Los Pescadores de Vigas
Horacio Quiroga
Cuento
El motivo fué cierto juego de comedor que míster Hall no tenía aún, y su fonógrafo fué quien le sirvió de anzuelo.
Candiyú lo vió en la oficina provisoria de la Yerba Company, donde míster Hall maniobraba su fonógrafo a puerta abierta.
Candiyú, como buen indígena, no manifestó sorpresa alguna, contentándose con detener su caballo un poco al través delante del chorro de luz, y mirar a otra parte. Pero como un inglés, a la caída de la noche, en mangas de camisa por el calor, y con una botella de whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo, míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en cuyo umbral apoyó el codo.
—Buenas noches, patrón ¡Linda música!
—Sí, linda—repuso míster Hall.
—¡Linda!—repitió el otro.—¡Cuánto ruido!
—Sí, mucho ruido—asintió míster Hall, que hallaba no desprovistas de profundidad las observaciones de su visitante.
Candiyú admiraba los nuevos discos:
—¿Te costó mucho a usted, patrón?
—Costó… qué?
—Ese hablero… los mozos que cantan.
La mirada turbia, inexpresiva e insistente de míster Hall, se aclaró.
El contador comercial surgía.
—¡Oh, cuesta mucho!… ¿Usted quiere comprar?
—Si usted querés venderme…—contestó llanamente Candiyú, convencido de la imposibilidad de tal compra. Pero míster Hall proseguía mirándolo con pesada fijeza, mientras la membrana saltaba del disco a fuerza de marchas metálicas.
—Vendo barato a usted… ¡cincuenta pesos!
Candiyú sacudió la cabeza, sonriendo al aparato y a su maquinista, alternativamente:
—¡Mucha plata! No tengo.
—¿Usted qué tiene, entonces?
El hombre se sonrió de nuevo, sin responder.
Dominio público
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Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.