben bastante bien lo que arriesgan.

En otro coche, que precedía al de los novios, iba la baronesa Du Guénic, a quien la duquesa se acercó a decirle:

—Usted es madre, aunque no haya tenido más que un solo hijo; ¡procure reemplazarme cerca de mi querida Sabina!


Información texto

Protegido por copyright
121 págs. / 3 horas, 32 minutos / 116 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Muchacha de los Ojos de Oro

Honoré de Balzac


Novela corta


A Eugène Delacroix, pintor

I. Fisonomías parisinas

Uno de los espectáculos que más espanto puede causar es, sin duda alguna, el aspecto general del vecindario parisino, gente feísima de ver y de color quebrada, gente amarilla y curtida. ¿No es acaso París un campo amplísimo que trastorna continuamente una tempestad de intereses bajo la que gira el torbellino de una cosecha de hombres que la muerte siega con mayor frecuencia que en otros lugares y vuelven a nacer en idéntica estrechez, hombres cuyos rostros enrevesados y tortuosos rezuman por todos los poros el alma, los deseos, los venenos que preñan sus cerebros, no ya rostros, sino máscaras, máscaras de flaqueza, máscaras de fuerza, máscaras de miseria, máscaras de alegría, máscaras de hipocresía, todas ellas exhaustas, todas ellas impregnadas de las marcas indelebles de una anhelante avidez? ¿Qué ansían? ¿Oro o placer?


Información texto

Protegido por copyright
89 págs. / 2 horas, 36 minutos / 234 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Obra Maestra Desconocida

Honoré de Balzac


Cuento


I. GILLETTE

A finales del año 1612, en una fría mañana de diciembre, un joven, pobremente vestido, paseaba ante la puerta de una casa situada en la Rue des Grands—Augustins, en París. Tras haber caminado harto tiempo por esta calle, con la indecisión de un enamorado que no osa presentarse ante su primera amante, por más accesible que ella sea, acabó por franquear el umbral de aquella puerta y preguntó si el maestro Françoise Porbus estaba en casa. Ante la respuesta afirmativa que le dio una vieja ocupada en barrer el vestíbulo, el joven subió lentamente los peldaños, deteniéndose en cada escalón, cual un cortesano inexperto, inquieto por el recibimiento que el rey va a dispensarle. Al llegar al final de la escalera de caracol, permaneció un momento en el rellano, perplejo ante el aldabón grotesco que ornaba la puerta del taller donde, sin lugar a duda, trabajaba el pintor de Enrique IV que María de Médicis había abandonado por Rubens. El joven experimentaba esa profunda sensación que ha debido de hacer vibrar el corazón de los grandes artistas cuando, en el apogeo de su juventud y de su amor por el arte, se han acercado a un hombre genial o a alguna obra maestra. Existe en todos los sentimientos humanos una flor primitiva, engendrada por un noble entusiasmo, que va marchitándose poco a poco hasta que la felicidad no es ya sino un recuerdo, y la gloria una mentira. Entre estas frágiles emociones, nada se parece más al amor que la joven pasión de un artista que inicia el delicioso suplicio de su destino de gloria y de infortunio; pasión llena de audacia y de timidez, de creencias vagas y de desalientos concretos. Quien, ligero de bolsa, de genio naciente, no haya palpitado con vehemencia al presentarse ante un maestro siempre carecerá de una cuerda en el corazón, de un toque indefinible en el pincel, de sentimiento en la obra, de verdadera expresión poética.


Información texto

Protegido por copyright
30 págs. / 52 minutos / 142 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Los Campesinos

Honoré de Balzac


Novela


Dedicatoria

A M. P. —S. B. Gavault

En el encabezamiento de La Nouvelle Heloïse, Juan Jacobo Rousseau escribió las siguientes palabras: He observado las costumbres de mi tiempo y he publicado estas cartas. ¿No puedo decir yo, imitando a ese gran escritor: Estudio la marcha de mi época y publico este libro?


Información texto

Protegido por copyright
383 págs. / 11 horas, 11 minutos / 269 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Úrsula Mirouet

Honoré de Balzac


Novela


A la señorita Sofía Surville

Es un verdadero placer, sobrina querida, el dedicarte un libro cuyo tema y detalles han recibido la aprobación, tan difícil de obtener, de una joven que aún desconoce el mundo, que no transige con ninguno de los nobles principios de una santa educación. Vosotras, las jóvenes, constituís un público temible; porque no se os deja leer más que los libros que son puros como vuestra alma, y se os prohíben ciertas lecturas, de la misma manera que se os impide ver la sociedad tal como es. ¿No es, entonces, un motivo de orgullo para un autor el hecho de haber agradado? ¡Quiera Dios que no te haya engañado el afecto que me profesas! ¿Quién nos lo dirá? El porvenir, que tú lograrás ver, pero que quizá ya no verá

Tu tío,
BALZAC.

