La Igualdad en Tres Actos
Horacio Quiroga
Cuento
La regente abrió la puerta de clase y entró con una nueva alumna.
—Señorita Amalia —dijo en voz baja a la profesora—. Una nueva alumna. Viene de la escuela trece… No parece muy despierta.
La chica quedó de pie, cortada. Era una criatura flaca, de orejas lívidas y grandes ojos anémicos. Muy pobre, desde luego, condición que el sumo aseo no hacía sino resaltar. La profesora, tras una rápida ojeada a la ropa, se dirigió a la nueva alumna.
—Muy bien, señorita, tome asiento allí… Perfectamente. Bueno, señoritas, ¿dónde estábamos?
—¡Yo, señorita! ¡El respeto a nuestros semejantes! Debemos…
—¡Un momento! A ver, usted misma, señorita Palomero: ¿sabría usted decirnos por qué debemos respetar a nuestros semejantes?
La pequeña, de nuevo cortada hasta el ardor en los ojos, quedó inmóvil mirando insistentemente a la profesora.
—¡Veamos, señorita! Usted sabe, ¿no es verdad?
—S-sí, señorita.
—¿Veamos, entonces?
Pero las orejas y mejillas de la nueva alumna estaban de tal modo encendidas que los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Bien, bien… Tome asiento —sonrió la profesora—. Esta niña responderá por usted.
—¡Porque todos somos iguales, señorita!
—¡Eso es! ¡Porque todos somos iguales! A todos debemos respetar, a los ricos y a los pobres, a los encumbrados y a los humildes. Desde el ministro hasta el carbonero, a todos debemos respeto. Esto es lo que quería usted decir, ¿verdad, señorita Palomero?
—S-sí, señorita…
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.