Pasado Amor
Horacio Quiroga
Novela corta
I
Lo que menos esperaban Aureliana y sus hijas, en aquel mediodía de mayo, era ver detenerse ante el portón al break que llegaba del puerto, y descender de él a su patrón Morán. Las chicas corrieron de un lado para otro, gritando todas la misma cosa a su madre, que a su vez se hallaba bastante aturdida; de modo que cuando acudían todas presurosas al molinete, ya Morán lo había transpuesto y se dirigía a ellas con aquella clara y franca sonrisa que constituía su atractivo mayor.
— El patrón... ¡qué bueno! —exclamaba Aureliana por único, tímido y cariñosísimo comentario.
— Pensé escribirle —dijo Morán— avisándole que llegaría de un momento a otro, pero ni aun a último momento estaba seguro de que vendría... ¿Y por aquí, Aureliana? ¿Sin novedad?
— Ninguna, señor. Las hormigas, solamente...
— Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora aprónteme el baño. Nada más.
— ¿Pero no va a comer, señor? No tenemos nada; pero Ester puede ir de una corrida al boliche...
— No, gracias. Café solamente, en todo caso.
— Es que no tenemos café.
— Mate, entonces. No se preocupe Aureliana.
Y con un breve silbido a una de las chicas, silbido cuya brusquedad atemperaba la amistad de los ojos, Morán indicó su valija de mano que había quedado sobre el molinete, y esperó a que Aureliana volviera con las llaves del chalet.
Hacía dos años que faltaba de allí. Desde la curva ascendente del camino, su casita de piedras quemadas, su taller y el mismo rojo vivo de la arena, habíanle impresionado mal. De espaldas a la puerta descascarada por dos años de sol, la impresión se afirmaba hasta oprimirle casi de soledad, bajo el gran cielo crudo y silencioso que lo circundaba. Un mediodía de Misiones vierte demasiada luz sobre el paisaje para que éste pueda adquirir un color definido.
Aureliana y las llaves llegaban por fin.
Dominio público
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Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.