I. Los herederos alarmados

Al entrar en Nemours por el lado de París, se pasa por el canal del Loings, cuyos ribazos forman a la vez muros campestres y pintorescos paseos que adornan aquella linda ciudad. Desde el año 1830, por desgracia, se han construido varias casas del lado de acá del puente. Si sigue aumentando esta especie de arrabal, la ciudad perderá su graciosa originalidad. Pero, en 1829, estando expéditos los márgenes de la carretera, el jefe de posta, hombre alto y gordo, de unos sesenta años de edad, sentado en el punto culminante de aquel puente, podía, cuando el día era claro, abarcar perfectamente aquello que en términos de su oficio recibe el nombre de cinta de cola.


Información texto

Protegido por copyright
278 págs. / 8 horas, 7 minutos / 197 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Elixir de Larga Vida

Honoré de Balzac


Cuento


En un suntuoso palacio de Ferrara agasajaba don Juan Belvídero una noche de invierno a un príncipe de la casa de Este. En aquella época, una fiesta era un maravilloso espectáculo de riquezas reales de que sólo un gran señor podía disponer. Sentadas en torno a una mesa iluminada con velas perfumadas conversaban suavemente siete alegres mujeres, en medio de obras de arte, cuyos blancos mármoles destacaban en las paredes de estuco rojo y contrastaban con las ricas alfombras de Turquía. Vestidas de satén, resplandecientes de oro y cargadas de piedras preciosas que brillaban menos que sus ojos, todas contaban pasiones enérgicas, pero tan diferentes unas de otras como lo eran sus bellezas. No diferían ni en las palabras ni en las ideas; el aire, una mirada; algún gesto, el tono, servían a sus palabras como comentarios libertinos, lascivos, melancólicos o burlones.

Una parecía decir:

—Mi belleza sabe reanimar el corazón helado de un hombre viejo.

Otra:

—Adoro estar recostada sobre los almohadones pensando con embriaguez en aquellos que me adoran.

Una tercera, debutante en aquel tipo de fiestas, parecía ruborizarse:

—En el fondo de mi corazón siento remordimientos —decía—. Soy católica, y temo al infierno. Pero te amo tanto ¡tanto! que podría sacrificarte la eternidad.

La cuarta, apurando una copa de vino de Quío, exclamaba:

—¡Viva la alegría! Con cada aurora tomo una nueva existencia. Olvidada del pasado, ebria aún del encuentro de la víspera, agoto todas las noches una vida de felicidad, una vida llena de amor.

La mujer sentada junto a Belvídero lo miraba con los ojos llameantes. Guardaba silencio.

—¡No me confiaría a unos espadachines para matar a mi amante, si me abandonara!— después había reído; pero su mano convulsa hacía añicos una bombonera de oro milagrosamente esculpida.


Información texto

Protegido por copyright
24 págs. / 42 minutos / 222 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Grande de España

Honoré de Balzac


Cuento


En el momento de la expedición emprendida en 1823—4 por el rey Luis XVIII para salvar a Fernando VII del régimen constitucional, yo me encontraba por casualidad en Tours, camino de España. La víspera de mi marcha, fui al baile en casa de una de las mujeres más amables de esta ciudad en la que, como es sabido, se divertían más que en ninguna otra capital de provincia; y poco antes del souper, pues se soupe aún en Tours, me uní a un grupo de tertulianos en medio del cual, un señor que me resultaba desconocido, contaba una aventura.

El orador, llegado muy tarde al baile, había cenado, según creo, en casa del recaudador general. Al entrar se había incorporado a una mesa de écarté; luego, tras haber pasado varias veces, para alegría de sus contrincantes cuyo equipo perdía, se había levantado, vencido por un subteniente de carabineros; y, para consolarse, había participado en una conversación sobre España, tema habitual de mil disertaciones.

Durante el relato, examiné con un interés involuntario el rostro y la persona del narrador. Era uno de esos seres de mil rostros que se parecen a tantos tipos que el observador queda indeciso, y no sabe si tiene que incluirlos entre las personas de genio modestas o entre los intrigantes subalternos. En primer lugar, estaba condecorado con la cinta roja; pero ese símbolo demasiado prodigado, ya no prejuzga nada a favor de nadie; tenía una chaqueta verde, y a mí no me gustan las chaquetas verdes en un baile, cuando la moda aconseja a todo el mundo llevar traje negro; además llevaba pequeñas hebillas metálicas en los zapatos, en lugar de lazos de seda; su pantalón era de un casimir horriblemente desgastado, y su corbata estaba mal puesta; en definitiva, vi que no le daba demasiada importancia al atuendo ¡podía ser un artista!


Información texto

Protegido por copyright
12 págs. / 21 minutos / 232 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

1234