Los Inmigrantes
Horacio Quiroga
Cuento
El hombre y la mujer caminaban desde las cuatro de la mañana. El tiempo, descompuesto en asfixiante calma de tormenta, tornaba aún más pesado el vaho nitroso del estero. La lluvia cayó por fin, y durante una hora la pareja, calada hasta los huesos, avanzó obstinadamente.
El agua cesó. El hombre y la mujer se miraron entonces con angustiosa desesperanza.
—¿Tienes fuerzas para caminar un rato aún? —dijo él—. Tal vez los alcancemos…
La mujer, lívida y con profundas ojeras, sacudió la cabeza.
—Vamos —repuso prosiguiendo el camino.
Pero al rato se detuvo, cogiéndose crispada de una rama. El hombre, que iba delante, se volvió al oír el gemido.
—¡No puedo más!… —murmuró ella con la boca torcida y empapada en sudor—. ¡Ay, Dios mío!…
El hombre, tras una larga mirada a su alrededor, se convenció de que nada podía hacer. Su mujer estaba encinta. Entonces, sin saber dónde ponía los pies, alucinado de excesiva fatalidad, el hombre cortó ramas, tendiolas en el suelo y acostó a su mujer encima. Él se sentó a la cabecera, colocando sobre sus piernas la cabeza de aquélla.
Pasó un cuarto de hora en silencio. Luego la mujer se estremeció hondamente y fue menester enseguida toda la fuerza maciza del hombre para contener aquel cuerpo proyectado violentamente a todos lados por la eclampsia.
Pasado el ataque, él quedó un rato aún sobre su mujer, cuyos brazos sujetaba en tierra con las rodillas. Al fin se incorporó, alejose unos pasos vacilante, se dio un puñetazo en la frente y tornó a colocar sobre sus piernas la cabeza de la mujer, sumida ahora en profundo sopor.
Hubo otro ataque de eclampsia, del cual la mujer salió más inerte. Al rato tuvo otro, pero al concluir éste, la vida concluyó también.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.