La Patria
Horacio Quiroga
Cuento
El discurso que el soldado herido dijo a los animales del monte que querían formar una patria puede ser transcripto en su totalidad, en razón de ser muy breve y de ayudar a la comprensión de este extraño relato.
La normalidad de la vida en la selva es bien conocida. Las generaciones de animales salvajes se suceden unas a otras y unas en contra de las otras en constante paz, pues a despecho de las luchas y los regueros de sangre, hay un algo que rige el trabajo constante de la selva, y ese algo es la libertad. Cuando las especies son libres, en la selva ensangrentada reina la paz.
Esta felicidad la habían conocido los animales del bosque desde tiempo inmemorial, hasta que a los zánganos les cupo en suerte comprometerla.
Son más que conocidas las virtudes de las abejas. Han adquirido, en su milenaria familiaridad con el hombre, nociones de biología que les producen algunos trastornos cuando deben transformar una obrera en reina, pues no siempre aumentan la celda y el alimento en las proporciones debidas. Y esto se debe al marco filosófico ocasionado por la extraordinaria facultad que poseen de cambiar el sexo de sus obreras a capricho. Sin abandonar la construcción de sus magníficos panales, pasan la vida preocupadas por su superanimalidad y el creciente desprecio a los demás habitantes de la selva, mientras miden a prisa y sin necesidad el radio de las flores.
Esta es la especie que dio en la selva el grito de alerta, algunos años después de haberse ido el hombre remando aguas abajo en su canoa.
Cuando este hombre había llegado a vivir en el monte, los animales inquietos siguieron días y días sus manejos.
—Este es un buen hombre —dijo un gato montés guiñando un ojo hacia el claro del bosque en que la camisa del hombre brillaba al sol—. Yo sé qué es. Es un hombre.
—¿Qué daño nos puede hacer? —dijo el pesado y tímido tapir—. Tiene dos pies.
Dominio público
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Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.